miércoles, agosto 06, 2008

Historia de Venezuela contada por el literato Eduardo Casanova: "El Paraíso Burlado" ("Capítulo I: El Paraíso Partido: El Topetazo")

RECOMENDADO PARA ESTUDIANTES COMO GRATA NARRACIÓN DE NUESTRA HISTORIA

TEMAS: VENEZUELA INDÍGENA Y VENEZUELA HISPANA (O COLONIAL). EXPLORACIÒN Y CONQUISTA DEL TERRITORIO.

EL SUBRAYADO ES NUESTRO.

Eduardo Casanova

El Paraíso Burlado

(Venezuela desde 1498 hasta 2008)

I

El Paraíso Partido

(Venezuela antes de la Independencia)

El Topetazo

El Topetazo al que se refirió Leopoldo Zea se dio, en el caso de Venezuela, el 5 de agosto de 1498, durante el tercer viaje de Cristóbal Colón. El almirante había salido de Sanlúcar de Barrameda el 30 de mayo, convencido, como lo estuvo hasta el final de sus días y de sus noches, de que se dirigía al continente asiático. Cuando volvió a ver las tierras del Nuevo Continente, las miró con los ojos enfermos, al extremo de que temió muy seriamente que se quedaría ciego. El 31 de julio, entre las brumas de la supuración, pudo notar tres cerros, por lo que bautizó el lugar con el nombre de Trinidad, la isla que a fines del siglo XVIII dejó de ser española para hacerse inglesa, pero aun siendo inglesa, fue parte importante en el proceso de la Independencia venezolana, en especial en lo relativo al Oriente. Poco después se le aparecieron al Poniente otras tierras, que lo impresionaron de tal manera que las bautizó Tierra de Gracia, sin atreverse aún a decir que se trataba del continente (que para él seguía siendo Asia). Casi de inmediato se encontró con un curioso fenómeno, una turbulencia y mezcla de aguas dulces y saladas que le hicieron creer firmemente que estaba muy cerca del Paraíso Terrenal, que, conforme a sus conocimientos bíblicos, ratificaba su idea de que estaba en Asia: “yo jamás leí ni oí que tanta cantidad de agua dulce fuese así adentro e vecina de la salada, y en ello ayuda asimismo la suavísima temperancia; y si de allí del Paraíso no sale, parece aún mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan hondo”, fue lo que dijo. Pero en verdad Colón no estaba siendo ni fantasioso ni audaz, pues, como afirma Ángel Rosenblat, Colón se basaba en conocimientos científicos (“opiniones de santos y sabios”) de su época para lo que afirmaba: “muy asentado tengo en el ánima que allí donde dije es el Paraíso terrenal, y descanso sobre razones y autoridades sobrescriptas” (Rosenblat, Ángel, La Primera Visión de América y otros estudios, Ediciones del ministerio de Educación, Colección Vigilia, 8, Caracas, Venezuela, 1965, p. 22). Y es que en verdad se había tropezado con uno de los sitios más hermosos del planeta: La desembocadura del río Orinoco, que sí tiene mucho de Paraíso Terrenal. Veía por primera vez un paisaje que aún hoy deja sin aliento a cualquiera y que, en efecto, tiene todo para parecer el sitio perfecto, ideal, del que fueron expulsados Adán y Eva a causa del pecado original.Para ser absolutamente justos, ese fue el día en que Colón desvió en verdad el curso de la Historia universal. No lo había hecho en 1492, cuando se topó, por accidente y cuando estaba a punto de rendirse, con un espacio que hasta entonces los europeos habían ignorado por completo aun cuando algunos de ellos, los escandinavos, hasta lo habían habitado por algún tiempo sin saber que se trataba de un mundo distinto al que conocían. Lo hizo, por fin, en 1498, cuando creyó encontrarse con el Paraíso Terrenal y empezó a difundir la idea de que la Edad de Oro no sólo había existido, sino que existía aún en una tierra que el almirante había mirado desde su propia bruma. Como dice Arturo Uslar Pietri: “Esta noticia fue, acaso, más importante que la del mero descubrimiento de un nuevo continente y sus consecuencias de toda índole fueron gigantescas” (Uslar Pietri, Arturo, Godos, insurgentes y visionarios, Editorial Seix Barral, S.A., Barcelona, España, 1985, p. 18). Entre otras cosas fueron gigantescas porque despertaron en el ser humano una capacidad de soñar que apenas había existido en tiempos de los griegos, y