Publicado en blog de la Hispanic American Historical Review
El precursor de los diarios “íntimos” de Venezuela
Me imagino que ya se
han dado centenares de opiniones y análisis sobre los diarios de Francisco de
Miranda, pero a pesar de ello me atreveré a dar una más. Nunca antes me había
dado a la tarea de leer una selección de sus diarios, solo había leído algunos
trozos aislados y escuchado a mi amigo Miguel Edgardo relatarme muchas
anécdotas de las aventuras de Miranda. En los últimos días tuve el gran placer de
entablar amistad con el “Precursor” al leer la selección que hizo el escritor
Juan Carlos Chirinos para la editorial Monte Ávila: “Diarios una selección.
1771-1800” (edición del 2006). La escritura de diarios no es un género en el
que los venezolanos hemos destacado, pero sin duda que el caso de Miranda es
una excepción.
Los diarios se inician
con su primer viaje de La Guaira a Cádiz en 1771, y desde un principio se
expresa su mentalidad ilustrada (la cual fue adquirida gracias a sus estudios
en la universidad de Caracas, y su gran capacidad lectora desde muy temprana
edad) capaz de describir todo el mundo en sus diversos aspectos. ¿Qué lo hizo
llevar un diario desde los 21 años y a penas sale de “Venezuela”? Es posible
que fuera su pasión por la cultura clásica donde abundan los ejemplos de la
“literatura de viajes”, por lo que nunca buscó que los mismos fueran un “diario
íntimo”. Aunque mayor peso debió tener lo que 12 años después le escribe a su
superior militar, amigo y principal defensor: Juan Manuel Cajigal y Montserrat:
donde le explica que se aprende tanto por los textos escritos como “examinando
(…) el gran libro del universo” (segunda carta del 16 de abril de 1783).
Escribió su diario como una especie de cuaderno de clases, pero luego cuando
tenga clara su meta de emancipar a hispanoamérica lo hará para dejárselo a todo
aquel que desee construir repúblicas. Es por ello que en sus viajes buscará
conocer todo (“leyes, gobierno, agricultura, policía, comercio, arte militar,
navegación, ciencias, artes, etc...”), de modo que pueda aprender para enseñar
a otros: cómo lograr edificar una sociedad ilustrada, una sociedad “sabia y
virtuosa”.
Me ha fascinado su
amor por los libros y la escritura, el cual se expresa cada vez que visita a
una biblioteca, y su constante relación con libreros que le consiguen grandes
tesoros. En cada país que visita compra libros para conocer la historia de los
mismos, y siempre está leyendo algún texto de filosofía. Es así como llega a
decir: “Me he quedado en casa leyendo con gusto y provecho. Oh libros de mi
vida, ¡qué recurso inagotable para alivio de la vida humana!” (Marsella, 18 de
febrero de 1789). No deja de redactar cartas y su dedicación a su diario es tal
que llega a rechazar pasarla con una de sus amantes por completar una parte del
mismo. Su biblioteca llegará hasta los 6 mil volúmenes.
En lo que respecta a
la intimidad sexual no tiene en problemas en contarlo todo, pero no observamos
que hable de preocupaciones o sueños personales. A veces se refiere a algún
disgusto o a sus periódicos dolores de cabeza, se puede decir que es chismoso
al describir las relaciones entre todos los que conoce pero nunca nos ofrece
algo que delate su personalidad más íntima: fracasos o triunfos. Son
contadísimas las veces que se refiere a su patria (Caracas y/o América), aunque
no dejen de preguntarle por ella. Todo es un permanente análisis y descripción
de las sociedades que visita: desde los detalles de la limpieza de las calles,
pasando por la producción económica y los aspectos militares, hasta las
costumbres de las personas (incluyendo la belleza de las mujeres). Algunos
comentarios demuestran lo que hoy llamaríamos en lenguaje venezolano:
“sifrinerías” y un rechazo por el “populacho”, incluyendo su aprecio por el maltrato
como medio para lograr el aprendizaje de las mayorías porque “dicho remedio no
falla jamás” (Rusia, 1º de diciembre de 1786). Las espaldas de sus sirvientes
podrían dar perfecto testimonio de ello.
Al finalizar su
lectura hemos quedado con el deseo de seguir leyéndolo, de conocer
especialmente ese momento que le cambió la vida: el encuentro con la naciente
República de América del Norte. Hoy sus archivos (Patrimonio Cultural de la
Humanidad) no solo están editados sino digitalizados y a la disposición de
todos (www.franciscodemiranda.org)
gracias a la labor de la Academia Nacional de la Historia y al Archivo General
de la Nación de Venezuela. Una última impresión: a medida que lo leíamos no
dejábamos de “sentir” tristeza por esa injusticia que Bolívar (junto a otros)
cometió contra su persona. Sin juicio justo, sin poder defenderse y sin la
autoridad de ninguna institución. En verdad fue una perfidia, una canallada.
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