miércoles, mayo 15, 2013

El “lector socrático” de Rafael Tomás Caldera o la importancia de leer los clásicos



Autor: Carlos Balladares
Publicado en: Noticiero Digital.

La lectura es uno de los grandes placeres de la vida, y uno de los medios fundamentales para la formación humanística. No se puede comprender la educación universitaria sin el diálogo en torno a un texto, pero no nos referimos a cualquier texto sino a los clásicos. El problema es que la lectura en la actualidad, a pesar de la extensión de la alfabetización y el fácil acceso a los libros (por lo menos a los escritos antes del siglo XX), ahora padece la consecuencia del dominio de los medios de comunicación y las redes sociales del internet. El profesor Rafael Tomás Caldera, trata estos temas en: “Una invitación a leer (mejor)” (Caracas: Universidad Monteávila, 2012).

Los libros del maestro Caldera, debemos advertir, son textos que no pueden leerse una vez sino muchas veces, para lograr comprenderlos y lograr el mayor provecho posible. Así ocurre con todas sus obras por estar impregnados de la sólida formación filosófica que posee, junto con una permanente intención pedagógica. En torno a este escrito estuvimos discutiendo por algunas semanas, un pequeño grupo de estudiantes bajo la guía de la filósofa Sandra Timaure. Seguramente algunas de las ideas que expondré en esta brevísima reseña fueron tomadas de dicha discusión. 

¿Por qué “una invitación a leer mejor”? ¿Acaso no se lee bien hoy? No, no se lee bien, porque se hace de manera fragmentaria y fuera de contexto (pp. 41-42). Si en el pasado la lectura era algo exclusivo, hoy en día cuando estas limitaciones se han superado relativamente, tenemos el problema la cultura de la distracción que han establecido los medios al “ocupar todo nuestro tiempo” (p. 39). Somos incapaces de concentrarnos porque los periódicos, la radio, la televisión, el twitter y facebook (por solo señalar los más importantes medios) nos mantienen “adormecidos” en una realidad aparente (pp. 40 y 43). ¿Qué hacer entonces?

La respuesta que ofrece el autor es el asumir la actitud de Sócrates al leer, que según Jenofontes la describe con los siguientes palabras: “(…) los tesoros de los hombres sabios de antaño, que en herencia nos han dejado escrito en libros, desenrollándolos en común con los amigos, los voy pasando y, cada vez que vemos algo bueno, lo sacamos aparte y lo guardamos.” (“Recuerdos”, I, VI). Rafael Tomás Caldera lo describe como una “conversación en torno al texto” lo cual tiene una “función terapéutica y mediadora” (p. 35). Pero no es leer cualquier libro sino los clásicos. Los “grandes libros” que son tales porque tratan “aspectos relevantes y permanentes de la condición humana” (p. 22), se adaptan a todos los tiempos (dialogan con nosotros y nuestra realidad), y su lectura es un placer porque (siguiendo a Kierkergaard) su forma y contenido alcanzan la perfecta armonía (p.23). 

Ser un “lector socrático” es “conversar” con el libro, y esto solo se logra si nos apartamos del mundo de la distracción (poseemos la disciplina mental para ignorarlo). Y es allí, en el sosiego; cuando nos enfocamos en descubrir el sentido de la estructura y fin del libro. Identificamos las preguntas que se hace el escritor, el por qué las hace, y cuáles son sus respuestas: los argumentos que sostienen su tesis. Este diálogo exige la relectura, momento en el cual debemos hacer nuestro lo que hemos leído; y la mejor manera de hacerlo es cuando podemos escribir sobre el mismo. Es ese momento cuando el libro ya es parte de nuestras vidas, y se convierte en “el puente” entre la opinión cotidiana y “una mejor verdad de las cosas”, y “dicho tránsito” logra muy posiblemente nuestro perfeccionamiento (p. 60).

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