que llevó a la creación de Utopía y de todas las grandes maravillas y también los disparates que han conducido al ser humano a descubrirse a sí mismo más allá de la simple superstición.Algunos días después, entre el 13 y el 14 de agosto de 1498, el Almirante, desde su nave, percibió con aquellos ojos que empezaban a sanar la silueta de una isla, y recibió a bordo a unos amigables nativos le dieron, como regalo de bienvenida y sin sospechar lo que esa amabilidad les costaría no mucho tiempo después, unas magníficas perlas que abrieron la codicia de los navegantes. El Almirante, fecundo en recursos, como el homérico Ulises, el Laertíada de linaje de dioses, llamó a la isla Margarita, perla en latín, supuestamente en honor a la Infanta de las tierras españolas, como muy servilmente dijo entonces para que así constara en los archivos y en las mentes de los gobernantes a la hora de dar prebendas y beneficios a quien tanto honor les hacía, pero en realidad era por la codicia, por las riquezas que yacían bajo esas aguas claras y frescas que recibían todos los días, entonces como ahora, la caricia del Sol.Y por mucho tiempo esas perlas, margaritas en latín, decidieron la suerte tanto de Margarita como de Coche y Cubagua, que son las otras dos islas que hoy forman el estado Nueva Esparta, que, como es usual en los nombres dados por los españoles y sus descendientes a los sitios, de Esparta tiene poco o nada.Fue la avidez de los buscadores de perlas lo que llevó a muchos españoles a poblar la isla de Margarita y a dominar a los indios guaiqueríes, que vieron cambiar su isla, convertida en 1525 en dependencia directa de la corona española y en la primera de las provincias que con el tiempo formarían Venezuela. Fue, además, el único caso de gobernación hereditaria que se produjo en estas tierras, pues una capitulación dada el Madrid el 18 de marzo de 1525 concedió el poblamiento y colonización de Margarita “por dos vidas” a Marcelo de Villalobos, auditor de la Real Audiencia de Santo Domingo, que murió en 1526 sin llegar a la isla, por lo que su viuda obtuvo de la corte que se designara a su hija, Aldonza, gobernadora, aunque fue la madre la que ejerció el poder durante la minoridad de la hija, en medio de un pleito con los habitantes de Cubagua, que aspiraban a que se les diera la jurisdicción de Margarita. Aldonza Manrique se casó con el conquistador Pedro Ortiz de Sandoval y juntos reclamaron el poder, que ejercieron hasta 1546, año en el que murió Ortiz. El cargo fue heredado por el nieto de Aldonza, Juan Sarmiento de Villandrando, que tuvo que combatir a varios piratas y gobernó la isla hasta que la bala de un cañón inglés lo mató y tiró su cuerpo al fondo de un mar que ya estaba quedándose sin aquellas célebres perlas, margaritas en latín, en el mes de noviembre de 1593. Allí, en el fondo de las aguas claras que rodean la isla, terminó para siempre la gobernación hereditaria de la isla.No fue, pues, nada afortunado el inicio de la conquista española en esa región. El nombre de Margarita, perla, podría decirlo todo. Colón y sus hombres se extasiaron ante los grandes ostrales y sintieron enormes codicias que inevitablemente tenían que levantar también inmensas resistencias entre los indígenas.Era tal la abundancia de perlas que de inmediato se corrió la voz y empezaron a proyectarse las llamadas Expediciones Parianas. En 1499 fue la primera, organizada por Alonso de Ojeda, que además de llevar una copia del mapa que había hecho Colón en 1498, enlistó en la expedición a Juan de la Cosa, que había estado antes en el sitio, y a un florentino, navegante, cosmógrafo y científico, que gracias a un error cometido en 1507 por Martin Waldseemüller terminó dándole su nombre al nuevo continente: Amerigo Vespucci. Apuntaron mal y se toparon con el continente –desde luego, aún no podía imaginarse que quien le pondría su nuevo nombre acababa de verlo por primera vez– en lo que es hoy Brasil. De allí enfilaron al Norte y recorrieron más o menos los mismos parajes que recorrió Colón. Uno de los aspectos más