Saturday, June 15, 2013

Hoy se cumplen 200 años de la proclama de "Guerra a muerte"

Publicado en: Código Venezuela
Autor: Carlos Balladares

200 años de “Guerra a muerte”

El 15 de junio de 1813 Simón Bolívar dicta en la ciudad de Trujillo su famosísima proclama deGuerra a muerte. Desde ese entonces (realmente desde que los textos escolares sostienen el culto a su persona) todos nos hemos aprendido aquella frase que dice: «Españoles y Canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables.» ¿Qué se puede decir que ya no se haya dicho antes en torno a esta decisión? ¿Es Bolívar, por esta proclama, el culpable de la guerra de exterminio durante 7 años? No es fácil, ante estos momentos fundamentales de la historia, cumplir con la premisa de Marc Bloch sobre el comprender y no juzgar el pasado, pero debemos intentarlo.

La inmensa mayoría de las biografías sobre Bolívar (que simpatizan con su papel en la historia) la explican como una respuesta basada en la cruel tradición hispana. A los rebeldes no se les trataba de otra manera. Y el Libertador tuvo la intención, además, de lograr consolidar la diferenciación de identidades: españoles versus americanos. En pocas palabras: los republicanos hicieron este tipo de guerra para defenderse. Pero ¿Acaso los rebeldes no eran los republicanos, los cuales se estaban oponiendo a una sociedad que permitía estas drásticas soluciones, este orden nada humano? ¿No son los republicanos, Bolívar el que más, hijos de la “humanista” Ilustración? Los historiadores bolivarianos (lo digo en sentido de la defensa de su figura, no en el sentido político-partidista actual) insisten en señalar que no quedaba otra opción; y rechazan las acusaciones de genocidio o guerra de exterminio, aunque eso fue lo que ocurrió de bando y bando. No me gustan los contrafácticos pero Miranda no se atrevió a realizar tal llamamiento cuando la Primera República estuvo en sus peores momentos, quizás tuvo siempre presente las consecuencia del “Terror jacobino”. 

Al final, la proclama no logró sus objetivos. La crueldad en la defensa de la causa republicano no engendró en el bando realista un cambio de actitud (“obrar activamente en obsequio de la libertad de América”); y los americanos (a los que supuestamente no se juzgó por ser realistas) no abrazaron las banderas independentistas, al contrario: respondieron con mayor virulencia dirigidos por el caudillo Boves. La consecuencia real fue fortalecer la característica genocida de nuestra guerra de Independencia, una destrucción inimaginable, y un inmenso odio a la causa que pretendía defender el documento en cuestión. La Independencia comenzará a triunfar, más adelante, por otros motivos; aunque entre ellos debemos contar el gradual abandono de la política que hoy celebramos su bicentenario.


Un último aspecto, para concluir, considero debe ser meditado por la sociedad e investigado por nuestros científicos sociales: ¿Cuál ha sido la consecuencia de la proclama de Guerra a Muerte en nuestra mentalidad política? La guerra de Independencia se inició en 1810 pero duró hasta principios del siglo XX, siendo el siglo XIX una guerra de exterminio político de menor intensidad. Pero pensemos: ¿la justificación de esta proclama, entre otros aspectos, no ha generado en nosotros un modo existencialista de entender la política? Si esto es cierto, cumplimos de alguna forma: 200 años de guerra a muerte.  

Wednesday, June 12, 2013

“Memorias de Mamá Blanca”: metáfora de la Venezuela colonial

Publicado en: Noticiero Digital
Autor: Carlos Balladares Castillo




“Memorias de Mamá Blanca”: metáfora de la Venezuela colonial


Una de las cosas maravillosas de la lectura es que siempre descubres nuevas perspectivas de la realidad. Y al conocer y ser “atrapado” por la obra de un nuevo autor, es inevitable exclamar admirado: ¿¡Cómo no lo leí antes?! Así me ha pasado al leer por primera vez: “Memorias de Mamá Blanca” (editada en Madrid por ALLCA en 1988) de la escritora venezolana: Teresa de la Parra (1890-1936). Lo bueno de leerla ahora es que lo he hecho con los ojos del historiador, y he quedado fascinado con la mirada nostálgica de una Venezuela moderna (realmente en vías de serlo) sobre sus tiempos rurales y semiaristocráticos de la Colonia.

