sábado, enero 09, 2010

Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) señala el significado histórico de la acción pública de Rafael Caldera (1916-2009)

Artículos de opinión de los historiadores
Transcribimos el artículo del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábado en
El Universal.

El doctor Caldera
La política como testimonio de ilustración lo debe colocar entre sus voceros descollantes
Debo decir que ejercí un cargo público durante el segundo gobierno del doctor Caldera, y que me sentí honrado de acompañarlo. Debo también decir que la relación con quien era entonces el jefe del Estado, sin ser cercana de veras, se remontaba a los días de mi infancia en Boconó. Mi familia, especialmente mi madre, sentían especial devoción por su figura y por lo que representaba el Copei de los primeros tiempos. Los vínculos de colaboración y los recuerdos lejanos deben influir en lo que viene de seguidas; aunque también, según espero, la obligación de un opinador que cambió su parecer sobre las vicisitudes del país en la medida en que tropezaba sus escollos o formaba parte de ellos. De tales peculiaridades manan los comentarios de hoy sobre el hombre recientemente fallecido.

Un apunte sobre el trato de la política, en primer lugar. Estamos frente a un rasgo del estadista que debemos rescatar. El erizamiento que caracteriza el desenvolvimiento de los negocios públicos a partir de la desaparición del gomecismo, concluye o se hace menos acuciante cuando el joven Caldera se interesa por ellos. La obligación del diálogo fundamentado en ideas, el desprecio por los insultos en la tribuna, la preocupación por hacerse de un discurso convincente en cuyo contenido había poco lugar para las puyas habituales y para los dicterios, abre un horizonte desconocido en Venezuela desde las horas terribles de la federación. Sí, después de medio siglo de silencio, se pasa a la etapa de sonados agravios en el quehacer de quienes hacen el trabajo de gobernar o de oponerse a los gobiernos, las maneras mesuradas del flamante líder y lo que trasmitió de ellas a sus seguidores, introducen una mudanza que no debe pasar inadvertida. No se trata ahora de alabar el nacimiento de una política aferrada a la Urbanidad de Carreño, sino de apreciar la apertura de unos vínculos respetuosos y respetables entre adversarios, y aun entre criaturas de una misma bandería, sin los cuales no era posible la construcción del proyecto democrático a partir del derrocamiento de Pérez Jiménez. Tampoco se pretende ahora la apología de las formalidades, sino sólo llamar la atención sobre cómo resultaba imposible el entendimiento sobre las urgencias de la sociedad, rasgo esencial de la segunda mitad de nuestro siglo XX, sin el reconocimiento de los pares que distinguió la conducta de quien no quiso que la república fuera asunto de ventilar revanchas y rencores frente al pueblo.

De allí la alternativa de la pacificación, que lleva a cabo durante su primera administración. Pasar a la concordia después de casi una década de conflicto armado y luego de la difusión de un pensamiento extremista que no aceptaba las pautas de la democracia representativa, pasar del miedo compartido en los campos y en las ciudades a una rutina de esperanza y normalidad, no puede convertirse en fenómeno concreto sin el empeño de una voluntad formada en la atención de las necesidades y los anhelos de quienes transitan derroteros antagónicos. La vida según se entiende a partir de 1958 se fortalece en adelante, los grandes partidos pueden prestar mejor atención a las urgencias del país, si tienen el deseo de hacerlo; los partidos pequeños y las fuerzas subversivas encuentran lugar bajo el sol venezolano, para que la sociedad, sin la conminación de la violencia, haga lo que debe o lo que puede hacer, bueno o malo. Gracias a la curación de cicatrices que entonces realiza, el país se transforma en términos positivos, pero también su figura. Supera los linderos de los movimientos y de las organizaciones establecidas, para caminar después sin su muleta cuando comienzan a perder el favor de las multitudes.