significativos de ese primer viaje pariano, es la condición pacífica y hasta amistosa de los indígenas del Oriente venezolano, que contrasta de manera brutal con los que se encontraron Ojeda y los suyos poco después, cuando pasaron por Chichiriviche y fueron inmediatamente repelidos y atacados por los naturales, de modo que tuvieron que huir hasta llegar a una “isla de gigantes” que resultó ser Curazao. Poco después, en la costa occidental de lo que hoy llamamos Golfo de Venezuela, se toparon con una población hecha sobre el agua, y al fin y al cabo Vespucci era florentino y tanto él como sus compañeros algo amigos de inventar, de manera que bautizaron al sitio “Venezuela", pequeña Venecia, Venecia venida a menos; Venecia disminuida. Venecia deleznable. Y eso que no sabían que algún día tendría petróleo. De regreso a España, las cuentas no los favorecieron, pero juraban que las riquezas eran enormes, y todos los que oyeron sus historias, se lo creyeron. Nacía la verdadera quimera del oro.La segunda expedición fue más pragmática. Salió de Sanlúcar de Barrameda el mismo año de 1499. La organizaron Pedro Alonso Niño, compañero de Colón, y Luis Guerra, comerciante sevillano, que impuso el mando de su hermano Cristóbal, hombre de pocas pulgas y muchas agallas. De regreso a España llevaron gran cantidad de oro, perlas e historias fantásticas y, sin darle mucha importancia, descubrieron las salinas de Araya.Pródigo en viajes fue ese año de 1499. Otro de los veteranos del Almirante Colón, Vicente Yáñez Pinzón, lo llevó a ver ese río que parecía un mar, y también a tropezarse con indios ariscos que le recibieron muy mal. El padre Las Casas supuso que Yáñez Pinzón había causado el mal humor de los naturales. Pero los naturales ya conocían a otros que deben haber dejado un pésimo recuerdo. Lo cual no obsta para suponer que Yáñez Pinzón se ganó la fama de malvado que tuvo mientras vivía y mantuvo después de muerto: Al naufragar a causa de una tormenta y verse obligado a bajar a tierra, en la creencia de que estaba más allá del Ganges, dudó entre “ya en prepararse domicilio, ya en matar a todos los habitantes vecinos". Mucha razón tuvo uno de los más grandes humanistas de nuestra historia, el doctor Isaac J. Pardo cuando, mientras revisaba este mismo panorama, hizo, con su acostumbrado humor caraqueño, un agudo comentario a guisa de reflexión: “vemos que Las Casas no andaba muy descaminado en sus conjeturas” (Pardo, Isaac J., Esta Tierra de Gracia, 6a. Edición en M.A., 1988, Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela, 1988. p. 29).Un segundo viaje de los hermanos Guerra, que le hacían honor a su apellido, hacia fines de 1500 o comienzos de 1501, debe haber potenciado hasta lo imposible la pésima idea que sobre aquellos bárbaros barbados, capaces de matar a sus propias madres y engullírselas fritas en aceite extraído de sus propios padres, se habían formado los indígenas, que si bien se comían de vez en cuando a sus prójimos, lo hacían por razones ceremoniales, y a veces más que nada por calmarse el hambre, o por admiración hacia las virtudes de aquellos que convertían en parte de su menú, lo cual, desde luego, no debió hacerles ninguna gracia a los comidos, pero es, por lo menos, explicable, aunque no del todo excusable. En todo caso, los llamados civilizados hicieron todo tipo de desastres y regresaron cargados de cuentos y fantasías, pero también de perlas, oro, palo de brasil, Cañafístola y esclavos, que no se sentían nada felices de viajar encadenados y ser exhibidos como monos de circo en un país en donde el frío y las enfermedades darían cuenta de ellos en poco tiempo. No debe haberles servido de consuelo el que las autoridades hicieran preso a Cristóbal Guerra y ordenaran la libertad de los indios capturados y que se les regresara a sus lugares de origen. Si los devolvió, no le hicieron ninguna buena propaganda a su regreso, porque al parecer, en otro viaje en 1509 los indios del Golfo de Urabá se lo cargaron en venganza porque se había llevado como esclavo a su cacique. Pero esa