El inicio de esta novela corta me gustó mucho, porque me recordó a mis dos abuelas y las casas donde vivían. Muy especialmente la casa de mi abuela materna; abuela que por cierto, tenía el mismo nombre que la protagonista: Blanca (y que todos los nietos llamábamos “Mamaca” (1925-1997)). De igual manera, el uso del estilo literario de las memorias me pareció atractivo, y especialmente la razón que alega Mamá Blanca para hacerlo: “Me dolía tanto que mis muertos se volvieran a morir conmigo que se me ocurrió la idea de encerrarlos aquí.” (p. 12). ¡¿Qué historiador no se siente atraído por una autobiografía?!

La novela en su totalidad la interpreto como una hermosa metáfora sobre la sociedad de los tiempos hispanos de Venezuela, los cuales no terminaron con la Independencia sino que se prolongaron hasta principios del siglo XX; y que son representados en el micromundo de una hacienda de caña de azúcar. En cada capítulo logra describir magistralmente algún actor de dicha sociedad, y como se relacionan entre si cada uno de esos actores o grupos sociales. Pero el texto no se limita solo a esta comparación, sino que también nos ofrece una descripción de varios modelos sociopolíticos y/o doctrinas: la aristocracia, el caudillismo, el positivismo, la democracia e incluso el comunismo.

Al principio describe los padres y las niñas, entre las que se encuentra ella misma: Blanca. Ellos son la nobleza feudal (la aristocracia), “dueña” de la hacienda “Piedra Azul” de Tazón, los cuales viven en la Casa Grande y gobiernan paternalmente sobre el resto de los peones y empleados. ¿Cómo no pensar en los “padres de familia” que gobiernan sobre la “multitud promiscual” descritos por nuestras Constituciones Sinodales (1687) vigentes hasta 1904? Luego aparece el “primo Juancho” que describe como “lo sublime y lo cómico” (p. 48), que vive quejándose del país, que posee sabiduría y conocimientos de nuestra realidad (desde la perspectiva positivista), pero que nunca logra llegar a un cargo político. Yo veo en el a los civiles, segundones de nuestra historia, a pesar de su formación y preocupación por el país. Después está el personaje más fascinante de todos: “Vicente Cochocho”; verdadera personificación del pueblo, del peón empobrecido, y del “buen salvaje” (“su alma desconocía el odio” (p. 71)). Posee las virtudes de la generosidad, alegría, cortesía, laboriosidad, humildad, religiosidad popular católica (jamás ortodoxa, se puede decir sincrética), hombre de honor, caudillo y muy especialmente: es resignado, porque: “¡Quién ha visto peón negro con casa de teja” (p. 74). Al final, Mamá Blanca-Teresa de la Parra da su visión pesimista de la democracia que parece venir, en lo que llama “la república de las vacas” (p. 99); donde el ganado vive en condiciones desiguales pero todas están contentas por el trato del vaquero populista, que al final las hace producir y le roba al dueño de la hacienda al sacar las cuentas.

Todo este mundo desaparece con la migración a la ciudad, donde las niñas dejan de ser individuos (más bien princesas) y pasan a ser parte de la masa, “hormigas, quienes al caminar unas tras otras se pierden felices dentro del anónimo y la uniformidad” (p. 116). Es tal la tragedia que muere una de las niñas, como si con su muerte se acabaran los tiempos de la colonia. Es verdad que en la hacienda (en la colonia), podría concluir la novela, existía un orden jerárquico injusto (aunque visto como natural), pero cada grupo estaba en su pequeño universo que nadie intentaba sobrepasar. De esa forma el pasado queda entonces como una “edad de oro”, al cual nunca se le puede volver, porque como a “Vicente Cochocho se lo comieron los zamuros”. 

Friday, June 07, 2013

Nuevo biografía sobre Simón Bolívar escrita por Marie Ana

Cortesía de Anaclet Pons en su excelente blog: Clionauta. 

