sábado, enero 17, 2009

Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) nos explica para qué sirve la historia

Artículos de opinión de los historiadores

Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal. El subrayado es nuestro.

¿Para qué sirve la historia?

Sólo en apariencia vive ahora la historia en Venezuela sus mejores días
No es una pregunta nueva, ni tema susceptible de respuestas sorprendentes a estas alturas de la evolución de las ciencias sociales. Ya un notable historiador del siglo XX venezolano, Eduardo Arcila Farías, con un título del cual se apropia la columna de hoy ofreció explicaciones suficientes sobre cómo puede determinar el presente lo que resucitamos del pasado a través de la investigación, o lo que sucede con el ayer cuando nos convierte en sus herederos y en sus renovadores. Sin embargo, una tendencia evidente de la actualidad ofrece la posibilidad de sugerir una pista diversa sobre cómo se puede interpretar el asunto partiendo de la consideración de nuestras urgencias.
Tal vez como nunca, la historia está presente ahora en la rutina de los venezolanos. Antes se asomaba en los manuales, en las celebraciones patrióticas y en los discursos de los políticos, pero sin la contumacia de hoy, sin una frecuencia debido a la cual se puede pensar que sea el saber preferido de la gente. Se pueden manejar dos ideas sobre una presencia que ha pasado de la intermitencia al avasallamiento. Primera: cuando el presente se convierte en un rompecabezas sin soldadura, cuando las pistas del entorno no sirven para explicar los sucesos que discurren frente a nuestras narices, la memoria se activa en la búsqueda de interpretaciones que rebuscan en los antecedentes de la sociedad. Segunda: es compañía cercana por la insistencia de Chávez en remontarse hacia el pasado en términos desenfrenados, tras el objeto de convertirlo en puntal de su personalismo. De la mirada puesta en las raíces de un problema no se puede llegar a actitudes de reprobación, sino más bien de regocijo por lo que tiene de interés en salirse de la superficialidad. Del empeño del mandón se puede sentir que no sea nada nuevo, pues desde el siglo XIX han sobrado los mandones machacando lecciones triviales con el objeto de que se les juzgue como antídotos de ogaño fraguados en lo mejor de antaño. Sólo que, debido al uso desmedido de los medios radioeléctricos, pasa el mandón de hoy a figurar como predicamento excepcional entre los inquilinos de la casa de gobierno metidos en las once varas de explicar el pasado sin contar con las herramientas para hacerlo con responsabilidad.
Sólo se piensa ahora en un par de razones sobre la proliferación de los discípulos de Clío, pero se acude a ellas porque no marchan cada una por su lado, sino juntas en un afán de perjudicial desembocadura. Partiendo de lo expuesto el lector puede compartir la tesis de que sea la historia el arma más socorrida de los venezolanos de la actualidad, pero sin calcular los males que acarrea. De allí la obligación de formular la interrogante que sigue: ¿acaso no sirve para la justificación de cualquier tipo de batallas, y como trinchera para disparar a los rivales sin necesidad de cambiar de perdigones? Tomemos el caso del perdigón Bolívar, sobre el cual predomina unanimidad en la preferencia de los memoriosos para sus batallas. Sean del gobierno o de la oposición, las escopetas de la muchedumbre de memoriosos se alimentan con la misma pólvora y se disparan sin concierto, independientemente del blanco que procuren. Acudamos también al caso del perdigón Cipriano Castro, de moda recientemente, para comprobar cómo funciona a la perfección para multiplicidad de propósitos, victoriosos todos, patrióticos todos, sin que los tiradores piensen en la efectividad de sus intentos antes de disparar. Tómese cualquier otro caso trasegado por la política de nuestros días, para demostrar que remite a una utilización indiscriminada de la historia cuyo corolario, en lugar de la claridad y la pertinencia, es una peligrosa confusión.
No deja uno de congratularse por ver a Chávez convertido en un Polibio de los llanos y a los opinadores y los políticos actuando como una multitud entusiasta de Herodotos, lo mismo que los amigos en las tertulias, pero el gozo se hunde en el foso cuando, de tanta y tan grosera utilización, se convierte la historia en un telón que impide ver la realidad. De tanto empeñarse en disputar sobre los hechos del pasado, los del presente se pierden en la trastienda. El afán de traducir los enigmas del día según las señales de la antigüedad nos revuelve en una noria de salidas que no existen porque no están al alcance de la mano, de fantasías cuya resurrección es inútil porque son demasiado viejas, demasiado manidas, demasiado ubicuas, sin la originalidad que sólo puede aclimatarse en épocas realmente dotadas de la capacidad de diseñar un futuro prometedor. De allí que sólo en apariencia viva ahora la historia en Venezuela sus mejores días. Viste galas de patrona, pero de una procesión que debe mudar sus liturgias para salir del oficio de difuntos que es ahora. eliaspinoitu@hotmail.com

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