Gracias a ese señor de los archivos de prensa que es nuestro gran amigo Luis Barragán, podemos transcribir acá dos viejos artículos sobre Don Mario Briceño Iragorry. Al leer sobre la vida de don Mario y leer el infame decreto 277, sentimos una gran tristeza por los tiempos que nos ha tocado vivir. Pero el ejemplo de Briceño Iragorry nos anima a alzar la voz. El subrayado es nuestro.
EL NACIONAL, Caracas, 30 de agosto de 1997
El maestro de los años cincuenta
Manuel Caballero
Cuando (y porque) su oficio se prolonga en el tiempo, los escritores pueden llegar a ser maestros de muchas generaciones. Pero hay un momento en que se transforman en verdaderos maitres a penser para una de ellas: cuando los jóvenes buscan inspiración, y hay quien es capaz de romper con sus propias tradiciones y ataduras, de rehuir la comodidad y sobre todo, muestra estar dispuesto a hablar sin cortapisas, sometiéndose él mismo al más feroz escrutinio, si la necesidad de ser creído lo impusiera. Para quienes llegamos a los veinte años en la década de los cincuenta, ese hombre fue, por encima de cualquier otro, Mario Briceño-Iragorry. No faltaban entonces hombres que pudiesen aspirar a tal título; pero lo que nos llamó la atención y finalmente nos cautivó en Mario Briceño-Iragorry fue la sorpresa de su irrupción en el campo de la oposición a la dictadura. Porque él venía de una corriente política que había sido maltratada, vilipendiada por el ``gobierno anterior'' y había recibido la reacción de 1948 como una normal rectificación. Es más, como muchos de los suyos, había consentido en colaborar con la junta militar en los primeros tiempos. Unos se mantuvieron apoyando al régimen siguiendo la vieja e innoble máxima de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo; otros rectificaron después, pero lo hicieron discretamente.
Pero Briceño-Iragorry era de esos hombres que no se contentan con actuar sin preguntarse si su acción es buena o mala, sino que hacen del cuestionamiento permanente de la propia acción la razón de su vida: es eso lo que los hace merecer verdaderamente el calificativo de intelectuales y por allí mismo de maestros. Su entrada en el combate contra la dictadura no fue un simple cambio de chaqueta como tanto se suele ver en los campos de batalla políticos. El sentía que había cometido un error, y que no era cosa de dejar de hacer y luego olvidar. Su palabra se convirtió entonces en uno de los más serios ejercicios de autocrítica que se hayan conocido en un país como el nuestro donde tan fácil es confiarse en la escasa memoria popular. Si hubiese optado por callar, es muy posible que nadie le hubiese reprochado su cambio de opinión y de acción; porque en la oposición no se tendría interés en hacerlo, y en el gobierno nadie se ocupaba de eso: sencillamente golpeaba, nunca argumentaba.
Pero el hombre que siempre ``anda conmigo'', valga la frase machadiana, no se lo iba a permitir: cristiano, don Mario también esperaba ``hablar con Dios un día''. Se echó entonces a la calle con un propósito no sólo muy bien definido, sino también expresado con insistencia: no quiero que los jóvenes cometan los errores que fueron los nuestros. No era la palabra del vejete gruñón que considera ``error'' su rebeldía juvenil, sino la del maestro para quien el error residía justamente en no haber practicado en su tiempo esa rebeldía. Comenzamos a leer con pasión sus escritos y a seguirlo en todos sus discursos, declaraciones y toma de posición públicos. La censura imponía hablar un lenguaje sesgado, pero cuando él se expresaba con la pluma y la palabra de un Mario Briceño-Iragorry, nos parecía de una meridiana claridad, escrito en roman paladino. Lo que Mario Briceño-Iragorry hizo entonces fue poner en correspondencia oficio y vida. Historiador de mester, se dio cuenta de que su deber fundamental era conservar la memoria del país; y que esa memoria no debía escamotear ni esconder nada: si uno mismo se situaba en ella en una posición poco airosa, debía dar el ejemplo de honestidad intelectual y de coraje que se necesitan para decir ``me equivoqué, y es por eso que cambio de opinión''. Nuestra generación jamás ha olvidado eso.
