El subrayado es nuestro.
Profeballa
LA OPINIÓN DEElías Pino
Iturrieta@eliaspino
Publicado en El Nacional el 01 DE JULIO DE 2018 12:20 AM
Como es profesional de una ciencia del pasado, el
historiador cuenta con el escudo de la distancia. Deber buscar regularidades en
la época que examina desde el futuro, sin meterse en el intricado mapa de los
detalles del género humano que la habitó, sin toparse del todo con sus
miserias. Más bien procura rescatar del olvido los hechos de las figuras de un
tiempo determinado, sin que la indagación consista en una pesca de los rasgos
subalternos sino cuando conviene ocuparse de los matices. Todo esto en el entendido
de que cada tiempo se distingue por la heterogeneidad y de que, por
consiguiente, no se le puede uniformar con un ropaje único.
Se supone que la separación cronológica conduce a un deseado
equilibrio cuando se ponderan las causas, los fenómenos representativos y las
permanencias del lapso sometido a reconstrucción. Como ese lapso concluyó desde
el punto de vista físico, como tuvo comienzo pero también terminación, el
investigador se ha desligado de sus pasiones y de sus intereses para tratarlo
sin tomar partido. En un oficio ocupado de cadáveres la posteridad aconseja su
tratamiento moderado. Las exhumaciones son respetuosas, aun cuando se saquen
monstruos de la tumba. Así como los rescatados del olvido pertenecen a lo yerto
y a lo gélido, la posibilidad de su resurrección debe ser fría, o se sugiere
que lo sea. De allí la existencia de métodos y técnicas susceptibles de impedir
que el historiador se convierta en policía, o en torturador de los personajes
inofensivos a quienes observa desde su ventajosa atalaya. No usa látigo en sus
interrogatorios, ni otros instrumentos de tormento.
Pero, así como mira hacia el pasado por un asunto de oficio
o de vocación, el historiador vive un presente del cual forma parte y que no
deja de apreciar desde su deformación profesional. Debido a defectos de
pupitre o a mañas adquiridas en el trajín de las fuentes del pasado con las que
se ha familiarizado, tiende a mirar a los vivos como si pertenecieran al más
allá para repetir el ejercicio de equilibrio en cuyas directrices se formó. Tal
vez no sea necesariamente la repetición mecánica de una manera de tratar con
los difuntos que orienta el nexo con los seres vivientes de su mundo, ni algo
que de veras pueda demostrarse a través de evidencias serias, pero está cerca de
quien mira a los compañeros de su viaje como miró a los antecesores que
ya no existen. De allí sus referencias constantes al pasado, es decir, su
búsqueda de explicaciones partiendo de lo que ya sucedió, un mandamiento de la
profesión pero quizá también una argucia para escurrirse de la responsabilidad
sobre las cosas que pasan frente a sus narices y en las que ha participado por
acción o por omisión.
En mi caso creo que no le he sacado el cuerpo a la jeringa:
he enfrentado a los sujetos de la dictadura que hoy martiriza a Venezuela
en el terreno que me corresponde. Pero, por si cabe la duda, hoy dejo
constancia de que los siento como plaga abominable, de que no son sino una
pandilla de malhechores ante cuyos delitos no cabe la comprensión, mucho menos
la indulgencia. Ladrones sin límites, verdugos inmisericordes, enemigos de la
virtud y de la probidad que se han predicado como ejemplo desde nuestra
antigüedad, en su inmensa mayoría gente sin preparación intelectual ni nociones
de republicanismo, han fraguado uno de los tiempos más oscuros de la
historia de Venezuela, quizá el más sombrío, o sin quizá. No estamos en horas
de reflexión como las que hacen los discípulos de Clío en las aulas de la
universidad, porque tiempo de pensar hemos tenido suficiente en las dos décadas
de su hegemonía, o porque uno puede tener la pretensión de que una pública
afirmación de repulsa pueda animar a sus rivales, los políticos de oficio,
hacia acciones realmente serias y tajantes.
Aunque quizá no deba pedir tanto, y me conforme con dejar a
los historiadores del futuro el testimonio de un colega desaparecido que les
pide, como criatura corriente del cementerio que será, menos miramientos
metodológicos y más apego a una verdad sin matices, a una verdad vestida de
harapos. La distancia de ellos no es ni puede ser la mía, porque todavía
sigo aquí.
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