Artículos de opinión de los historiadores
Transcribimos el artículo del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábado en El Universal. El subrayado es nuestro.
Transcribimos el artículo del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábado en El Universal. El subrayado es nuestro.
¿La historia se hace con documentos?
El análisis documental colinda con el disparate y penetra los pantanos de la falsificación
El análisis documental colinda con el disparate y penetra los pantanos de la falsificación
El mandón conoce la respuesta: hacen falta testimonios de primera mano, procedentes de la obra de los antepasados, que den cuenta de cómo sucedieron los hechos que la posteridad requiere para saber dónde está parada. La carencia de fuentes impide la reconstrucción adecuada de tales hechos sin los cuales las sociedades vivirían en un insostenible limbo. Nada nuevo se dice ahora sobre asunto tan socorrido, sobre un vínculo tan establecido por los especialistas en el campo de las Ciencias Sociales, pero el tema se trajina otra vez debido al empeño del régimen en establecer un dominio preferencial de los documentos históricos para colocarlos al servicio de sus propósitos de hegemonía.
Un detalle elocuente sobre ese empeño es de cercana data: la calificación del 19 de abril de 1810 como hazaña cívico-militar, divulgada por el mandón en la víspera de la celebración bicentenaria. Para el descubrimiento de la magnitud del disparate basta el hecho de recordar dos sucesos posteriores, a los cuales se adjudicó con fundamento la amalgama de los dos elementos: el 18 de octubre de 1945 y el 23 de enero de 1958. Nadie en sus cabales vería con ojos atónitos la relación de la ciudadanía con el cuartel que se patentiza en ambos eventos, la confluencia de intereses de los partidos políticos con logias de uniformados, pero sólo la falta de cordura puede encontrar un maridaje parecido en un Jueves Santo cuyos protagonistas portaban, en abrumadora mayoría, levitas y sotanas. Pero el mandón estableció el nexo valiéndose de un conjunto de evidencias, supuestamente extraídas de los archivos y suministradas por algún diligente historiador. Echaba mano de datos precisos, de episodios desconocidos y de nombres propios de soldados insurgentes, de tropas en situación de alerta, como para que no quedaran dudas de cómo estuvieron los aristócratas y los sacerdotes de la época acompañados de las "fuerzas armadas".
La estatura de la invención nos pone en guardia sobre la etapa que estrena la "revolución" en el manejo de los documentos históricos. La envergadura del anacronismo debe mover a general prevención porque puede ser el comienzo de una variante de las manipulaciones habituales, ahora supuestamente sustentadas por la "verdad" que mana de las fuentes primarias. El mandón se aleja de las citas trilladas de los discursos más conocidos de la Independencia, para divulgar "nuevos conocimientos" que han surgido de investigaciones que los estudiosos miopes y reaccionarios habíamos subestimado. Es lo que sugiere su flamante afán de decorar con charreteras los sucesos del 19 de abril partiendo de materiales aparentemente inéditos; y lo que puede augurar el control que ejercerá en adelante, auxiliado por los fieles con quienes cuenta en el templo de Clío, sobre los archivos de Miranda y Bolívar que custodió hasta hace poco la Academia de la Historia. Ahora los tiene al alcance de la mano para hacer con ellos lo que le venga en gana. Cartas que jamás consultó, arengas sobre las cuales no tenía noticia, confidencias que jamás pudo imaginar desde la perspectiva de sus anémicas lecturas, le abren el camino para la fundación, ahora sí, de una historiografía de tendencias diversas dependiente de su capricho.
La historia se hace con documentos, desde luego, pero no se hace de cualquier manera. La posibilidad de acercarse a sus contenidos no es monopolio de un esclarecido elenco de genios a quienes incumbe desentrañar los arcanos de la antigüedad en términos exclusivos, pero tampoco corresponde al dominio de los advenedizos. El tratamiento de las evidencias de otras épocas no sólo requiere entrenamiento profesional, razón por la cual se ha convertido en carrera universitaria, sino también exigencias de equilibrio sin las cuales la interpretación de sus contenidos es dominada por la arbitrariedad y puede desembocar en retos escandalosos contra la trayectoria de un pueblo. La trayectoria de un pueblo no depende de las agallas de los individuos que reinan en la posteridad, sino de cómo descubren los historiadores una evolución tal cual fue ella de acuerdo con las conminaciones de cada tiempo, sin anacronismos ni superposición de valores. El análisis documental colinda con el disparate y penetra los pantanos de la falsificación cuando se ocupan del asunto personas cuya credencial no es otra que la improvisación. Pero el problema se agiganta cuando el advenedizo, como es ahora el caso del mandón, lo utiliza para regodearse en el poder. eliaspinoitu@hotmao.com
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