jueves, noviembre 28, 2013

Academia de la Historia adjudica el Premio "FranciscoGonzález Guinán" a historiador dedicado a la cultura de origen africana



Para esta edición, el ganador resultó ser el historiador José Marcial Ramos Guédez, cuyos trabajos de investigación se orientan hacia la cultura de origen africana y la esclavitud.

El historiador José Marcial Ramos Guédez recibió el Premio Nacional de Historia Francisco González Guinán 2013, otorgado por la Academia Nacional de la Historia.

La información fue suministrada por el propio director de la institución, Ildefonso Leal, quien en comunicación dirigida al ganador, señala que el premio consiste en un diploma y la cantidad de cinco mil bolívares fuertes, "en reconocimiento a su valiosa obra en el campo de la historiografía nacional".

Agrega la comunicación que "la Academia se siente muy honrada de que un historiador de su valía intelectual haya sido distinguido con este galardón"; en tal sentido, el premio será entregado el próximo jueves 12 de diciembre, a las 11:30 a.m. en el salón de sesiones de la ANH, ubicada en el Palacio de las Academias.

Ramos Guédez nació en Caracas en 1950, y es licenciado y magister en Historia por la Universidad Central de Venezuela. En 1993, obtuvo el Doctorado en Historia de la Universidad Santa María. Es profesor universitario en varias instituciones nacionales, y actualmente es profesor en el Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña. Es autor de más de treinta libros y de un promedio de 300 artículos publicados en fuentes hemerográficas nacionales y del exterior. Su línea de investigación tiene que ver con la cultura de origen africana y la esclavitud.


martes, noviembre 12, 2013

Entrevista del amigo y comunicador Germán Suárez Flamerich al historiador Tomás Straka (me ha gustado por contar de su vida)





Tomás Straka, el historiador y su tiempoEntrevista aparecida originalmente en la revista Ojo (cultura universitaria) edición número 20 – año 2013


Tomás Straka, el historiador y su tiempo


Por Guillermo Ramos Flamerich


 «El romero se paró al pie de la ermita que se levanta a un lado del camino, en la colina desde donde se domina la villa de muros encalados y techos de tejas. El romero pidió agua y los monjes le ofrecieron el pan y el fuego.», así comienza el relato Eclipse, publicado en el Suplemento Cultural de Últimas Noticias el 21 de noviembre de 1993. El autor es un aspirante a profesor en el Instituto Pedagógico Nacional. Busca abrirse paso en la escritura y aunque esas líneas son solo ficción, su destino será investigar, analizar y plasmar con su prosa parte de la historia venezolana. Su nombre es Tomás Straka


Al mostrarle la página del periódico donde aparece publicado, amarilla y con dos décadas a cuestas, Tomás se impresiona y todo lo encierra en una frase: «Te has convertido en un arqueólogo». Él también lo ha sido.


El sitio más cómodo para comenzar esta conversación es una biblioteca, la del Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB. Esa atmósfera húmeda, el sabor a libro mojado, los bombillos fluorescentes y el historiador sentado, dan pie a cualquier tema que tenga que ver con el ser humano, la memoria y el país. No todo es análisis y academia, también existe una vida que contar. Pero el tema político en estos tiempos siempre será el primer plato.


–Vivimos una etapa donde la mediocridad parece superar eso que se ha llamado el  «bien del intelecto».


–Creo que estamos comenzando a dejar atrás lo más grueso de la mediocridad. A lo mejor somos muy optimistas con el pasado, tal vez le hubieras preguntado a algún constituyente de 1946  sobre este tema y te respondiera: «aquí si hay mediocridad”. En un congreso de Juan Vicente Gómez había mucho talento, pero hicieron cosas mediocres. Eso los hace más culpables. Pero en estos años también ha surgido una nueva cosa, en todos los ámbitos. Montones de escritores, que hace apenas una década eran unos muchachos y la gente no los conocía, han aparecido. Así como el liderazgo de la oposición. Los que están en la cabeza, salvo Ramón Guillermo Aveledo, los tres fundamentales, hace quince años eran desconocidos.

