sábado, mayo 10, 2008

Bicentenario de la Independencia: Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) nos relata el 02 de mayo

Artículos de opinión de los historiadores venezolanos

Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal.

Crónica del dos de mayo

Nos unimos a la celebración que la España democrática hace de sus precursores El 24 de marzo de 1808 sucede la entrada triunfal de Fernando VII a Madrid. Se estrena como rey debido a la abdicación forzada de su padre, el tonto y abúlico Carlos IV. Según numerosos testigos, "jamás presenció la coronada villa júbilo igual, ni más hermoso y conmovedor espectáculo". El día anterior ocupan la ciudad las tropas de Murat, adelantado del imperio francés. En breve recibe el joven Borbón una invitación para entrevistarse personalmente con Napoleón, que acepta sin pensar en un ardid para hacerlo prisionero. El inexperto monarca marcha como oveja al matadero, para ser obligado a abdicar al trono y a su título de Príncipe de Asturias. Recibe a cambio un millón de reales de renta, mientras vuela entre los vasallos la noticia de su humillación. Fernando no ha tenido tiempo de mostrar sus flacas virtudes ante la sociedad, mucho menos sus infinitas infamias, y es visto como representación de la dignidad ante la dominación foránea.

El Gobierno queda en manos de una débil Junta de Regencia, cuyos miembros reciben de París la orden de enviar ante la presencia del Emperador al menor Infante Francisco de Paula. Se apresuran a acatar el mandato, sin pensar en la reacción de los madrileños que sacudirá todos los rincones de la nación. En la mañana del dos de mayo, el pueblo se congrega cerca del Palacio Real para despedir al único representante de la legitimidad dinástica que permanece en la ciudad. Corre entonces el rumor de que el niño heredero llora en su carruaje, para que unas mujeres del pueblo lancen gritos precursores de un levantamiento: "¡Que nos lo llevan! ¡Que nos lo llevan!". La turba se arroja entonces contra la comitiva que sale del recinto, desarma a la escolta y corta los tiros de los vehículos para poner en buen recaudo al infantito. La operación no se completa. Un batallón francés llega a la Plaza de Oriente y dispara a mansalva contra la multitud. Los invasores piensan que la calma se impondrá después del brutal ataque, pero ocurre lo contrario: cobra fuerza una reacción generalizada.

Las tropas del reino tienen orden de mantenerse en sus cuarteles, motivo que conduce al pueblo de la capital a suplantarlas con arrojo legendario. Armadas de navajas, piedras, tijeras y rudimentarias armas de fuego, las gentes sencillas convierten a Madrid en un incendio. Soportan la carga de los mamelucos en la Puerta del Sol, escena que inmortaliza un lienzo de Goya. Luego se hacen fuertes en la Puerta de Fuencarral, en cuyo lugar reiteran escenas de heroísmo ante las cuales se conmueven algunos oficiales que desobedecen el mandato de permanecer inactivos. Se unen a la muchedumbre y tratan de dirigirla con alguna coherencia. Las monjas violan la clausura para curar a los heridos y alimentar a los combatientes. Los sacerdotes salen de las iglesias de las barriadas con el consuelo del viático, pero también con bendiciones para el pueblo en armas. El alcalde de Móstoles publica un Manifiesto que se tramite a las ciudades vecinas con un mensaje de aliento y un llamado a la batalla: "La patria está en peligro. Madrid perece víctima de la perfidia francesa. ¡Españoles, acudid a salvarla!".

En adelante la rebelión se multiplica y persiste, para que los invasores vivan en zozobra hasta el fin de su predominio. El día se cierra con la ejecución masiva de combatientes en la Moncloa, en las puertas del Retiro, en el Patio del Buen Suceso y en la montaña del Príncipe Pío, fusilamientos sin fórmula de juicio de los cuales también deja Goya memoria en una de sus obras más notables. El genio del maestro no sólo resume ahora el terror que se vive en el momento, sino también la iluminación de un proceso que divide la historia de su patria para conducirla a etapas prometedoras en la práctica de una libertad jamás disfrutada, en la expresión de un protagonismo inédito.

Se han cumplido doscientos años de la trascendental jornada. El acto central de la conmemoración sucedió en la alcaldía de Móstoles durante la pasada semana con asistencia de los Reyes, del jefe del Gobierno, los ministros y los líderes de la oposición. Los ciudadanos se echaron a las calles para registrar con solemnidad su bicentenario y también para recrearlo en obras de teatro representadas por ellos. Fue la conmemoración del nacimiento de una nueva España promovido por el pueblo llano, la evocación colectiva del comienzo de la Guerra de Independencia a partir de la cual cambió la vida en la península y más tarde en las colonias del ultramar. Con esta somera descripción nos unimos a la celebración que la España democrática hace de sus precursores, quienes también son los nuestros en la carrera por la libertad.

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