Sunday, July 06, 2008

Historiador venezolano (Simón Alberto Consalvi) nos relata la historia del dictador de Zimbawe: Robert Mugabe

Artículos de opinión de los historiadores venezolanos

Les dejo acá el artículo semanal del historiador Simón Alberto Consalvi que publica todos los domingos en El Nacional.
El dictador sombrío
Representé a Venezuela en la VIII Conferencia de Países No Alineados en la capital de Zimbabue, en septiembre de 1986. Harare es una ciudad de particular belleza, rodeada de inmensos parques donde elefantes, jaguares y leones pasean junto a los visitantes, inteligentemente preservados.
Pocos espectáculos se instalaron en mi memoria como el parque Epworth, donde gigantescas piedras se elevan sobre otras más pequeñas en un equilibrio vacilante, dejadas allí por un antiguo doluvio. Allí están como una de las maravillas de la naturaleza. Las calles de Harare son paralelamente otra fiesta, las esculturas en piedra, talladas por artistas populares, se ven por todas partes, obras de encanto poco común que hacen de la ciudad un museo.
Recuerdo ese viaje al corazón de África. Zimbabue había conquistado poco antes (1980) su independencia. Robert Mugabe, como su primer presidente, dirigía la VIII Conferencia. Era popular y respetado por sus luchas contra la dominación de los blancos, en la antigua Rodesia de Ian Smith. La democracia venezolana combatió el apartheid y todas las políticas de discriminación con que el coloniaje europeo desnudó su anacronismo. Por eso era un placer estar en Harare.
Recuerdo a los protagonistas de la Conferencia, desde Fidel Castro hasta Raúl Alfonsín, pasando por el coronel Muamar Gaddafi. El líder libio puso la nota de colorido. Cuando subió a la tribuna se hizo acompañar por seis jóvenes altas, bellas, esbeltas, cada una con una pistola tan grande como ellas. Un harém blindado. (Confesaré que no le presté atención al discurso del coronel).
Recuerdo mis conversaciones de toda una noche con mi amigo el canciller de Cuba, Isidoro Malmierca. En Harare oí un admirable discurso de Raúl Alfonsín sobre las relaciones de Occidente con los pueblos coloniales. Fue, en suma, una experiencia que no olvido. Entonces, Robert Mugabe era un gobernante moderado y Zimbabue ensayaba una transición que prometía lo que los colonialistas europeos no fueron capaces de comprender: la sociedad multirracial y pluralista. El país progresó en esos primeros años de independencia. Por una metamorfosis diabólica, ahora Robert Mugabe es un Ian Smith de color negro.
Si la comunidad internacional combatió antes el régimen racista de la antigua Rodesia y la ONU fatigó una resolución tras otra para abogar por su fin, ahora los papeles se han trucado: la comunidad internacional, y la ONU en especial, condenan la dictadura de Robert Mugabe y sus métodos siniestros de mantenerse en el poder a través del crimen, la persecución de adversarios, el fraude y el control absolutista de todos los poderes del Estado. El país está ahora más pobre y el pueblo naufraga en la miseria.
El combatiente de otros tiempos ahora es un déspota roído por la ambición de poder y por esa demencia que se apodera de quienes se juzgan a sí mismos como providenciales. Después de 28 años como dueño y señor de Zimbabue, Mugabe acaba de dar un golpe de Estado. "Si pierdo las elecciones habrá guerra", dijo y, en efecto, las perdió y hubo guerra. Bastaba dejar de votar por Mugabe para que desde el poder se desataran las furias, se torturara y castigara a la gente de manera despiadada.
El candidato de la oposición, Morgan Tsvangirai, triunfó en las elecciones del 29 de marzo con 47,9% de los votos contra 43,2% de Mugabe. Tras amenazas de muerte, el vencedor tuvo que asilarse en una embajada extranjera, mientras el dictador alegaba que la diferencia era insuficiente y tenían que concurrir a una segunda vuelta. Bandas de matones azotaron las calles de Harare. Así, el sombrío dictador concurrió solo. Según su Consejo Nacional Electoral, obtuvo 85,51%. Con premura, se hizo investir presidente por sexta vez, a los 84 años de edad. Con voz insegura, pronunció las palabras ceremoniales: "Yo, Robert Gabriel Mugabe, juro que serviré fielmente como presidente de Zimbabue, con la ayuda de Dios". (Estos personajes siempre hablan de Dios).
No obstante, el déspota no tiene todas las cartas en la mano. El Movimiento para el Cambio Democrático del "asilado" Tsvangirai controlará el Parlamento. Propondrá una nueva Constitución y la democratización del poder. Esto en teoría, porque la guerra de Mugabe quizás lleve a Zimbabue a situaciones indeseables. Desde el Consejo de Seguridad de la ONU hasta la Unión Africana, las condenas han sido unánimes, en Europa, en Estados Unidos y en América Latina, en todas partes menos en aquellos países donde existen cómplices del dictador. Como en los tiempos de Ian Smith, el arzobispo surafricano Desmond Tutu clama porque la comunidad internacional intervenga en Zimbabue, incluso, exclama el prelado, mediante una fuerza de paz de la ONU. A estas desgracias de los pueblos conduce la ambición de poder.

