domingo, junio 08, 2008

Historiador venezolano (Simón Alberto Consalvi) opina sobre el decreto-ley chavista sobre Inteligencia y contrainteligencia

Artículos de opinión de los historiadores venezolanos

Les dejo acá el artículo semanal del historiador Simón Alberto Consalvi que publica todos los domingo en El Nacional.
Humillados y ofendidos
Parece ser una maldición de la historia que ésta registra con tenacidad: no hubo ni ha habido régimen comunista en el mundo que antes de pensar en reformas de otra categoría, no estableciera un aparato policial represivo e inquisitorial, y que no tratara de convertir a los ciudadanos en agentes secretos. O sea, todos los ciudadanos espías de todos. Yo te espío, él me espía, nosotros nos espiamos. La mujer espía al marido y el marido a la mujer. El hijo espía al padre y el padre espía al hijo. La ley castigará a la mujer, al padre o al hijo que no se denuncien entre sí, cuando así a la policía política le convenga, lo demande y exija. El obrero denunciará al patrón y el patrón al obrero. El estudiante al profesor y el profesor al estudiante. El capitán denunciará al mayor y el mayor al coronel y el coronel al general, y vuelta atrás, de arriba abajo. El vecino se encargará de vigilar al vecino, verá por encima del tejado para ver quién entra y quién sale de su casa. Entre tanto, olvida que él está siendo vigilado, que sus pasos son seguidos, que sus gestos son grabados por una cámara invisible o por un ojo de buey y que sus palabras más tontas están siendo descifradas. Estos capítulos del totalitarismo y del gulag vienen desde la Edad Media. Los herejes eran llevados a la horca o quemados por los frailes demenciales de la Santa Inquisición porque un vecino o un hermano resolvió acusarlos. Savonarola y Torquemada pasaron a la historia por su histeria. El siglo XX fue prolífico en policías políticas, la KGB estalinista y la Gestapo de Adolfo Hitler. Para ilustrar estas calamidades del género humano, el inglés George Orwell escribió 1984, una novela del terror (y del horror) policial, en donde el policía omnipresente, fuese de noche o de día, en la casa o en la calle, en el teatro o en la iglesia, el "Hermano Mayor", siempre estaba ahí. Era el "policía del pensamiento" y adivinaba el pensamiento a distancia; adoctrinaba con su cartilla, y a través del miedo y el castigo convertía a la gente en ovejas. Iban dejando de ser gente. De tanta humillación y de tanta perversidad desatada por los aparatos policiales de los regímenes totalitarios, países cultos como Alemania, o de antigua historia como Rusia, fueron postrados y domados. Caídos los totalitarismos, esos pueblos recuperaron sus almas y renacieron, como antes habían caído las inquisiciones y los inquisidores. Ahora, mientras despunta el siglo XXI, nos ha tocado a los venezolanos esta prueba de vergüenza y de humillación. Por un decreto con "rango, valor y fuerza de ley", acaba de ser dictada la Ley de Inteligencia y de Contrainteligencia que nos convierte en personajes de la novela de Orwell y de todas las novelas del oprobio. Según la ley, hemos sido consagrados espías al servicio del Estado, y, desde luego, del socialismo del siglo XXI. Era previsible, porque no hay "socialismo" (llámese como se llame) que no requiera del aparato policial que antes fue KGB o fue Gestapo. Estos socialismos son tan populares que necesitan de las represiones más brutales y más inmorales para subsistir. La Ley de Inteligencia y de Contrainteligencia viola la Constitución nacional de 1999, niega las garantías ciudadanas y vulnera los derechos humanos. Pero más allá de humillarnos y ofendernos, de convertirnos en un país de espías, la ley es la confesión más patética de la impopularidad (de la debilidad y del miedo) de un régimen que pretende imponerse contra viento y marea. Con la Ley de Inteligencia y de Contrainteligencia no hay juego democrático posible. Piense usted en el espionaje en el TSJ, en el Consejo Nacional Electoral. Piense usted en el espionaje en la Fuerza Armada. Piense usted en el espionaje en Petróleos de Venezuela o en los ministerios. Leamos, apenas, el artículo 16, sobre los llamados "órganos de apoyo", o sea, usted y yo, espías. Dice así: "Son órganos de apoyo a las actividades de inteligencia y contrainteligencia, las personas naturales y jurídicas, de derecho público y privado, nacionales o extranjeras, así como los órganos y entes de la administración pública nacional, estadal, municipal, las redes sociales, organizaciones de participación popular y comunidades organizadas, cuando les sea solicitada su cooperación para la obtención de información o el apoyo técnico, por parte de los órganos con competencia especial". No queda más remedio que prepararnos para los castigos. Quienes incumplan con sus deberes de espías se expondrán a las penas establecidas en la ley, "en virtud de que dicha conducta atenta contra la seguridad, defensa y desarrollo integral de la nación". Aquí alguien plagió a George Orwell. Aquí alguien está equivocado. Aquí alguien tiene miedo.

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