BOLÍVAR, NUEVA BIOGRAFÍA

Marie Arana, escritora y conocida crítica peruana-estadounidense, acaba de presentar su biografía de Bolívar (Bolívar. American Liberator), un volumen largamente anunciado que publica Simon & Schuster, un texto mucho más ligero que el también reciente de Antonio Sáez-Arace (Simón Bolívar. El Libertador y su mito. Marcial Pons). Para evaluarlo, nos servimos de Paul Berman, que se expresa del siguiente modo en las páginas del NYT:

Simón Bolívar, el Libertador, fue el George Washington de América del Sur, o al menos así fue considerado por diversas eminencias en los Estados Unidos durante gran parte de su extraordinaria carrera. Grandiosa fue su naturaleza. Despertó adulación. Inflingió unas pocas y preliminares derrotas al ejército imperial español y, en 1813, entró victorioso, momentáneamente, en Caracas en un carro tirado por las hijas de las principales familias, todas vestidas de blanco, como si fuera un dios o un César . Y asumió el título magnífico de “Libertador y dictador.” El carro y las hijas se desviaban, es cierto, del austero estilo de Washington, y el título honorífico de dictatorial se ha mantenido desde entonces de forma un tanto inquietante sobre su reputación, como se puede ver en la admirable y triste lectura de la biografía de Marie Arana, Bolívar.

Pero al igual que Washington, Bolívar fue un hombre de la Ilustración. La razón y el republicanismo lo impulsaron. Arana nos dice que lo primero que hacía al levantarse era ocuparse de su caballo blanco, leer a Montesquieu y Voltaire antes del desayuno y emitir edictos después de la comida. Sabía cómo ejercer el poder político y militar con un solo gesto, como solía hacer Washington, pero también sabía cómo capear las peores condiciones, con un Valley Forge tras otro, en versiones que eran tropicales, andinas, salvajemente remotas y más allá de cualquier cosa que Washington tuviera que soportar. Sólo a mediados de la década de 1820, después de 14 años de guerra, se las arregló para lograr el reconocimiento internacional por varias de las nuevas repúblicas independientes de América del Sur, y aún así, después de la victoria, la guerra nunca pareció detenerse. Arana juzga que la carnicería y la destrucción ocurridas en el curso de las luchas de América del Sur por la independencia se sumaron para dar lugar a una gran calamidad, demográfica: en algunas regiones, la población se redujo en un 50 por ciento.

Bolívar se enfrentó a increíbles y complejas circunstancias raciales y étnicas. Él mismo era fabulosamente rico, dueño de esclavos y tierras, capaz de mantener a sus propios ejércitos durante un tiempo, aunque su lucha finalmente lo empobreciera. Y, sin embargo, debido a esa cepa de sangre no europea que se pensaba  corría por sus venas por lo demás europeas, incluso él, el aristócrata Caracas, se vio obligado a defenderse de los prejuicios de la época marcados por los tonos de la piel. “Sambo”, se le llamaba en Perú, y no por sus admiradores. Guerreros indios con arcos y flechas formaban por una parte de su ejército, y las indígenas formaban una gran parte de los seguidores de su campamento. Los esclavos y los descendientes de esclavos procedentes de África jugaron un papel central en la guerra, a veces luchando en el bando monárquico español, en última instancia del lado republicano de Bolívar; y sado lo que suponía cualquier conspiración,  ejecutó a lo mejor de sus generales republicanos negros.

Ejecuciones desafortunadas aparte, las posiciones de Bolívar sobre la esclavitud y la raza fueron en todos los aspectos superiores a las de Washington. En un momento en que la lucha antiespañola parecía perdida, el presidente de Haití, Alexandre Pétion, acudió en ayuda de Bolívar (lo que ningún presidente de los Estados Unidos nunca consiguió hacer, cosa lamentable) y Bolívar respondió en 1816 pidiendo la abolición de la esclavitud, y no sólo por razones estratégicas. Arana cita un discurso de 1819: “nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte, que más bien es un compuesto de África y de América, que una emanación de Europa”. Y añadió: “Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos”. Y más: “todos difieren visiblemente en la epidermis” -que es el tipo de sencillo reconocimiento que ningún líder de los Estados Unidos pronunció en aquellos días de ignorancia, ni en siguientes generaciones, aunque, en los Estados Unidos, la monocromía epidérmica nunca haya sido la norma.