2 comments:

Anonymous said...

Es interesante como en distintos lugares del mundo, y en distintas épocas, surge personas que tratan de liderizar luchas que generalmente son justificas. Opresión, dominación, corrupción, colonialismo, son algunas de las motivaciones que han hecho que pueblos enteros pongan sus esperanzas en las manos de una persona que dice que traerá el cambio. Lo que sucedió en Zimbabue con la llegada de Mugabe con el apoyo popular y la consigna del cambio, y su transformación en un dictador, ha sucedido en Venezuela en los últimos años, salvando las diferencias. Lo interesante es entender que no se trata de personajes de otro planeta, ni que nacieron con un defecto genético que los convertiría en dictadores; hay que entender lo que esta de fondo. Cuando ambos gobernantes llegaron al poder, venían como la respuesta a un problema real, que afectaba a la mayoría de la población, y con un amplio apoyo popular. Me gusta pensar que estos hombre no llegaron por una simple sed de poder (aunque eso es algo que todos tenemos en algún nivel), si no que realmente esperaban traer cambios positivos para el país. Pero independientemente de que eso sea cierto o no, es evidente que los egos y el poder son elementos demasiado fuertes, y que corrompen a cualquiera (sin querer compadecer a estos dos criminales), pero la enseñanza importante es para los puebles, en especial para el nuestro: cuando se le brinda el apoyo a proyectos políticos personalistas, ineludiblemente tienden a convertirse en dictaduras. Cuando logremos salir de esta situación, espero que el país se vuelque con un proyecto nacional, de todos, y no que depositemos nuestras esperanzas otra vez en lideres egocéntricos que crean que ellos pueden solucionar los problemas solos. Cuidado con los partidos centralizados del chavismo y de la oposición venezolana, esa no es la vía.

Anonymous said...

el objetivo del pacto de Punto Fijo era lograr un diálogo entre los líderes de los partidos políticos que existían para el momento (Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera, menos PCV) en torno a los errores del pasado y las posibilidades de no cometerlos en el futuro. La idea principal era generar un programa de gobierno común, e integrar un gobierno de coalición de las tres fuerzas políticas. Conforme a esto, llegaron a un pleno acuerdo de unidad y cooperación sobre las bases y mediante las consideraciones siguientes: (agregué otras que no se encuentran expuestas)
 Seguridad de que el proceso electoral y los Poderes Públicos que de él van a surgir respondan a las pautas democráticas de la libertad efectiva del sufragio;
 Garantía de que el proceso electoral no sólo evite la ruptura del frente unitario, sino que lo fortalezca mediante la prolongación de la tregua política, la despersonalización del debate, la erradicación de la violencia inter partidista y la definición de normas que faciliten la formación del gobierno y de los cuerpos deliberantes, de modo que ambos agrupen equitativamente a todos los sectores de la sociedad venezolana interesados en la estabilidad de la República como sistema popular de gobierno.

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