Artículos de opinión de los historiadores venezolanos
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Simón Alberto Consalvi que publica todos los domingos en El Nacional.
El novelista como mercenario
Leí La catira en La Habana, luego de mi expulsión de Venezuela, porque para quienes estábamos presos en las cárceles políticas del general Pérez Jiménez, el aislamiento era absoluto y los rehenes navegábamos en el mar del olvido. Cuando digo "leí" debo añadir que lo hice con enorme esfuerzo por la degradación del lenguaje venezolano que, si no hacía incomprensibles párrafos enteros, carecía de todo placer su lectura. La imitación del habla popular llevó al novelista a excesos tan extravagantes que pintó algunos de sus personajes como débiles mentales.
Hasta Cuba llegaron las olas del escándalo suscitado en Venezuela una vez conocida La catira, y por el persistente rumor de que había sido producto de un "encargo" del dictador y de su ministro de Relaciones Interiores, Laureano Vallenilla Planchart, con el propósito de opacar a Doña Bárbara.
En el Diario de la Marina (octubre de 1956), el periodista Gastón Baquero escribió un excelente ensayo, "De Casas muertas y de La catira o verdad y artificio en la novela". Baquero elogió Casas muertas como testimonio de la decadencia de los viejos pueblos. Es la elegía, dijo, de uno que va desapareciendo.
"Por el alma de una sensible muchacha va pasando el cortejo funeral de aquello que fue villa reluciente, y se desmorona ahora, hasta convertirse en espectro de sí misma". De La catira dijo: "Este libro fallido, lleno de venezolanismos en el vocabulario, de escenas tan fuertes que lejos de ser reales son artificiales, es La catira de Camilo José Cela... Así como en las páginas de Casas muertas se toca una autenticidad, se vive lo contrario del exotismo, en las páginas de La catira". Baquero, además, apuntó con agudeza: "La catira es una zancadilla a Doña Bárbara, resumiendo todo lo que hay de argumento, de anécdota, de episódico, en la novela de Rómulo Gallegos". Este antiguo fiasco de la dictadura y del intelectual español que se ofrecía al mejor postor durmió durante medio siglo.
El ensayista Gustavo Guerrero lo ha llamado a juicio, con su excelente Historia de un encargo: "La catira" de Camilo José Cela. (Anagrama, 2008). Están en la berlina el novelista y las dictaduras de Franco y Pérez Jiménez, el "caudillo por la gracia de Dios" y el profeta del "Nuevo Ideal Nacional". También su ministro Vallenilla Planchart, personaje que solía burlarse de su jefe. Guerrero analiza las implicaciones de la Hispanidad, como anzuelo de la política exterior de Franco, huérfano a partir de la muerte de Hitler y de Mussolini.
La novela de Cela fue uno de los episodios de esa política: una conspiración contra los valores intelectuales y éticos de Venezuela, la utilización de los dólares petroleros para menoscabar a nuestros novelistas. Así de torpes fueron y son las dictaduras. El plan novelístico de Cela no se quedaba en La catira. Con Vallenilla había convenido escribir tantas novelas como Gallegos, La flor del frailejón (los Andes), La cachucha y el pumpá (Caracas), Oro cochano (Guayana), Las inquietudes de un negrito mundano (el Caribe), y la del petróleo, aún sin bautizar porque ya bastaba la cursilería de aquellos títulos que competirían con Reinal do Solar, Canaima, Cantacla ro y Sobre la misma tierra. Cela descubrió una magnífica vaca llamada "Venezuela", y se propuso ordeñarla.
La investigación de Guerrero va al fondo del affaire. El ensayista no se detiene en lo puramente anecdótico. Analiza las fuentes venezolanas que Cela utilizó, como El llanero del falsario Bolívar Coronado. Al contraponer las novelas, concluye que La catira es la versión fabulada de Cesarismo democrá tico: la necesidad del caudillo, macho o hembra. (Doble servicio por el mismo precio). Pocos capítulos tan pertinentes (por su moraleja), como el dedicado a la reacción de los escritores venezolanos frente a La catira. Todos a una, perezjimenistas y opositores, coincidieron en condenarla. Cela tuvo que regresar con premura y mandar con mensajero los lujosos ejemplares que le había traído al dictador. Cuando Manuel Trujillo lo entrevistó para Últimas Noticias, comprendió que había caído en un tremedal. Trujillo pagó con destierro la audacia de sus preguntas. El Nacional entrevistó a 21 escritores, Picón-Salas, Úslar Pietri, Fabbiani Ruiz, Márquez Rodríguez y Otero Silva entre ellos. Oscar Guaramato ofició como entrevistador. MOS dijo de la novela: "Todos sus personajes –el cura, el poeta, el abogado, la dueña de hacienda, la criada, el peón, la prostituta y el proxeneta– hablan al unísono una jerigonza incomprensible aun para el más curtido de los venezolanos". Historia de un encargo: "La catira" de Camilo José Cela es ejemplo como proceso a una aventura que no debía quedar sin dilucidación. En suma, los dictadores pagan por escribir "encargos", y pagan también por el silencio.
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