Por otra parte, Bolívar pensó que la mezcla racial de América del Sur descartaba cualquier experimento de autogobierno libertario o democrático. “La diversidad de origen requiere un pulso infinitamente firme, un tacto infinitamente delicado para manejar esta sociedad heterogénea cuyo complicado artificio se disloca, se divide, se disuelve con la más ligera alteración”. Acabó estando al frente de  países que hoy en día conocemos como Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Bolivia (cuyo nombre deriva del suyo propia) y Perú, todos los cuales se esperaba que se unieran, junto con otras regiones, en una gran federación latinoamericana . Y el sistema constitucional que propuso disponía de una presidencia vitalicia, como una especie de Corte Suprema de los Estados Unidos, excepto con una cláusula adicional, ligeramente monárquica, que permitía al presidente nombrar a un vicepresidente que sería su sucesor.

Entre los compañeros de Bolívar, luchadores por la libertad y republicanos, no todo el mundo miraba con admiración esta tendencia dictatorial. En 1828, un grupo de sus asociados, autodenominados “liberales”, tramaron un complot para asesinarlo, un tiranicidio. El plan fue frustrado por la amante de Bolívar, una mujer casada llamada Manuela Sáenz, quien, según Arana, era conocida por su estilo libertino -su probable relación lésbica con una de sus esclavas; su deleite por la ropa,  no solo para ella sino para sus esclavas, que vestían con ropa masculina; su tolerancia hcia los asuntos de Bolívar. Pero el rasgo más característico de Sáenz, históricamente hablando, fue su capacidad de pensar con rapidez. Oyó a los asesinos irrumpir en la casa. Mandó a Bolívar a saltar por la ventana por seguridad, lo que hizo, llevándose sus zapatos. Y con los conspiradores a punto de irrumpir en la habitación, ella los recibió en la puerta dando tiempo a Bolívar para escapar – “una mujer de extraordinaria belleza, espada en mano”, según la descripción de uno de los conspiradores, a quien Arana sabiamente cita.
Los conspiradores no eran los únicos en considerar a Bolívar como un tirano en ciernes. En los Estados Unidos, sus más grandes admiradores -Henry Clay entre ellos- perdieron la fe en el hombre después de un tiempo. El marqués de Lafayette, que era el mayor experto del mundo en la cuestión de las comparaciones con George Washington, envió una carta a Bolívar oponiéndose a la idea de un presidente vitalicio. Arana rechaza la idea de que, en nuestros días, Hugo Chávez, expresidente de Venezuela, se justificara por el supuesto manto de Bolívar -aunque al desestimar la presunción de Chávez, ella parece  tener en mente sobre todo los ideales liberales de Bolívar, y no sus inclinaciones antiliberales. Arana concede que, en los siglos posteriores a Bolívar, un dictador latinoamericano tras otro se han inspirado en su ejemplo.

Sin embargo, su propósito en Bolívar no es ofrecer observaciones de peso sobre la tradición política de América Latina. Principalmente narra las hazañas militares y políticas de Bolívar, dando lugar a un imponente río, que corre a través de más de 600 páginas, con demasiados nombres y batallas. Pero ella aplica un grato afecto a esta tarea. Es una escritora de origen peruano, autora de American Chica, y sus experiencias parecen haberla dotado de una agradable y romántica nostalgia por el sur del Continente. Cascos de caballo resonando como un latido en el suelo del soleado bosque, mientras una capa negra ondea sobre los hombros de Bolívar, leemos en la primera página, y por la mitad del libro, “picos nevados brillan  contra los azules cielos”.  Todo eso puede ser cursi, pero, como ocurre con un espadachín en Technicolor, es soñadoramente entretenido.

© 2013 The New York Times Company
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