Artículos de opinión de los historiadores venezolanos
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Simón Alberto Consalvi que publica todos los domingos en El Nacional.
¿Por qué olvidamos a Pío Gil?
No se sabe de qué color son los ojos del hombre que observa gras, del talante sombrío, de la mirada punzante, no era otro que el abogado Pedro María Morantes. Su "nombre de pluma", que en el futuro lo haría famoso, era Pío Gil. Minutos después de haber comprado su ticket para viajar a Europa a bordo del Guadaloupe, se enteró de que también viajarían el dictador y su pequeña corte. Quizás se alegró, quizás no. No se sabe. Sin embargo, no perdió el tiempo durante la travesía, pues aprovechó tantas horas libres para observar a don Cipriano, y para escribir el a don Cipriano. Tiene gafas negras, talante sombrío, no habla ni sonríe, pero en su rostro se insinúa cierta complacencia. Simula que lee, mientras lanza sus ojos como flechas ocultas, como rayos que quieren penetrar los pensamientos del dictador, quien ignora que inicia un viaje a lo desconocido. Ninguno sabe que no regresará.
Menos lo sabe el Presidente de la República que acaba de despedirse en un "Mensaje a los venezolanos" donde expresa que se alejará por "breve tiempo". Que traten al encargado de la Presidencia "como si fuera a mí mismo". Nada es tan fácil en esta vida como equivocarse. Inútil eso de tratar de leer los pensamientos ajenos. O de suponer que alguien que fue ofendido, humillado, menospreciado, pueda ser incondicional. Eso le sucedió a Cipriano Castro con Juan Vicente Gómez. Cuando éste lo despidió en la Vuelta del Ziz-Zag donde se cruzaban los vagones del ferrocarril que iba a La Guaira, le dio un abrazo y le dijo "¡Feliz viaje, compadre!", pero no lo miró a los ojos. A Gómez le había tocado la hora de la revancha, hora que siempre llega, ineluctablemente.
Diario del Guadaloupe. Pío Gil presentía que don Cipriano estaba emprendiendo un viaje sin regreso. Que iba a operarse en Berlín, a recuperar la salud estropeada por tantos abusos, cognac, mujeres, bailes, fiestas. A recuperar la salud para vivir en el oprobio del destierro hasta 1924, cuando la muerte vino a rescatarlo de la soledad y la tristeza en que vivía en Puerto Rico. Era tan poderoso don Cipriano que manejaba a los venezolanos como si se tratara de un teatro guiñol, un teatro de muñecos movidos por una cuerda invisible. ¡Cuando se tiene tanto El hombre de las gafas nepoder nunca se piensa en el destino! Los todopoderosos olvidan que existe el azar. Resulta que el azar dispone. Fue, por ejemplo, el azar el que unió a don Cipriano y a Pío Gil en este viaje. Cuando el Guadaloupe soltó amarras, el 24 de noviembre de 1908, y comenzó a alejarse aguas afuera, ambos miraron por última vez la montaña del Ávila.
El escritor se hizo famoso porque dedicó sus escritos a atacar fieramente a su desprevenido compañero de viaje y a su sucesor, Juan Vicente Gómez. Un tachirense (nació en La Sabana en 1865) que se dedicó a combatir a los dos dictadores tachirenses. En la escala de Fort de France, Pío Gil escribió: "Tenía grandes deseos de ver largamente y de cerca al dictador de Venezuela". Ahora lo tenía ahí mismo: "¡Tipo más funambulesco y más raro! El poder sirve para que las naciones se rían de algunos hombres que sin el poder no ha rían reír sino a los corrillos de las esquinas, y para que los pueblos giman bajo la ferocidad de algunos hombres que sin el poder estarían en presidio. En Castro se unieron íntimamente lo cómico y lo trágico".
Leamos: "El Cabito sacó de su biblioteca portátil algunas obras y, siempre dominante, se puso a leer en voz alta para obligar a todos a que lo oyeran. "Le gustó Fort de France. `Si alguna vez tengo que dejar el poder...’. Se detuvo un momento y se explicó: `Naturalmente, por descansar del trabajo; si alguna vez tengo que dejar el poder, escogería por residencia Fort de France’. No concebía que tuviese que dejar el poder algún día. ¡Y estaba en vísperas de caer!". Llegaron a Burdeos el 10 de diciembre, sólo faltaba una semana para que don Juan Vicente le diera el golpe de Estado y lo dejara como "el hombre sin patria". "Su orgullo creció – escribió Pío Gil– cuando supo que un periódico bordolés le echaba unos piropos... Decía el periódico que Castro era el hombre del día. Ser el hombre del día es también ser el hombre de un día". Pío Gil escribió intensamente, fueron famosos sus panfletos contra Castro y contra Gómez. El Panfleto rojo, el Pan fleto amarillo, el Panfleto azul. El Diario Íntimo. Los felicitadores. Vivió en Francia y en España, padeció los asedios de la I Guerra Mundial, sobre la cual escribió con lucidez y desesperanza. No dudo en considerar como su mejor legado la novela El Cabito, cuyo protagonista es Cipriano Castro, a quien pinta como un sátiro capaz de todas las barbaridades. Murió en París en 1918. ¿No es extraño, acaso, que en una época de tantos adulantes y de tantos felicitadores, Pío Gil sea un olvidado? No. No es extraño. Es lógico.
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