Artículos de opinión de los historiadores venezolanos
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Manuel Caballero que publica todos los domingos en El Universal.
Las batallas del general Briceño Rangel
Hay sogas que, al nombrarlas, pueden servir para amarrar al metedor de pata. O para colgarlo
Para molestar a los brasileños, con ese amor correspondido que los argentinos les profesan, en Buenos Aires se puso de moda un chascarrillo donde aparecían los generales Eisenhower, Montgomery, Zukov y Castelo Branco, comandantes de los ejércitos vencedores en la Segunda guerra.
Hay sogas que, al nombrarlas, pueden servir para amarrar al metedor de pata. O para colgarlo
Para molestar a los brasileños, con ese amor correspondido que los argentinos les profesan, en Buenos Aires se puso de moda un chascarrillo donde aparecían los generales Eisenhower, Montgomery, Zukov y Castelo Branco, comandantes de los ejércitos vencedores en la Segunda guerra.
Cada uno traía prendido en la guerrera una sola condecoración, la más alta por méritos militares, ganadas por dirigir triunfalmente sus ejércitos en la contienda. Todos, menos el brasilero, quien tenía toda la chaqueta, por detrás y por delante y las perneras del pantalón cubiertas por condecoraciones. Cada quien enumeró las batallas victoriosas que habían comandado y que le habían merecido aquella única y muy alta condecoración.
"Buena conducta"
Cuando llegó el turno del brasilero, éste explicó que aquella constelación de estrellas la había ganado por "boa conducta". Aparte de la animadversión argentina contra su rival y vecino, el chascarrillo contenía una mentira y una verdad. La primera, un ex-soldado panameño reclutado por el ejército norteamericano, me contó que, en Italia, enfrentando a los alemanes nadie había superado en combatividad y coraje a los cariocas. La segunda, esa era la imagen, nada inmerecida, que se tenía del militar sudamericano, que por regla general ganaba sus galones sin haber jamás olido la pólvora como no fuese en las fiestas patronales.
Yo creía que ese era un chiste para animar las conversaciones sobre la Segunda Guerra Mundial, los brasileros o los militares. Pero en esta pobre y avergonzada Venezuela de hoy, la cosa se repite: la manera más expedita de subir en el escalafón militar no es ganándose los galones por coraje en el fuego, sino mostrando su estupidez y su obsecuente cobardía. El general Rangel Briceño es un ejemplo procero: en adelante, sabrán los cadetes qué significa ser militar en la Venezuela de hoy.
Sólo en los matrimonios
Este analfabeta funcional ignora que la frase "hasta que la muerte los separe" se pronuncia en la iglesia sólo en ocasión de sellar un contrato matrimonial, y no a cada respiro como se pretende ahora imponerlo en los cuarteles.
Pero dejemos de lado las ignorancias del Ministro de la Guerra. Lo importante en todo esto es que la patria y el socialismo se los mete el general Briceño por donde mismo suele proponer su jefe que lo hagan sus contendores en el confesamente preferido de sus juegos: el del "rojo". Del eslogan queda entonces, para defender así sea metiendo la pata, la muerte. Se tiene tendencia a poner en evidencia las escasas luces del general-ministro. En este caso concreto, yo creo todo lo contrario: nadie como él ha entendido los galimatías que su Comandante en Jefe excreta cada domingo en "¡Aló Presidente!". Nadie como él ha entendido que lo importante en ese eslogan es lo que el teniente coronel ofrece a diario a los venezolanos : la muerte. Por hambre. O por plomo, en su amenaza permanente de desatar la guerra civil.
Típica del fascismo
Por cierto, esa adoración de la muerte es típica del fascismo. En varias ocasiones hemos recordado aquí mismo cuál era el eslogan favorito de Millán Astray en España, ese paradójico "¡Viva la muerte!" que mereció la condena de ese maestro de la paradoja que fue Miguel de Unamuno. También los nazis, como relata con agudeza Joachim Fest, eran maestros en la organización de desfiles funerarios, pero absolutamente ineptos para proponer el diseño de un mundo en paz.
El general Briceño Rangel podrá ser tardo en comprender hasta que dos y dos son cuatro, pero ha comprendido a cabalidad cuál es el mandamiento central de Chávez, que considera tan de obligatorio cumplimiento como el católico.
Hay quien piense que ante semejante comprensión del pensamiento del presidente Chávez, el general Briceño se está atornillando en su ministerio "hasta que la muerte los separe", como Chávez continúa pretendiéndolo con la presidencia. Aquí también, yo voy a nadar contra la corriente de lo que los gringos llaman conventional wisdom (o sea, la opinión más general y la más lógica).
El canto del cisne
Yo pienso que al pronunciar la palabra "cobarde" en un discurso, así sea para condenar a aquellos militares para quienes la Constitución, el honor y la palabra empeñada son sagrados, el general Briceño está dando un magistral "do de pecho" en su canto del cisne.
Porque si hubiese ojeado alguna vez la urbanidad de Carreño, sabría lo que generaciones y generaciones de venezolanos aprendieron allí ; que no se debe nombrar la soga en casa del ahorcado. Porque la expresión "cobarde", el más grueso insulto que se pueda inferir a un militar, le viene como un guante a un oficial de menor jerarquía que la suya que prometió ante un totem gomecista, el samán de Güere, arriesgar la vida para vencer en una conjura, pero que a los primeros tiros, al ver aquellos pobres soldaditos suyos dejar las tripas regadas en el asfalto, no pudo controlar las propias, y prefirió rendirse sin disparar un tiro.
¿Será que entre las enciclopédicas ignorancias del general Briceño está la de la ubicación y hasta la existencia del Museo Militar?
Tal vez , en el muy cercano retiro del general Briceño, le quede tiempo para estudiar un poco la historia de Venezuela, en particular la más reciente. Y también la geografía, para saber la ubicación exacta de ese museo. Y sobre todo, la lectura de esa urbanidad de Carreño que le enseñe (aunque ¡tarde piaste pajarito!) a retener su lengua porque hay sogas que, al nombrarlas en ciertos ambientes, pueden servir para amarrar al metedor de pata. O para colgarlo.
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