Artículos de opinión de los historiadores venezolanos
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal.
La aparición de diversos nombres en torno a los cargos regionales es una señal auspiciosa, en principio, debido a que apunta hacia la idea de que sólo a través del ejercicio de la democracia puede el país rectificar el rumbo. El calor de las campañas electorales, como sucedía en el pasado, puede trasmitir un entusiasmo capaz de levantar una sensibilidad y un talante festivo que parecían perdidos.
La competencia de diversas figuras por el ejercicio del poder en las ciudades y en los estados hace pensar en un interés por el republicanismo y en la seriedad de compromisos que ya los líderes no quieren eludir.
Que tales elementos estén presentes en el panorama político de las proximidades no puede sino alimentar las esperanzas sobre una vuelta de la convivencia perdida en los últimos años de hegemonía chavista, lo cual sólo puede ser considerado en una primera instancia como ganancia millonaria. Sin embargo, no conviene echar al vuelo las campanas antes de la procesión: lo que parece positivo puede llevar en su seno factores de irresponsabilidad y destrucción capaces de convertir la fiesta en cortejo fúnebre.
Un ejemplo concreto puede advertirnos sobre los riesgos de lo que parece una vendimia gozosa que puede terminar en el cementerio. Veamos el caso de Baruta, en el cual vivimos sometidos a un conjunto de reclamos electorales que a primera vista constituyen un atractivo ramillete de ofertas. No obstante, si las cosas se observan con la debida pausa ve uno cómo pasan de castaño a oscuro. Da gusto ponerse a ver el desfile de los interesados en suceder al alcalde Capriles, tanta gente dispuesta a jugarse el pellejo por el destino municipal, pero, ¿qué pasa si entre consignas y aplausos uno se da cuenta de una abundancia inflada, de una nómina que no resiste el rigor de un somero examen? La seriedad de una propuesta electoral depende del nexo que se establezca entre los candidatos y la comunidad cuyos sufragios se solicitan, una necesidad que en nuestro caso se diluye debido a la falta de relaciones efectivas entre la individualidad que pide los votos y la gente a quien se invita a votar. Los partidos se han dispuesto a proponernos la nominación de sus mejores figuras, las más atractivas, las más sonoras, pero buena parte de ellas no tiene ni siquiera un mínimo contacto con las rutinas parroquiales que deben remediar, ni ha propuesto jamás una idea sobre las minucias que ahora llaman su atención. Han sido parlamentarios esforzados, oradores elocuentes, emprendedores exitosos, abogados de primera, tipos de buena presencia y hasta escritores de excelentes columnas en la prensa, pero no se han distinguido en el servicio de Baruta ni siquiera un poco. No tienen nada qué ver con el cargo para el cual se postulan, para decirlo ya sin demasiadas vueltas, pero encabezan caravanas y empapelan las paredes con su imagen para meterse en un paisaje que les es extraño y al cual sólo pueden pertenecer de manera artificial.
Si no se ve a Baruta como un caso aislado, la situación se hace preocupante hasta los extremos de alarma roja. ¿No nos hace mirar, otra vez con fundada pesadumbre, hacia el seno de los partidos que resuelven unas candidaturas traídas por los cabellos? De pronto nos embarga la sensación de que estén lanzados sobre objetivos que juzgan como panales de rica miel, sin detenerse a pensar en las consecuencias de lo que no es otra cosa que una temeridad cuando se compara el tamaño del cometido en el que se empeñan con la situación general de una república asfixiada por la corrupción y la mandonería. Esas campañas desmedidas por una alcaldía, aunque también por ciertas gobernaciones alrededor de las cuales se asoman las candidaturas más peregrinas, alejan a los partidos políticos de la gente, en lugar de acercarlos como buscan los comandos y los estrategas, acrecientan la incertidumbre y la desconfianza que ya son plantas silvestres entre nosotros. Los presenta en total desconexión con el problema mayor de la república -el desastre gubernativo de Chávez y sus consecuencias, que pueden ser irremediables si no se actúa con lucidez y rapidez-, no en balde cualquiera piensa que sólo se mueven por la facilidad del propósito o, en no pocos casos, por la proximidad de un botín. Que los políticos procuren un cargo en los municipios y en los estados resulta perfectamente comprensible y legítimo, no faltaba más, pero hay cargos de cargos y políticos de políticos para ocuparlos, detalles que no parecen tener en cuenta las banderías que entran a saco en comunidades como Baruta a través de una decisión cuya característica no parece ser la honestidad, ni tampoco el cálculo sensato. Da tristeza que el campo del chavismo sea un desierto, en espera de la señal inapelable del capataz para inventar alcaldes, concejales y gobernadores; pero no conviene que llueva tantos en las parcelas de la oposición.
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