viernes, agosto 08, 2008

¿Cómo reseñarán los libros de historia el "decretazo" de las 26 leyes de Chávez?

Creo que algunos artículos de prensa de hoy pueden dar algunas luces, a pesar de que la pasión dificulte escribir la historia presente.
NO DUDO QUE EL "DECRETAZO" (26 decretos con rango de ley) SERÁ VISTO COMO UN "GOLPE DE ESTADO DE PAPEL" PERO GOLPE DE ESTADO AL FIN.
Acá les dejo a dos opinadores que han intentado describir el momento histórico:
Manuel Felipe SIERRA ND/El Nacional
Al Compás de los días 1952-2008
Hugo Chávez aplicó un Plan B para rematar su proyecto neototalitario. En nueve años, a diferencia de lo que suele decirse, el mandatario ha demostrado paciencia y un certero manejo del tiempo. Ahora considera que ha llegado el momento del zarpazo final contra el resto de democracia que aún quedaba. Después de ser reelecto en diciembre del año 2006, Chávez juzgó llegada la hora de relanzar con fuerza su delirante socialismo del siglo XXI. Reivindicó la victoria como un visto bueno de los electores a su fórmula ideológica; obligó a los militares al juramento "Patria, socialismo o muerte"; anunció el partido único de la revolución; el modelo de economía socialista y el cierre de RCTV.
Sin demora, en agosto presentó una reforma constitucional que en esencia era una nueva constitución hecha de su puño y letra. Por esos mismos días recibió de la Asamblea Nacional poderes habilitantes por 18 meses. Si la reforma era aprobada en un referéndum, seguramente perdería interés en la conveniencia de la Ley Habilitante. Si, por el contrario, era rechazada, como efectivamente ocurrió el 2 de diciembre del 2006, tenía a la mano la posibilidad de pasar por otras vías los contenidos de la propuesta derrotada.
Durante estos meses ha tanteado con leyes y decretos de manera puntual. El currículo escolar bolivariano y la ley de inteligencia y contrainteligencia fueron enfrentados exitosamente por la sociedad democrática venezolana. Estaba claro entonces que resultaría traumático el empeño de aplicar al detal un conjunto de leyes que reprodujeran la iniciativa vapuleada en la votación del año pasado. Ahora se imponía la lógica del golpista: el silencio, el sigilo, los secretos de la nocturnidad y el asalto.
El 31 de julio, horas antes de vencer el plazo que le fuera concedido, Chávez consumó un golpe de Estado al promulgar y ordenar su publicación en la Gaceta Oficial de 26 decretos-leyes que resucitan y ponen en vigencia la reforma que provocó en su momento la airada y victoriosa protesta de la ciudadanía. Un golpe incruento, silencioso, sin militares, sin muertes. Un golpe de papel. Como lo recordaba el politólogo Ricardo Sucre, una acción que tiene un antecedente en el siglo XX: el 2 de diciembre de 1952, cuando se desconoció la voluntad popular expresada en las urnas dos días antes y comenzó en firme la dictadura de Pérez Jiménez.
Argelia Ríos // "Plan B", categoría huracán

Las 26 leyes "reformistas" no son demostraciones de fortaleza real, sino de quien olfatea su otoño

Sí, Yon: penosamente, la respuesta es afirmativa. El mandamás anda buscando bronca. Sumido en el pánico ante la irremediable mengua de su poder, Chávez apela al clásico conjuro de las villanías venidas a menos. Todas sus encarnaciones lo hicieron: mientras mayor era el miedo personal que les atenazaba, más convincentes debían parecer sus esfuerzos por disimularlo. A cada sátrapa le llega el momento de fingir control, sin tenerlo en realidad: para trasladar sus propios espantos hacia la sociedad, crear confusión, y retrasar -que de eso se trata siempre- su inexorable desalojo del trono. Con motivos o sin ellos, la imaginación de las horas finales suele ser un pensamiento fijo entre los abusadores más historiografiados. El comandante no es una excepción: así lo dicen los hechos, aunque con éstos se procure hacer gala de fuerza.

En ese libreto, cada atropello se vuelve más abominable que el anterior, en una sucesión escandalosamente repulsiva... Créanlo: las inhabilitaciones y las 26 leyes "reformistas" no son demostraciones de fortaleza real, sino paradas propias de un patriarca que olfatea su otoño. En ésta, Chávez ha expuesto sin rubor su deseo desenfrenado de generar lo que Goicoechea se teme: una Venezuela carbonizada bajo las llamas de la violencia. Una mala imitación de Bahía de Cochinos, que vendría a demostrar la fascinación del comandante por las falsificaciones: la de la democracia bolivariana, y la de su condición de víctima "del fascismo".

Así es, Yon: algunas especies se alimentan de desechos. El señor de Miraflores quiere "vitaminarse" con un ventarrón tan escatológico como aquél que casi le reventó las tripas un día. Con tantas promesas incumplidas, Chávez quiere un sofocón que revalorice sus palabras ahuecadas: un vendaval para elevarse como el único factor estabilizador, el exclusivo garante del orden, el gendarme necesario al que el país -en llamas- le entregará, primero que nada, una nueva reelección. A eso se reducen las leyes y las inhabilitaciones y todo lo que estamos por presenciar: al capricho de quedarse a la macha, con el cañón apuntando al ciudadano.

No por trillados ni aburridos los argumentos dejan de tener validez: la provocación es la esperanza del Gobierno. La diferencia es que ahora ese trapo rojo sí debe ser embestido. Noviembre es una oportunidad para convertir la campaña electoral en un agresivo "plan B": una "ventolera" que se exprese en una excepcional movilización de protesta cívica, donde la gente -otra vez en la calle- exija el respeto al voto. Ese "plan B" debe contener un reclamo contra la eventualidad de un fraude y el desconocimiento del 2D. Y, sobretodo, debe demostrarle a Chávez que su miedo personal no es transferible al país. Sólo cuando se convenza de eso, el Presidente se resignará, tal cual lo hicieron, finalmente, sus pares del mundo. El "plan B" sigue siendo el "plan A", pero elevado a la categoría huracán.

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