domingo, diciembre 20, 2009

Recordando a Sagan en el 13ª aniversario de su muerte

Me han impactado varias ideas que describió su hijo Nick en su escrito "Carl Sagan: un gran científico, una gran persona y un gran padre"; tales como las siguientes:
A menudo era invitado a hablar en algún evento, y recuerdo sentarme junto a él y verle ordenar sus pensamientos en momentos de tranquilidad antes de salir a escena. Tomaba pequeñas notas en una tarjeta. Solo una o dos palabras sobre cada tema que quería tratar. Armado con esas notas, salía a escena y cautivaba a la audiencia. Nunca un momento aburrido, nunca un momento en el que estuviese fuera de lugar o perdiese el hilo de lo que decía. Como niño, a veces pensaba en él como un traductor o un descifrador de códigos. ¿Cómo podía transformar meros fragmentos en esas impresionantes e inspiradoras ideas?
Nunca iba sin un dictáfono. Tengo claros recuerdos de esas pequeñas grabadoras de cassete negras con su botones de grabación rojo brillante. Podíamos estar caminando, o charlando y tenía una idea. Se disculpaba levantando su dedo índice y pedía un minuto, cogía el dictáfono y explicaba su idea. Hoy día, yo soy un escritor y también uso dictáfono. Cuando lo hago, las palabras me aparecen tal como: “OK, para el libro, pienso que realmente seria bueno si esto y esto hacen esto en lugar de lo otro…” y más tarde aplico esa idea en lo que estoy escribiendo. Por el contrario, recuerdo a mi padre hablando en largos, fluidos y perfectos párrafos. Tal como lo decía es como aparecería en el libro. A veces tenía una idea, grababa un párrafo o dos para un libro y al final terminaba con una idea para otro proyecto aparte, por lo cual tenía que hacerse con otro dictáfono, y así sucesivamente.
Seguramente sepas que era genial debatiendo. Podía rebatir los argumentos de William F. Buckley [*], y desde niño me había dado cuenta de que mis argumentos sobre “por qué deberías comprarme una bici de cross bien chula” no eran ni remotamente parecidos a los de Buckley. Pero siempre me escuchaba. Siempre me dio la oportunidad de crear puntos de vista válidos. Y al final me encontré dando pedaladas alrededor de Ithaca.
Tenía una paciencia increíble. Sus fans podían aparecer constantemente para hacerle preguntas, pedirle autógrafos o una foto con él. A veces podía ocurrir en un mal momento –si habíamos salido a cenar, disfrutando de una conversación– pero no recuerdo una sola vez tratando a alguien sin muestras de respeto. De niño, él tenía una gran pasión por la ciencia –quería saber por qué las cosas eran como eran– y mantuvo esa pasión durante el resto de su vida. Esto le hizo plenamente comprensivo con cualquiera interesado en aprender. Les hacía espíritus hermanados, y quería compartir todas las maravillas y alegrías que del Cosmos pudo entender.
Cuando hablábamos sobre cómo sería el mundo dentro de 25, 50 o quizás 100 años, decía que era consciente de que habría graves dificultades y retos por delante, pero también creía que todos estaríamos dispuestos a afrontar la tarea. Creía en el ingenio humano y en la compasión, en pensamientos a largo plazo y no a corto plazo, en poner nuestras numerosas diferencias a un lado. Creía en un mañana mejor. Creía en nosotros.

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