sábado, mayo 24, 2008

Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) opina sobre Chávez y el computador de las FARC

Artículos de opinión de los historiadores venezolanos

Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal.

Chávez y las computadoras

El método Chaz de insultos está en marcha frente al desafío de las computadoras de Raúl Reyes

El Presidente ha contestado, pero no ha respondido cabalmente. Ha vociferado, pero se ha olvidado de los argumentos. Le ha subido el volumen a los insultos y le ha puesto el botón de mute al sonido de las ideas. Nada extraño. Estamos ante una costumbre de salirse por la tangente que ya va a cumplir una década, ante una manera de referirse al prójimo que habita en la otra orilla y en cuyo avasallamiento no discrimina. Se trate de un ciudadano común que levanta la voz, de un jefe de Estado, de un prelado de la Iglesia, de un laureado escritor, de un empresario, de un cantante, de un partido político, de un periódico, de una estación televisora o del movimiento estudiantil, a todos apunta con una andanada de vulgaridades. Quiere borrarlos de la faz de la tierra, tal es el propósito de quien pretende erigirse en mandón exclusivo y excluyente. La mayoría de sus adversarios saben que sus puyas no matan, que apenas causan un estrago menor mientras salen de una lengua capaz de atribuirse un poder que no tiene. De allí que los muertos que ha matado continúen sus rutinas como si cual cosa, viendo cómo toca a otros vecinos el turno en la ruleta de las escaramuzas inútiles y esperando que, algún día, el bálsamo del silencio compense el tiempo gastado en escuchar el atropello de una voz monocorde. Seguramente cause miedo entre los pobres de espíritu, pero cada vez menos. En todo caso, le hemos permitido ese tipo de arrebatos que desdicen de nuestra condición de republicanos y en esas andamos, sin cobrar lo que no deja de ser una ofensa desmedida y ventajista.

El método Chaz de los insultos se ha puesto de nuevo en marcha frente al desafío de las computadoras de Raúl Reyes. Gritos, en lugar de explicaciones; agravios, en vez de pensamientos, las hojas sustituyendo al rábano. Pero no será suficiente, por fin. No sólo porque el destinatario de la procacidad sea distinto, esto es, un sujeto desacostumbrado a recibir vejaciones y habituado a diálogos razonables; sino especialmente por la calidad de las evidencias que el interlocutor coloca sobre la mesa con el peso de una lápida. Los materiales extraídos de los ordenadores de un ordenado cabecilla de las FARC permiten la documentación de un delito en términos excepcionales, si se relaciona con casos similares a los cuales se han enfrentado las policías del mundo en los últimos cien años. Jamás habían topado los cuerpos de seguridad con un conjunto de datos susceptibles de permitir la reconstrucción del desarrollo de un movimiento subversivo en los últimas décadas, de dar con el paradero cierto de sus contingentes y con la ubicación de sus recursos materiales, de identificar con exactitud a los miembros de la comandancia y a los cómplices en su país de origen y en el extranjero. Una vez certificada por la Interpol la legitimidad de los testimonios recopilados por Reyes, sobre cuyo origen no caben ahora las dudas debido a la seriedad de quien produce el certificado, apenas queda la tarea de calificar sus contenidos para la selección de los que se consideren verosímiles y proceder en consecuencia. Ya hubiesen querido los agentes de la CIA, o lo sabuesos israelitas del Mossad, por ejemplo, un cúmulo tan contundente de pistas para capturar a los fanáticos de Al Qaida. Estarían celebrando en las plazas de Washington y Tel Aviv, seguramente.

Pero, ¿qué significa proceder en consecuencia? Enfrentarse a la realidad en atención a la estatura de su desafío, actuar con seriedad ante aquello que parece un arrollamiento devastador, lo cual significa el estudio de cada una de las piezas extraídas de la computadora para demostrar que mienten o exageran, que distorsionan de manera flagrante los hechos a los cuales remiten; que son inexactos sus datos en torno a los individuos, a los gobiernos y a los dineros mezclados en un asunto tan deleznable como la violencia y el tráfico de drogas, en un trato de los bajos fondos que incumbe al mundo entero. Para Chávez se trata, en otras palabras, de buscar la verdad y ventilarla ante los demás desde su trinchera, de batir a sus acusadores con un cúmulo de pruebas que lo conviertan en el héroe de una batalla campal que no sólo le incumbe a él personalmente, ni tampoco a Venezuela como nación soberana, sino a toda la humanidad amenazada por el narcoterrorismo. Son las armas lícitas a las que puede acudir. Es el derecho que le asiste. Pero, ¿lo cambiará por el negocio de los vituperios? Debería, si se detiene a pensar que no está frente a quienes trata como súbditos sumisos. Le espera ardua faena en el camino de la insolencia desbocada, o en la parcela de los argumentos solventes, según sea la estrategia que por fin escoja para salirse del apuro mayor que se le atraviesa desde su advenimiento al poder.

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