Tomás tranquilamente puede ser etiquetado en función a esa generación intelectual emergente. Aunque le ha tocado entrar al «boom» que ha permitido a parte de sus colegas, no tan jóvenes y con trayectorias más largas, vender libros sobre la historia nacional con un éxito inusitado y los ha fortalecido como líderes de opinión. Tal es el caso de: Inés Quintero, Elías Pino Iturrieta o el fallecido Manuel Caballero. Tomás se integra a ellos y con mayor frecuencia los medios de comunicación buscan su opinión, sus deseos y hasta predicciones. Muchos intentan encontrar en el pasado algún mapa que ayude a transitar un presente complejo.


–¿Los comienzos se dieron con la escritura o la lectura?


–Yo creo que empecé escribiendo. Desde muy niño. Mi primer concurso de cuentos lo gané a los siete años. Con el cual recibí una beca que me duró hasta que estuve en el Pedagógico. Fue un cuento sobre mi familia, sobre sus características. La premiación se dio en el parque Los Caobos, estaba la primera dama Betty de Herrera. Recuerdo que el primer premio de la beca eran 120 Bs mensuales y el segundo una bicicleta. Desde mi mirada de niño quedé bastante decepcionado, hubiera preferido la bicicleta. Pero me gustaba escribir, mi papá era un hombre de libros. Se jubiló cuando yo estaba pequeño y leía mucho y escribía. Mi abuelo también escribía. Ya somos tres generaciones de Straka que hemos publicado cosas.


Alguna vez escuché que Tomás era el «historiador más grande que tenía Venezuela» y en parte, de manera literal, lo es. Dos metros de altura, quizás unos centímetros más, forman su figura. En él, los rasgos de la mezcla. Su padre, Hellmuth Straka, antropólogo, espeleólogo e investigador de origen checo. Por parte materna, con ascendencia de El Callao y Barlovento. Tomás caracteriza a buena parte de los venezolanos nacidos a partir de la segunda mitad del siglo XX, al convertirse el país en un receptor de culturas, y formador de nuevas maneras de sentirse venezolano. Él es de 1972.


–Eres parte de una generación que se le acusa no querer involucrarse o saber de política, ¿cómo afectó la política tus inquietudes juveniles?


–En bachillerato fui miembro de centros de estudiantes. Nuestra vocación era más cercana a la izquierda, pero la caída del Muro de Berlín nos afectó. Fue un hecho trascendental en nuestras vidas, un punto de no retorno. Entrar al Pedagógico era otro mundo, la burocratización de la protesta, y un grupo representante de los restos de una izquierda a la cual yo veía muy corrompida, que habían perdido todo miramiento ideológico y se habían enquistado allí.

Su etapa de estudios en el Pedagógico la vive en un país con una creciente crisis política e institucional. Pero estos años también sirven para mejorar la técnica de escritura, conocer las teorías de Federico Brito Figueroa, formar parte de la revista Tierra Firme, dar clases en liceos y colegios privados. Así como descubrir su corriente de investigación y mostrarse consecuente con Marc Bloch cuando definió la historia como «el hombre en el tiempo».


–¿Qué entiendes de lo que ha ocurrido en Venezuela en los últimos meses?


–Una cosa muy hermosa, que la libertad humana se impone. Por eso quienes creen encontrar leyes históricas para predecir el futuro, suelen equivocarse. Se ha demostrado que en última instancia la humanidad puede tomar decisiones que no están previstas. Sin embargo esa libertad, esas decisiones, puedes conectarlas con otros procesos. Esto que ha ocurrido en los últimos meses lo que ha hecho es acelerar un curso que ha venido desarrollándose desde el 2007 para acá. El cambio se está dando, lo que no sabemos es para qué. Uno ve una tendencia, hay una propuesta que está en declive, otra en ascenso. Pero no está escrita la última palabra.


–¿Tu obra fundamental está por llegar?


–Ojalá. Porque si mi obra fundamental es cualquier cosa de las que he escrito, iría al cielo o al infierno con muy poca satisfacción.

sábado, noviembre 02, 2013

Sobre los diarios de Francisco de Miranda



Autor: Carlos Balladares Castillo
Publicado en blog de la Hispanic American Historical Review

El precursor de los diarios “íntimos” de Venezuela

Me imagino que ya se han dado centenares de opiniones y análisis sobre los diarios de Francisco de Miranda, pero a pesar de ello me atreveré a dar una más. Nunca antes me había dado a la tarea de leer una selección de sus diarios, solo había leído algunos trozos aislados y escuchado a mi amigo Miguel Edgardo relatarme muchas anécdotas de las aventuras de Miranda. En los últimos días tuve el gran placer de entablar amistad con el “Precursor” al leer la selección que hizo el escritor Juan Carlos Chirinos para la editorial Monte Ávila: “Diarios una selección. 1771-1800” (edición del 2006). La escritura de diarios no es un género en el que los venezolanos hemos destacado, pero sin duda que el caso de Miranda es una excepción. 

