(Anteriores posts sobre el tema: I , II y III). Imágenes: Generación del 28, y Rómulo Gallegos en un acto antofranquista en 1947.
En el lenguaje de la Generación del 28 fue surgiendo un ideal fundamental: el civilismo, en el cual se excluía la participación de los militares en el gobierno. Los militares serían obedientes a los civiles y no deliberantes. Los análisis histórico-políticos desarrollados por esta generación (en especial la izquierda), mostraban el caudillismo-militarismo (unido a la burguesía imperialista) como la causa de la no existencia de la democracia en Venezuela. Es por ello que se desarrolló una visión de “pureza democrática” que no podía ser “manchada” por la participación de los militares en la política; ni de sus formas de acción (el golpe, “la montonera”, el autoritarismo, el totalitarismo, etc.) como veremos en los siguientes textos (el subrayado es nuestro):
Ese partido (el Partido Democrático Nacional) no podía ser, para cumplir cabalmente su misión histórica de transformar a Venezuela, ni de tipo clasista, ni de tipo demo-liberal ni menos aún de tipo totalitario. Un partido clasista, por la naturaleza de la transformación social planteada en Venezuela, esta imposibilitado para conducir a los amplios sectores populares a la lucha y a la victoria contra los enemigos históricos del pueblo. Un partido demoliberal (de centro), encuadrado dentro de un programa de reformas formales y sin vocación ni posibilidad para ir al fondo de los problemas sociales, tampoco es capaz de dirigir al pueblo venezolano hacia la meta de sus aspiraciones colectivas, coincidentes con las necesidades de Venezuela como nación. Un partido de corte antidemocrático tampoco reclama el porvenir económico-social del país, sino antes bien lo repudia tenazmente: el mantenimiento de un Estado autocrático del tipo Juan Vicente Gómez consumaría el agotamiento definitivo del pueblo venezolano, víctima de los atropellos y despojos erigidos en sistema de gobierno (…) (“Tesis Política y programa del Partido Democrático Nacional (PDN)”, 1939, pp. 21-22)
Dentro de la ley estamos y dentro de ella nos mantendremos, así nos pongan más y más estrecho este campo artimañas y socarronerías con que hoy guste disfrazarse la violencia rampante de ayer, porque nos anima el propósito de demostrar que sí somos merecedores los venezolanos de que nos rijan ordenamientos legales prudentes y justos y no bravuconadas autoritarias, a la manera de antes, que fue nuestra vergüenza, no por culpa de los que aquí estamos ciertamente. (Rómulo Gallegos, 1941, “Discurso en el acto de instalación de Acción Democrática”, p. 2).
Acción Democrática se consideró líder de su generación y de los civilistas; de una NUEVA forma de hacer política que en palabras de Rómulo Gallegos negaba (e incluso le horroizaban) las “bravuconadas autoritarias, a la manera de antes”. Desde el 28 se creó el mito de la “pureza civilista” de los demócratas; y con esta tradición a cuestas, fue como en 1945 la joven oficialidad del Ejército les pidió a los dirigentes de AD que los acompañaran en un “atajo insurreccional” que destruiría lo que tanto habían predicado. Caerían en lo que Gallegos había calificado hasta ahora de “vergüenza nacional”.
A lo largo de los primeros cinco años de los cuarenta se enfrentaron dos formas de comprender la sociedad y la democracia: una teniendo como protagonistas a las masas y sus organizaciones, y la otra donde una minoría militar fundamentalmente tutelaba al resto. El 18 de octubre representaría la ruptura violenta entre estas dos visiones, y el abandono por parte de la primera de su pureza originaria, tal como hemos explicado anteriormente.
Ese partido (el Partido Democrático Nacional) no podía ser, para cumplir cabalmente su misión histórica de transformar a Venezuela, ni de tipo clasista, ni de tipo demo-liberal ni menos aún de tipo totalitario. Un partido clasista, por la naturaleza de la transformación social planteada en Venezuela, esta imposibilitado para conducir a los amplios sectores populares a la lucha y a la victoria contra los enemigos históricos del pueblo. Un partido demoliberal (de centro), encuadrado dentro de un programa de reformas formales y sin vocación ni posibilidad para ir al fondo de los problemas sociales, tampoco es capaz de dirigir al pueblo venezolano hacia la meta de sus aspiraciones colectivas, coincidentes con las necesidades de Venezuela como nación. Un partido de corte antidemocrático tampoco reclama el porvenir económico-social del país, sino antes bien lo repudia tenazmente: el mantenimiento de un Estado autocrático del tipo Juan Vicente Gómez consumaría el agotamiento definitivo del pueblo venezolano, víctima de los atropellos y despojos erigidos en sistema de gobierno (…) (“Tesis Política y programa del Partido Democrático Nacional (PDN)”, 1939, pp. 21-22)
Dentro de la ley estamos y dentro de ella nos mantendremos, así nos pongan más y más estrecho este campo artimañas y socarronerías con que hoy guste disfrazarse la violencia rampante de ayer, porque nos anima el propósito de demostrar que sí somos merecedores los venezolanos de que nos rijan ordenamientos legales prudentes y justos y no bravuconadas autoritarias, a la manera de antes, que fue nuestra vergüenza, no por culpa de los que aquí estamos ciertamente. (Rómulo Gallegos, 1941, “Discurso en el acto de instalación de Acción Democrática”, p. 2).
Acción Democrática se consideró líder de su generación y de los civilistas; de una NUEVA forma de hacer política que en palabras de Rómulo Gallegos negaba (e incluso le horroizaban) las “bravuconadas autoritarias, a la manera de antes”. Desde el 28 se creó el mito de la “pureza civilista” de los demócratas; y con esta tradición a cuestas, fue como en 1945 la joven oficialidad del Ejército les pidió a los dirigentes de AD que los acompañaran en un “atajo insurreccional” que destruiría lo que tanto habían predicado. Caerían en lo que Gallegos había calificado hasta ahora de “vergüenza nacional”.
A lo largo de los primeros cinco años de los cuarenta se enfrentaron dos formas de comprender la sociedad y la democracia: una teniendo como protagonistas a las masas y sus organizaciones, y la otra donde una minoría militar fundamentalmente tutelaba al resto. El 18 de octubre representaría la ruptura violenta entre estas dos visiones, y el abandono por parte de la primera de su pureza originaria, tal como hemos explicado anteriormente.
Autor: Carlos Balladares Castillo (mayo, 2008)
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