miércoles, junio 12, 2013

“Memorias de Mamá Blanca”: metáfora de la Venezuela colonial

Publicado en: Noticiero Digital
Autor: Carlos Balladares Castillo




“Memorias de Mamá Blanca”: metáfora de la Venezuela colonial


Una de las cosas maravillosas de la lectura es que siempre descubres nuevas perspectivas de la realidad. Y al conocer y ser “atrapado” por la obra de un nuevo autor, es inevitable exclamar admirado: ¿¡Cómo no lo leí antes?! Así me ha pasado al leer por primera vez: “Memorias de Mamá Blanca” (editada en Madrid por ALLCA en 1988) de la escritora venezolana: Teresa de la Parra (1890-1936). Lo bueno de leerla ahora es que lo he hecho con los ojos del historiador, y he quedado fascinado con la mirada nostálgica de una Venezuela moderna (realmente en vías de serlo) sobre sus tiempos rurales y semiaristocráticos de la Colonia.

El inicio de esta novela corta me gustó mucho, porque me recordó a mis dos abuelas y las casas donde vivían. Muy especialmente la casa de mi abuela materna; abuela que por cierto, tenía el mismo nombre que la protagonista: Blanca (y que todos los nietos llamábamos “Mamaca” (1925-1997)). De igual manera, el uso del estilo literario de las memorias me pareció atractivo, y especialmente la razón que alega Mamá Blanca para hacerlo: “Me dolía tanto que mis muertos se volvieran a morir conmigo que se me ocurrió la idea de encerrarlos aquí.” (p. 12). ¡¿Qué historiador no se siente atraído por una autobiografía?!

La novela en su totalidad la interpreto como una hermosa metáfora sobre la sociedad de los tiempos hispanos de Venezuela, los cuales no terminaron con la Independencia sino que se prolongaron hasta principios del siglo XX; y que son representados en el micromundo de una hacienda de caña de azúcar. En cada capítulo logra describir magistralmente algún actor de dicha sociedad, y como se relacionan entre si cada uno de esos actores o grupos sociales. Pero el texto no se limita solo a esta comparación, sino que también nos ofrece una descripción de varios modelos sociopolíticos y/o doctrinas: la aristocracia, el caudillismo, el positivismo, la democracia e incluso el comunismo.

Al principio describe los padres y las niñas, entre las que se encuentra ella misma: Blanca. Ellos son la nobleza feudal (la aristocracia), “dueña” de la hacienda “Piedra Azul” de Tazón, los cuales viven en la Casa Grande y gobiernan paternalmente sobre el resto de los peones y empleados. ¿Cómo no pensar en los “padres de familia” que gobiernan sobre la “multitud promiscual” descritos por nuestras Constituciones Sinodales (1687) vigentes hasta 1904? Luego aparece el “primo Juancho” que describe como “lo sublime y lo cómico” (p. 48), que vive quejándose del país, que posee sabiduría y conocimientos de nuestra realidad (desde la perspectiva positivista), pero que nunca logra llegar a un cargo político. Yo veo en el a los civiles, segundones de nuestra historia, a pesar de su formación y preocupación por el país. Después está el personaje más fascinante de todos: “Vicente Cochocho”; verdadera personificación del pueblo, del peón empobrecido, y del “buen salvaje” (“su alma desconocía el odio” (p. 71)). Posee las virtudes de la generosidad, alegría, cortesía, laboriosidad, humildad, religiosidad popular católica (jamás ortodoxa, se puede decir sincrética), hombre de honor, caudillo y muy especialmente: es resignado, porque: “¡Quién ha visto peón negro con casa de teja” (p. 74). Al final, Mamá Blanca-Teresa de la Parra da su visión pesimista de la democracia que parece venir, en lo que llama “la república de las vacas” (p. 99); donde el ganado vive en condiciones desiguales pero todas están contentas por el trato del vaquero populista, que al final las hace producir y le roba al dueño de la hacienda al sacar las cuentas.

Todo este mundo desaparece con la migración a la ciudad, donde las niñas dejan de ser individuos (más bien princesas) y pasan a ser parte de la masa, “hormigas, quienes al caminar unas tras otras se pierden felices dentro del anónimo y la uniformidad” (p. 116). Es tal la tragedia que muere una de las niñas, como si con su muerte se acabaran los tiempos de la colonia. Es verdad que en la hacienda (en la colonia), podría concluir la novela, existía un orden jerárquico injusto (aunque visto como natural), pero cada grupo estaba en su pequeño universo que nadie intentaba sobrepasar. De esa forma el pasado queda entonces como una “edad de oro”, al cual nunca se le puede volver, porque como a “Vicente Cochocho se lo comieron los zamuros”. 

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