domingo, agosto 10, 2008

Historiador venezolano (Simón Alberto Consalvi) opina sobre la reciente muerte de Alexander Solzhenitsin

Artículos de opinión de los historiadores venezolanos

Les dejo acá el artículo semanal del historiador Simón Alberto Consalvi que publica todos los domingos en El Nacional.

Un día en la vida de Solzhenitsin Domingo

El domingo 3 de agosto fue el último día en la vida del gran escritor ruso Alexander Solzhenitsin. Murió en Moscú a los 89 años de edad y su historia personal quizás no tenga parangón con la de ningún otro de los grandes escritores de su país, aun cuando unos fueron asesinados, otros perseguidos hasta llevarlos al suicidio y muchos también encarcelados como él, y como él condenados al exilio. No sé si algún otro tuvo la fuerza y la capacidad de resistencia de Solzhenitsin para sobrevivir las más inimaginables ordalías del régimen de José Stalin. El escritor tuvo la fortuna de ver morir a Stalin. Cuando éste falleció, Solzhenitsin estaba en un lugar remoto de Siberia, adonde había sido confinado, luego de cumplir la pena de ocho años en el campo de concentración. Cerca del fin de la guerra mundial, como soldado del Ejército rojo, fue condecorado por su valor en la batalla de Leningrado, pero muy poco después fue hecho prisionero (1945) porque en carta a un amigo hizo una mención jocosa del "hombre de los bigotes". La KGB leyó su misiva y descubrió en el buen humor del soldado un irrespeto al Jefe Único. En 1962 el nombre del escritor se hizo famoso en el mundo por su novela Un día en la vida de Iván Denisovich. Una novela sobre las 24 horas del día en la vida de un prisionero de un campo de concentración donde el "hombre de los bigotes" castigaba delitos como el buen humor. La historia de cómo se publicó la novela en la Unión Soviética es casi otra novela. Había ascendido al poder Nikita Jruschov, quien poco antes había presentado ante el XX Congreso del PC su devastador informe sobre los crímenes de Stalin. Cuando a través de un amigo el original de Un día... llegó a las manos del escritor Alexander Tvardovsky, director de la revista Novi Mir y miembro del Politburó, éste se admiró de lo que consideró una obra maestra que no podía guardarse como un secreto de Estado, y menos después del discurso de Jruschov. Le llevaron los originales al jefe del Presidium del Soviet Supremo, y pese a las dudas de algunos de sus colegas, dio el visto bueno, y así apareció la primera edición de la obra, prologada por el propio director de la revista, y con ese prólogo de admiración Un día en la vida de Iván Denisovich comenzó poco después su larga peregrinación por el mundo. El prólogo de Alexander Tvardovsky acompaña la novela. Allí el miembro del Politburó afirma que los hechos descritos pertenecían al periodo del culto a la personalidad. El novelista "ha escogido para su narración un día corriente de la vida de un preso, desde que se levanta hasta que se acuesta. Pero este día en la vida de un preso en un campo de concentración de trabajos forzados, un día ordinario, un día como todos, no dejará de llenar de pena y de amargura el corazón del lector, al ver de qué modo eran tratadas unas personas que vivían casi ante sus ojos y que tan próximas a nosotros se nos aparecen en las páginas de este libro". Una obra maestra de la literatura, pero tanto o más que eso, Un día... era el testimonio de un prisionero que relataba la sordidez, la barbarie, la estupidez, la implacable inhumanidad de los campos de concentración de Stalin donde eran sometidos a los más salvajes tratos, semidesnudos en pleno invierno. Los crímenes no eran de Stalin, eran inherentes al sistema comunista, como se demostró cuando otro de sus pares, Leonid Brezhnev, sustituyó a Jruschov, y para Alexander Solzhenitsin volvieron los tiempos aciagos. El día terminaba feliz para el protagonista porque no lo habían enviado a la nevera. "No hicieron trabajar a la brigada en la Comunidad Socialista de Desarrollo". Había conseguido unas migas de pan al mediodía, había podido comprar un poco de tabaco. Pero de la condena le faltaban tres mil seiscientos cincuenta y tres días como aquél. Cuando en Francia apareció una de sus grandes obras, esta vez de historia, Archipiélago Gulag, el escritor fue despojado (en 1973) de su ciudadanía rusa, dejaba de ser persona. Grandes intelectuales de Occidente abogaron por él, y finalmente se le permitió partir. Se radicó en Estados Unidos. Regresó a Rusia en 1994, luego del derrumbe de la Unión Soviética. En Vermont vivió sin salir de su casa, dedicado febrilmente a crear una obra singular que incluye volúmenes como Agosto 1914, Noviembre 1916, Marzo 1917, y Abril 1917, escrita en su retiro americano. En un diálogo entre prisioneros, en Un día..., Solzhenitsin da la clave de por qué fue capaz de sobrevivir el comunismo, de vencer un cáncer terrible en medio del desamparo, de librar un combate permanente contra la mentira, y de dejar legado tan poco común: "Lo malo es, Iván Denisovich, que no rezas con la fuerza suficiente y por eso tus oraciones no producen efecto. Debes orar incesantemente. Si tu fe es lo bastante grande, puede ser capaz incluso de hacer mover las montañas".

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