Los diarios se inician con su primer viaje de La Guaira a Cádiz en 1771, y desde un principio se expresa su mentalidad ilustrada (la cual fue adquirida gracias a sus estudios en la universidad de Caracas, y su gran capacidad lectora desde muy temprana edad) capaz de describir todo el mundo en sus diversos aspectos. ¿Qué lo hizo llevar un diario desde los 21 años y a penas sale de “Venezuela”? Es posible que fuera su pasión por la cultura clásica donde abundan los ejemplos de la “literatura de viajes”, por lo que nunca buscó que los mismos fueran un “diario íntimo”. Aunque mayor peso debió tener lo que 12 años después le escribe a su superior militar, amigo y principal defensor: Juan Manuel Cajigal y Montserrat: donde le explica que se aprende tanto por los textos escritos como “examinando (…) el gran libro del universo” (segunda carta del 16 de abril de 1783). Escribió su diario como una especie de cuaderno de clases, pero luego cuando tenga clara su meta de emancipar a hispanoamérica lo hará para dejárselo a todo aquel que desee construir repúblicas. Es por ello que en sus viajes buscará conocer todo (“leyes, gobierno, agricultura, policía, comercio, arte militar, navegación, ciencias, artes, etc...”), de modo que pueda aprender para enseñar a otros: cómo lograr edificar una sociedad ilustrada, una sociedad “sabia y virtuosa”.

Me ha fascinado su amor por los libros y la escritura, el cual se expresa cada vez que visita a una biblioteca, y su constante relación con libreros que le consiguen grandes tesoros. En cada país que visita compra libros para conocer la historia de los mismos, y siempre está leyendo algún texto de filosofía. Es así como llega a decir: “Me he quedado en casa leyendo con gusto y provecho. Oh libros de mi vida, ¡qué recurso inagotable para alivio de la vida humana!” (Marsella, 18 de febrero de 1789). No deja de redactar cartas y su dedicación a su diario es tal que llega a rechazar pasarla con una de sus amantes por completar una parte del mismo. Su biblioteca llegará hasta los 6 mil volúmenes. 

En lo que respecta a la intimidad sexual no tiene en problemas en contarlo todo, pero no observamos que hable de preocupaciones o sueños personales. A veces se refiere a algún disgusto o a sus periódicos dolores de cabeza, se puede decir que es chismoso al describir las relaciones entre todos los que conoce pero nunca nos ofrece algo que delate su personalidad más íntima: fracasos o triunfos. Son contadísimas las veces que se refiere a su patria (Caracas y/o América), aunque no dejen de preguntarle por ella. Todo es un permanente análisis y descripción de las sociedades que visita: desde los detalles de la limpieza de las calles, pasando por la producción económica y los aspectos militares, hasta las costumbres de las personas (incluyendo la belleza de las mujeres). Algunos comentarios demuestran lo que hoy llamaríamos en lenguaje venezolano: “sifrinerías” y un rechazo por el “populacho”, incluyendo su aprecio por el maltrato como medio para lograr el aprendizaje de las mayorías porque “dicho remedio no falla jamás” (Rusia, 1º de diciembre de 1786). Las espaldas de sus sirvientes podrían dar perfecto testimonio de ello. 

Al finalizar su lectura hemos quedado con el deseo de seguir leyéndolo, de conocer especialmente ese momento que le cambió la vida: el encuentro con la naciente República de América del Norte. Hoy sus archivos (Patrimonio Cultural de la Humanidad) no solo están editados sino digitalizados y a la disposición de todos (www.franciscodemiranda.org) gracias a la labor de la Academia Nacional de la Historia y al Archivo General de la Nación de Venezuela. Una última impresión: a medida que lo leíamos no dejábamos de “sentir” tristeza por esa injusticia que Bolívar (junto a otros) cometió contra su persona. Sin juicio justo, sin poder defenderse y sin la autoridad de ninguna institución. En verdad fue una perfidia, una canallada.
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