no fue la única forma de venganza de los indígenas. Hubo otra bastante más completa y masiva: la Sífilis (bubas, mal francés o morbo gálico), una forma clínica de treponematosis tropical y rural, llamada también Framboesía, que llegó a ser epidémica y aún hoy, aun cuando puede decirse que la medicina la ha dominado, causa estragos. Es muy probable que haya viajado a Europa antes de que llegara Colón, posiblemente llevada por los Vikingos, pero en realidad se difundió en forma casi masiva cuando los marineros de Colón la llevaron consigo al regresar a sus viejos pagos.Otro Alonso de Ojeda, como para hacer más difícil la historia con la confusión de nombres, exploró también la región, así como Gonzalo de Ocampo, y mientras buscaban riquezas y aprendían a conocer el espacio, seguían haciendo barbaridades, matando indígenas, violando sus mujeres, haciéndolos esclavos para tener mano de obra a precios viles y llevando a cabo otras lindezas por el estilo.En todo caso, pronto se vio que no había en Venezuela expectativas de grandes riquezas mineras, por lo que la población europea que en ella se estableció no fue igual a la que ocupó Santo Domingo o Cuba, que eran centros de poder, o a la que ocupó México, Perú, Bogotá y Buenos Aires, que eran centros de riqueza. Eso tendría gran importancia en lo que ocurrió a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Por su pobreza, Venezuela no atrajo tanto a los logreros ni a los poderosos de entonces, integrantes de la alta nobleza. Se establecieron en sus tierras descendientes de antiguos hidalgos; como dice también Isaac J. Pardo: “Se nacía hidalgo en tanto que a caballero ascendía cualquiera por poco que lo ayudara la fortuna: ‘Puede el Rey hacer caballero, mas no fijodalgo’. De un lado mira el hidalgo con soberbia hacia arriba, hacia el Rey y sus caballeros. Del otro lado mira con desprecio hacia abajo, hacia la plebe. (…) Hidalgo es el escudero del Lazarillo de Tormes, tan mísero como arrogante, e hidalgo es Don Quijote. Hidalgos serán Hernán Cortés y Lope de Aguirre. Nuestro flamante capitán Garci González de Silva era un hidalgo a carta cabal.” (Pardo, Isaac J., Op. Cit., p. 210).Ya plenamente instalado el dominio del rey español sobre las tierras del nuevo mundo, los caballeros del Rey iban a Lima, a La Habana, a Santo Domingo a México, primero, y después a Santa Fe de Bogotá y a Buenos Aires. Y no a quedarse, sino a gobernar y después volver a la corte de Madrid. La plebe los seguía en busca de riquezas rápidas que les permitieran regresar a Europa como indianos. En cambio los hidalgos, orgullosos y arruinados, viajaron a Venezuela y a zonas como el Norte de Argentina a quedarse, a radicarse, porque en Europa no tenían nada que buscar. Pero tampoco supieron ganarse el cielo en esta tierra de desgracias. Aunque no lograron superar ni en número ni en calidad las atrocidades que hicieron los ingleses en América del Norte, sí despojaron a los legítimos dueños de sus tierras, sí los mataron, sí les pegaron enfermedades que los diezmaron, sí violaron a sus mujeres y sí les transmitieron feas costumbres que acabaron para siempre con el Paraíso sin sustituirlas por otras que podrían haber significado progreso material.Bien podríamos llenar un archivo del tamaño del de Indias, en Sevilla, contando las atrocidades de aquellos aventureros, logreros, secundones, trepadores y hasta caballeros disminuidos que vieron en el descubrimiento la oportunidad de enriquecerse rápidamente, o de vencer la mala jugada que la naturaleza les había infligido al no hacerlos nacer primogénitos ni ricos. Pero hay mucho más que contar, porque al fin y al cabo muchos de los que cruzaron ese inmenso río que es la mar océana no venían en verdad a dañar a nadie, sino en la creencia de que tendrían aquí una nueva vida y, buena o mala, la tuvieron. Y la crearon. Aquello fue un estupro telúrico, grandioso, del que salió, en el caso nuestro, un verdadero Nuevo Mundo. Y gracias a ellos, podemos contar todo esto en español.

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