Carlos Balladares Castillo
Publicado en El Nacional
La serie documental: La historia del cine: una odisea (Mark Cousins, 2011), comprende en sus capítulos del 7 al 8 la década de los 60, y en el noveno capítulo comienza a tratar los cambios en el cine estadounidense en los setenta. La nouvelle vague (nueva ola) impondrá – lo que ya hemos identificado como el cine predilecto de Cousins – “el cine de autor”, en el cual el director expresa libremente su veta artística demostrando la hipótesis del crítico irlandés: la historia de las películas es la historia de las innovaciones con las imágenes en movimiento. Pero esta perspectiva, que algunos también llamarán “intelectual”, se expresará más allá de Europa Occidental como denuncia social salvo en la Europa Oriental donde se centrará en una visión trascendente o espiritual. Se puede decir que de algún modo esta “ola” llegará a Estados Unidos en los setenta, mostrando la realidad del hombre corriente perdido en nuestro mundo dominado por la incertidumbre.
Los antecedentes de este nuevo cine que Cousins llama “más personal” o autobiográfico se ve dominado por el monólogo interior de los personajes Los directores que resalta son: Igmar Bergman (1918-2007), quien fue mostrando sus inquietudes: sexuales, existencias e incluso místicas en sus films que recordaban cierto retorno al teatro; Robert Bresson (1901-1999), cuya perspectiva de la vida como una cárcel de la cual se debía escapar fue mostrada en sus films inexpresivos y sin actores protagonistas; Jaques Tati (1907-1982), que buscaba no tanto contar una historia sino los detalles abandonando el uso del primer plano; y Federico Fellini (1920-1993), el cual poseía una percepción de la realidad como un gran circo en el que todo era improvisado.
Los grandes directores de la nouvelle vague, la “nueva ola” francesa fueron: Agnès Varda (1928) en la cual domina el punto de vista y los pensamientos del actor-protagonista; Alain Resnais (1922-2014) que en nuestra opinión es fundamental por su documental sobre el Holocausto: “Noche y niebla” (1955); Francois Truffaut (1932-1984) que no desarrolla la denuncia social sino el sentido artístico; y el más importante de todos, que Cousins llama “el gran terrorista del cine”: Jean-Luc Godard (1930), que con su “Al final de la escapada” (1959) aísla a la persona del mundo, porque considera que el cine no es un medio para reflejar la realidad sino que es parte de ella. Su influencia en Italia se expresó por medio de los directores: Pier Paolo Pasolini (1922-1975), Sergio Leone (1929-1989), Luchino Visconti (1906-1976) y Michelangelo Antonioni (1912-2007). Muchos de ellos tendieron a retomar para perfeccionar el neorrealismo con la denuncia social y los aportes de la nueva ola.
En el capítulo 8 examina la influencia de la nueva ola en el mundo, empezando por Europa Oriental, donde muchos directores sufrieron cárcel por ser auténticos al dirigir y cuyos temas no fueron centrados en lo social sino en el individuo y su anhelo de trascendencia en medio del materialismo marxista. Ejemplo de ellos fueron: Andrzej Wajda (1926-2016), Roman Polanski (1933) y Andrei Tarkovsky (1932-1986). En Japón hubo una ruptura con su tradición cultural, mostrando temas relativos a sus cambios socioeconómicos como el consumismo pero también el despertar sexual. Este último tema de alguna forma recorrerá toda la década y ya no tendrá ninguna censura en el cine posterior a ella. En la India recorre algunas películas de Ritwik Ghatak (1925-1976) que se centran en cómo el individuo padece ante los grandes cambios históricos. Del Tercer mundo en Iberoamérica solo habla de Brasil (“Cinema Novo”) y Cuba, pero también de África y el Medio Oriente, todos ellos dominados por los temas sociales y la influencia del marxismo.
El cine estadounidense vive desde finales de los cincuenta una crisis por la irrupción de la televisión, pero también porque el cine comercial, romántico y conformista ya no atrae. En los setenta (siguiendo el noveno capítulo) hay una renovación con tres tipos de películas: las satíricas (Robert Altman, Woody Allen, etc.), las disidentes (Denis Hooper, Martin Scorsese, etc.) y las asimilacionistas (Francis Ford Coppola, Sam Peckinpah y Terrence Malick). Todas ellas rompen o cuestionan la “historia americana” con sus héroes, éxito y clara moralidad; mostrando el fracaso, la violencia sin sentido, la mercantilización de la vida y la ausencia de certezas.
En nuestra próxima entrega seguiremos con la década de los setenta hasta llegar a los ochenta. Nos acercamos de esa forma al cine con el cual crecimos, que nos formó desde la infancia y paradójicamente gracias a la televisión.
Nota de horror: al enterarme que los mandones subieron el sueldo mínimo de 3 millones a 180 millones de bolívares fuertes, cuando la última vez había sido un incremento de menos del 100% y la hiperinflación había tomado mayor fuerza, me “trasladé” al botecito del personaje que representa George Cloney en la película: “La tormenta perfecta” (Wolfgang Petersen, 2000). En esa terrible escena en que se les viene encima una inmensa ola. Y la oligarquía chavista no estando contentos con las víctimas que dejará el maremoto hiperinflacionario, nos obligan a pagar su desastre con el incremento de los impuestos y la gasolina. Cuando esta pesadilla sea superada (esperamos más pronto que tarde) muchos no creerán lo que padecimos, y cómo tanta perversión e incompetencia se unieron para destruir lo que la democracia había logrado en tan poco tiempo. Nuestra doble condición de cristianos y demócratas nos obliga a no desfallecer, a seguir luchando porque “después de la cruz siempre hay resurrección”. Los venezolanos no “enchufados” nos encomendamos especialmente a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, porque estamos guindando de la sandalia del Niño Jesús ¡Madre no nos dejes caer!
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