domingo, marzo 30, 2008

Historiador venezolano (Manuel Caballero) opina sobre Jovito Villalba (centenario de su nacimiento)

Artìculos de opinión de los historiadores venezolanos
Manuel Caballero hoy en El Universal
Jóvito Villalba

Más que un líder político, Jóvito Villalba fue un líder histórico de la Venezuela del siglo XX

El domingo pasado se cumplió un siglo del nacimiento de Jóvito Villalba. Como se atravesó la Semana Santa, yo había escrito con anticipación mi artículo, sin recordar aquello, y hoy casi me felicito de que haya sido así, porque en parejas fechas, es muy difícil despojarse del lenguaje de obituario, y de la tentación descriptiva de la crónica periodística. En esta nota, es el historiador quien intenta una interpretación, un análisis, tratando de huir a la vez de la anécdota y del panfleto polémico.

Hay dos maneras de acercarse al personaje: como líder político y como líder histórico. Algunos combinan ambas condiciones, pero eso no es frecuente. De Jóvito Villalba venimos pensando -y escribiendo- hace tiempo que fracasó como líder político, pero eso no descalifica ni desmedra su condición de líder histórico. La prueba suprema de toda carrera política es el poder, independientemente del talento, de la tenacidad, del coraje y de las buenas intenciones de quien presente ese examen.
La asignatura pendiente

Y Villalba, aquel estudiante summa cum laude de los meses previos a la Semana del Estudiante en 1928, no aprobó jamás esa asignatura. No pudo entonces ingresar al panteón nada exclusivo donde descansan buenos y malos gobernantes, un John Kennedy y un Richard Nixon, un Abraham Lincoln y un Ronald Reagan, un Pierre Mendès-France y un Edgard Faure, un Felipe González y un José María Aznar. Una enumeración bastante larga que nos permite, pretextando la falta de espacio, abstenernos de dar ejemplos venezolanos. El mismo pretexto nos permite hacer otro tanto con la enumeración de los pares de Jóvito Villalba en su condición de líder histórico. Está allí en la nada desdeñable compañía de un Mahatma Gandhi, de un José Martí, de un Martin Luther King, de un Víctor Raúl Haya de la Torre.

Pero todo lo anterior no pasaría de la simple descripción si no pudiéramos precisar por qué eso fue así. Vayamos con lo primero. Aquí es posible señalar tres hitos donde el de Villalba fue esencial y propiamente un liderazgo histórico.
El discurso del Panteón

Ellos tuvieron lugar en febrero de 1928, en febrero de 1936 y en noviembre de 1952. Se tiene el hábito de decir que Jóvito Villalba fue un gran orador, y algunos de sus detractores (que los tuvo, como todo personaje de su talla), al no poder negarlo, han pretendido que no fue sino eso. Pero sucede que aún si fuese cierto, bastaría para darle estatura de líder histórico. No sólo por ser el primer líder que en el siglo XX usó la palabra como arma, sino que el sólo hecho de usarla era muy significativo: fue el primero que se atrevió a hablar en un país silenciado, acostumbrado a interpretar apenas los monosílabos incantatorios del General Gómez. Hablar en aquella Venezuela silenciosa era un delito, casi un crimen. Si sólo fuera eso, ya sería bastante. Pero es que con su discurso frente al Panteón, Villalba abrió una trocha por donde correría caudalosa la democracia venezolana. En adelante, el arma primera que se empleará en todos los combates políticos, no sería la espada sino la palabra. La panoplia familiar

No diremos que la primera se halle "colgada para siempre en la panoplia familiar", pero el último que intentó usarla en 1992 fracasó estruendosamente; y se vio obligado a emplear, para alcanzar el poder, los detestados modos de la democracia.

La palabra sería de nuevo el arma de Villalba en 1936. Ella tuvo no sólo el efecto electrizante que hizo desbordar la calle, sino que, en la manifestación del 14 de febrero, "un sublime aliento al pueblo infundió". No se volvió con eso un dios laico, sino que logró desvelar a ese pueblo la conciencia de su propia fuerza, la idea de que las batallas pueden darse y triunfar en la calle y no sólo en los cuarteles y los campamentos.

Tercer hito, noviembre de 1952.
Villalba propone -y logra- que la oposición participe en unas elecciones que se sabía fraudulentas. La prédica de Villalba venció a la dictadura y al abstencionismo: dos triunfos históricos en uno. El resultado sorprendió a Miraflores, pero por desgracia también a la calle, a la oposición.
El fracaso político

En situaciones como esa, el desconcierto y la vacilación suelen ir parejas, y el Gobierno golpeó primero: hubo que esperar un quinquenio más para salir de Pérez Jiménez.

¿Cuál fue la causa del fracaso de Villalba como líder político? Tal vez no sea demasiado aventurado comparar su destino con el de León Trotsky (por supuesto sin el trágico final del creador del Ejército Rojo). Ambos cometieron el mismo error, desdeñar la fuerza y significación reales del partido político en la política del siglo XX. Jóvito fue en Venezuela el gran líder de la democracia directa: ella tendría su manifestación unánime en un brillante día, le Grand Soir de los revolucionarios de la Primera Internacional, la de Marx y Bakunín.

Esta no es una conjetura aventurada ni mucho menos sin base. Aunque Villalba fue uno de los constructores de la democracia de partidos, él mismo no confiaba demasiado en su creación. No llegó a proponer a URD "un compromiso para toda la vida", ni mucho menos a decir que "urredista es urredista hasta que se muere".

Por el contrario, declaró a Agustín Blanco Muñoz en uno de sus trabajos de historia oral que con URD había querido fundar "un partido antipartido". Pero el siglo veinte no fue sólo el del ingreso -para bien y/o para mal- de las masas al escenario político, sino también el de la democracia de partidos.

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