Publicado en Analitica.com
SUNIAGA, Francisco (2005), La otra isla, 6ª Ed., Caracas: Oscar Todtmann, 2009.
Sin duda que 6 ediciones en cuatro años es un éxito editorial en nuestro país. Y después de leer las dos novelas de Suniaga, en especial la que hoy comentamos, no nos queda duda en reconocer su maestría. He disfrutado La otra isla quizás más que El pasajero de Truman; a pesar de desarrollar en la segunda el tema que más me preocupa: la política. Me imagino que la razón es la distancia temporal. La locura de Diógenes Escalante ligada a una ruptura histórica (el 18 de octubre de 1945), es algo que no viví: ni en su tiempo ni en sus consecuencias. En cambio, el choque de los nostálgicos margariteños con la situación de deterioro de su tierra, es algo perfectamente entendible para mi generación. Un “adulto contemporánea” (nacido en los setenta), pudo vivir la Venezuela saudita y su deterioro a finales de los ochenta (la otra isla). Los venezolanos nos hemos hecho unos nostálgicos, no reconocemos la tierra en que nacimos; y añoramos lo que se fue.
¿Acaso algunos venezolanos no somos extranjeros como los protagonistas alemanes de La otra isla? Extranjeros en su propia tierra. No nos comportamos como las mayorías, no aceptamos la acción política del Estado y los que la apoyan, y estamos hartos de la violencia criminal. Somos iguales a los alemanes en Margarita. Nuestros parámetros de vida son los de otro pueblo: los de la Venezuela amable antes del Viernes Negro, y los de la racionalidad que estudiamos en la universidad o conocemos por efecto demostración vía medios y viajes al mundo desarrollado.
Wolfgang Kreutzer: era un individuo que vivía prestado en una isla caribeña de clima benigno y personas amables pero, adosada a ella, había otra realidad, otra isla donde la violencia era una savia que alimentaba lo cotidiano y se movía oculta bajo la aparente docilidad de la naturaleza y bondad de la gente. (…) La violencia en la muerte prematura y cotidiana, muerte joven, muerte pobre, muerte que cada sábado y domingo sigue la línea divisoria de las grotescas diferencias sociales. Violencia en la forma de mirar a la mujer del prójimo, en los perros de la calle peleándose por la perra callejera, en el hablar atropellado y alto de la gente, en los adjetivos usados sin disfraces de corrección, en la manera de conducir los coches, violencia que era inescapable, que venía con la vida. (pp. 174-175).
El autor, a través de una investigación policíaca de un suicidio con sospechas de homicidio. En medio de un contexto cultural de nuestro país de realidad violenta y diversa. Nos pinta el cuadro de una generación que vive como “náufrago abandonado en otra isla, aquella donde lo importante no importa y las desdichas de la gente común importan menos” (p. 257).
Sin duda que 6 ediciones en cuatro años es un éxito editorial en nuestro país. Y después de leer las dos novelas de Suniaga, en especial la que hoy comentamos, no nos queda duda en reconocer su maestría. He disfrutado La otra isla quizás más que El pasajero de Truman; a pesar de desarrollar en la segunda el tema que más me preocupa: la política. Me imagino que la razón es la distancia temporal. La locura de Diógenes Escalante ligada a una ruptura histórica (el 18 de octubre de 1945), es algo que no viví: ni en su tiempo ni en sus consecuencias. En cambio, el choque de los nostálgicos margariteños con la situación de deterioro de su tierra, es algo perfectamente entendible para mi generación. Un “adulto contemporánea” (nacido en los setenta), pudo vivir la Venezuela saudita y su deterioro a finales de los ochenta (la otra isla). Los venezolanos nos hemos hecho unos nostálgicos, no reconocemos la tierra en que nacimos; y añoramos lo que se fue.
¿Acaso algunos venezolanos no somos extranjeros como los protagonistas alemanes de La otra isla? Extranjeros en su propia tierra. No nos comportamos como las mayorías, no aceptamos la acción política del Estado y los que la apoyan, y estamos hartos de la violencia criminal. Somos iguales a los alemanes en Margarita. Nuestros parámetros de vida son los de otro pueblo: los de la Venezuela amable antes del Viernes Negro, y los de la racionalidad que estudiamos en la universidad o conocemos por efecto demostración vía medios y viajes al mundo desarrollado.
Wolfgang Kreutzer: era un individuo que vivía prestado en una isla caribeña de clima benigno y personas amables pero, adosada a ella, había otra realidad, otra isla donde la violencia era una savia que alimentaba lo cotidiano y se movía oculta bajo la aparente docilidad de la naturaleza y bondad de la gente. (…) La violencia en la muerte prematura y cotidiana, muerte joven, muerte pobre, muerte que cada sábado y domingo sigue la línea divisoria de las grotescas diferencias sociales. Violencia en la forma de mirar a la mujer del prójimo, en los perros de la calle peleándose por la perra callejera, en el hablar atropellado y alto de la gente, en los adjetivos usados sin disfraces de corrección, en la manera de conducir los coches, violencia que era inescapable, que venía con la vida. (pp. 174-175).
El autor, a través de una investigación policíaca de un suicidio con sospechas de homicidio. En medio de un contexto cultural de nuestro país de realidad violenta y diversa. Nos pinta el cuadro de una generación que vive como “náufrago abandonado en otra isla, aquella donde lo importante no importa y las desdichas de la gente común importan menos” (p. 257).
Autor: Carlos Balladares Castillo.
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