El Nacional,
Caracas, 13 de septiembre de 1998
PAPEL LITERARIO
El valor de los actos postreros
JESUS SANOJA HERNANDEZ
Rivas Dugarte, esta vez con la ayuda de Gladys García Riera, ha entregado otra valiosísima investigación acerca de escritores venezolanos de renombre. Primero fue la recopilación bibliográfica de Blanco Fombona, luego la de Picón Salas, más tarde la de Andrés Eloy Blanco y ahora es la que acertadamente ha denominado Fuentes documentales para el estudio de Mario Briceño-Iragorry. Materiales éstos donde muy poco falta para ser completos.
En la sección cronológica Rivas Dugarte y García Riera, profesora del Pedagógico que cuenta con investigaciones sobre Meneses y Teresa de la Parra, anotan en el año 1950: "Julio. Presenta por cuarta vez su renuncia a la Embajada de Bogotá, motivada a su desagrado con un régimen que venía incumpliendo el ofrecimiento de dar los pasos necesarios para el restablecimiento de la institucionalidad. La renuncia es aceptada".
Comenzaba así el último período en la vida de Briceño Iragorry: agónico en el sentido unamuniano, responsable en el sentido intelectual, ejemplificante en el sentido ético. Muy corto para tanta obra y pasiones tan abundantes. Fueron ocho años que saldaron cuentas con su país, saltando de la época colonial, a la que había examinado con amorosa dedicación, al presente de "la patria" sometida a la dictadura militar y a la dependencia cultural. Artículos, folletos y libros se acumularon en aquellos años 50 cuyo fin no logró ver, pero sí la caída del régimen al cual tanto atacó, yendo a las raíces de nuestra historia.
Muchas veces he citado expresión suya que, por lo demás, constituyó una definición de aquel acto de conciencia de 1950, luego ratificado con sus meditaciones de combate y destierro: "En el orden de la política, como en el orden teológico de la salvación, sólo valen los actos postreros". Y apuntaba yo en una de las oportunidades en que escribí sobre él, que dentro de su limitado, obsesivo y fecundo inventario temático, tal sentencia, incluida en La traición de los mejores, resumía el dilema del intelectual en los momentos de crisis, quiebras o rupturas.
Añadía yo que en quien estudió hasta sus socavones más profundos la formación de nuestra nacionalidad y supo simbolizar en Alonso Andrea de Ledesma el sacrificio solitario frente al extranjero pirata y depredador, en el Regente Heredia la piedad heroica y en Casa León el doloso tráfico oportunista y la antiheroicidad del reptante y envilecido, aquella frase adquiría un propósito no solamente acusatorio sino didascálico y aleccionador.
Briceño Iragorry se defendió de ciertas acusaciones que se le hicieron a raíz de su aceptación del cargo en Bogotá, al que, como se ha dicho, renunció. MBI regresó, no para callar, sino para dejar en la palabra escrita la prédica nacionalista de Alegría de la tierra y Mensaje sin destino y en la palabra hablada discursos como el que pronunció en el Nuevo Circo en 1952, cuando como candidato a la Constituyente por el DF, al lado de Jóvito Villalba, llamó a votar contra la dictadura militar y su parapeto electoral (FEI). Bueno es que hoy se sepa, no sólo que aquellas elecciones las ganó URD con su política unitaria y con valores como Briceño Iragorry, sino que tal triunfo fue desconocido por el golpe de Estado de Pérez Jiménez, dos días después. MBI optó por el exilio y durante seis años no dejó de combatir las aberraciones de la antipatria.
En diciembre de 1954, al salir de la misa en la Iglesia de las Jerónimas en Madrid, fue apaleado por esbirros de Pérez Jiménez, el mismo que desde La Moraleja atrae hoy la mirada de venezolanos sin memoria o que alegan haberla perdido a causa de la perversión de "los cuarenta años de democracia", fórmula acomodaticia para justificar un pasado irredimible y no aceptar el desafío del presente, que requiere imaginación, valor y, ante todo, resistencia a los proyectos autoritarios, cerrados al debate y a las rectificaciones. Acerca de aquel atentado, Briceño Iragorry escribió un artículo antológico, "Sangre en el rostro", publicado en El Tiempo de Bogotá y reproducido por Noticias de Venezuela en México.
Bogotá y reproducido por Noticias de Venezuela en México.En el destierro publicó obras llenas de humanismo, análisis de nuestra "crisis de pueblo" y páginas condenatorias de "la traición de los mejores" y de la corrupción oligárquica, desde Sentido y vigencia del 30 de noviembre hasta El fariseísmo bolivariano y la Anti-América, pasando por La cartera del proscrito y otros títulos de angustioso presente histórico.
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