Una última observación, debido a los aprietos del espacio, referida a su formación intelectual. Colegial aplicado y puntual, biógrafo célebre a los diecinueve años, catedrático de Sociología del Derecho en la universidad, formador de generaciones de abogados y servidores públicos, investigador de la obra de Andrés Bello y autor de ensayos dignos de atención, sus luces le permiten un encumbramiento capaz de concederle lugar de excepción entre los miembros de la dirigencia en el país contemporáneo. La política como testimonio de ilustración lo debe colocar entre sus voceros descollantes. Una analogía con sus compañeros de viaje, pero en especial con los dirigentes de la actualidad, lo debe ubicar cabalmente en nuestros anales. Algo de eso se ha intentado ahora, sin la pretensión de ofrecer una lección de politología ni un análisis objetivo. Habrá tiempo de hacerlos, cuando el paso del calendario lo aconseje. De momento, el capricho de la pluma sólo ha querido detenerse en algunas de sus cualidades más evidentes. eliaspinoitu@hotmail.com

Página oficial sobre Rafael Caldera acá.

4 comentarios:

José Ignacio Caballero dijo...

A mis treinta y seis años,uno de los mejores momentos de mi vida, fue cuando serví a mi patria como voluntario en el ejército donde con orgullo fui un Guardia de Honor perteneciente a la escolta presidencial del entonces primer mandatario nacional: Dr. Rafael Caldera, en su segundo mandato. Un verdadero Honor haber estado a las órdenes del hoy difunto ex presidente y su familia. Un gobierno que marcó un hito en nuestra historia política.

Profeballa dijo...

Amigo Josè: Saludos y mil gracias por tan importante testimonio. Cuando pueda, sòlo si se puede, denos detalles de esa experiencia. En especial, en el trato con el Presidente Caldera. Yo tambièn servì en dicho gobierno como funcionario pùblico (en aquel entonces no se exigìa ser de un partido para ser funcionario, por lo menos a mì no me lo exigieron; hasta era de oposiciòn a Caldera), pero le soy sincero, yo no en ese momento ni nunca, fuì calderista, pero tengo una profunda admiraciòn por el legado de Caldera como "pròcer civil" de nuestra democracia.

José Ignacio Caballero dijo...

Como soldado no pasé más allá del tercer anillo de seguridad. Sin embargo, al pertenecer al Batallón de Custodia ubicado en la Casona tuve contacto cercano con el ciudadano Presidente cuando me tocó cubrir servicio en algunas de la puertas de la residencia presidencial y en su casa particular "Tinajero" ubicada en la Urb. Los Chorros. También brindé protección a sus nietos Araujo Caldera tanto en su vivienda como en algunos sitios públicos del área metropolitana, al igual que a otros de sus familiares directos en sus respectivas moradas. Muy buena gente todos, pues, a pesar de que era personal de tropa nos dieron a mí a mis compañeros siempre un trato digno. Eso que Usted dice es cierto, y así lo respiré estando allá, eran aires insitucionales, democráticos...UN AMBIENTE CIVIL.

Inclusive recuerdo a la oficialidad, actuaban dentro del radio de sus atribuciones y competencias. Unos Militares dignos. Ellos se deben sentir igual de orgullosos que yo.

Cuando me fui de baja (licenciamiento) y regresaba a la vida civil, extrañé estar con esa gente, pero entendí que había cumplido con mi deber y tenía que seguir y darle paso a los que me seguían, un buen ejemplo de un Estado democrático, nada puede ser eterno ni personal.

Saliendo me ofrecieron la oportunidad de ingresar a un desaparecido organismo de seguridad, muy odiado por los comunistas, donde tampoco se le exigía a sus funcionarios pertenecer o comulgar con la ideología partidista del gobierno de turno.

Nunca nadie me coaccionó para que votará en contra o a favor de algún candidato presidencial, y salí removido de esa fallecida institución (hoy convertida en una para-guerrilla sin uniforme) por ser fiel a mis principios y valores, egresando por convicción propia de donde ya era deprimente
laborar.

Profesor Usted es un valiente!

Lo apoyo desde mi humilde rancho.

Saludos.

Profeballa dijo...

Gracias por el testimonio. La verdad es que no lo soy amigo, pero muchas gracias!.
un abrazo

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