Sunday, April 04, 2010

El historiador Tomás Straka reflexiona sobre el Bicentenario del 19 de abril


EL NACIONAL - Sábado 03 de Abril de 2010

Papel Literario/4

¿El Bicentenario de qué?

Reflexiones a dos siglos del 19 de abril de 1810

TOMÁS STRAKA

Los venezolanos sólo hemos tenido dos grandes -- grandes en el sentido de que gozaron de la unanimidad del colectivo-- reacciones nacionales: contra Francia en 1810 y contra la Gran Colombia a partir de 1826.

Esto puede tener, y de hecho tiene, mucho de polémico, pero ayuda a poner en su contexto los hechos del 19 de abril. Hoy, que la Historia desempeña un rol político más grande del que ya tenía; cuando todos buscan hacerse --y asirse-- a un pasado glorioso que le sirva de legitimación; y cuando en nombre de ese pasado se emprenden experimentos sociales con impacto inmediato en nuestras vidas, volver sobre el famoso pero complejo episodio, puede tener implicaciones bastante más prácticas que las del ornato de la cultura general. Las siguientes líneas son un esfuerzo en este sentido. Todos estamos de acuerdo en celebrar el Bicentenario del 19 de abril, pero, en concreto, ¿qué es lo que estamos celebrando con eso? La respuesta que demos no sólo conducirá a una visión determinada del pasado, sino también de lo que estamos siendo en el presente y, seguramente, de lo que queremos, o al menos esperamos ser, en el porvenir.

Lo primero a determinar es cómo fue eso de que se trató de un movimiento contra Francia y no contra España; y, más aún, cómo, si aceptamos que lo fue, éste llegó a tener un carácter más amplio de adhesión popular que el de la independencia de la corona castellana. Ello nos conduce a una discusión sobre la naturaleza de lo ocurrido aquel día que actualmente se despliega con toda su intensidad. Normalmente tranzada por nuestras maestras con aquello de que fue "el primer paso hacia la Emancipación", los historiadores se dividen entre quienes lo evalúan como un acto de fidelidad al Rey y quienes lo ven como una maniobra para poco a poco ir llevando las cosas hacia la independencia absoluta. Nuestra tesis es que hubo un poco de las dos cosas, como casi siempre en la historia --en los fenómenos humanos--, en la que lo paradójico y lo contradictorio no tiene por qué ser raro. La posteridad, de acuerdo a sus intereses, tiene para escoger, pero, en cambio, los historiadores debemos enfrentar esa contradicción con toda su complejidad.

Inicialmente, los testimonios de la época --tanto los de los protagonistas y contemporáneos que terminaron en el bando republicano, como los de aquellos que terminaron realistas, y que encima vieron así las cosas desde el primer momento-- se inclinan, prácticamente todos, hacia la segunda opción. No dudan en afirmar que ese día comenzó la revolución, que al menos en la cabeza de sus promotores, el plan estaba trazado desde el primer momento. Hubo incluso protagonistas que lo confesaron después. Además estaba la experiencia de la conjura de 1808, cuando se quiso hacer más o menos lo mismo y las autoridades españolas --comenzando por el Regente Mosquera-- no sólo lo consideraron subversivo, sino que encarcelaron a los promotores y señalaron que, de haber alcanzado el triunfo, habrían hecho exactamente lo que hicieron dos años después: llevar las cosas hacia la Emancipación. Ante esto, ¿puede hablarse de simple casualidad? Por otro lado, no hay motivos para pensar que la mayor parte de los caraqueños que, cogidos por sorpresa en los actos del Jueves Santo, que asistieron a la escena y en principio la apoyaron no estaban sinceramente indignados por la invasión de Napoleón a España, por las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII --que se suponían hechas bajo una coerción mayor de la que realmente hubo-- y por la simpatía real o intuida que el Capitán General Vicente Emparan y otros afrancesados de su gobierno sentían por El Francés. Los caraqueños ya habían despedido con tumulto a los emisarios de José Bonaparte. Ya habían salido a la calle a vitorear el regio nombre de Su Majestad. Y ya, cuatro años atrás, habían ofrecido sus vidas y sus bienes para repeler al "traidor" Miranda. Además, y faltarán más pruebas, en el momento en el que la Junta que sustituye al Capitán General empieza a dar pasos hacia la Emancipación, muchos se separan y otros la comienzan a combatir, incluso literalmente, con las armas. No es extraño que muchos de los miembros de la Junta terminaran como realistas. He ahí, por sólo poner un caso, el de Feliciano Palacios.

Pero había más. Napoleón, y en general Francia, significaban básicamente otra cosa más peligrosa: la disolución social, la amenaza a la religión católica, la agitación de las esclavitudes, tal como había pasado en las Antillas (y como hacía unos quince años había ocurrido en Coro). Ante peligros de semejante proporción, lo responsable era organizar una junta --institución hispánica para enfrentar calamidades-- y asumir el desafío de mantener las cosas por su carril. Eso, seguramente, es lo que concluyeron la mayor parte de los que le respondieron que "no" a la pregunta que hizo Emparan desde el balcón.

Por eso, mientras el movimiento fue para atajar la influencia francesa gozó del consenso de todos. Mientras se trató de evitar otro Haití, no hubo fisuras importantes.

Pero en cuanto torció hacia una separación de España --cosa que comenzó a percibirse a las pocas semanas de la Junta-- el mismo se rompió. No se logró recomponer hasta que apareció un nuevo peligro común a todos: el de la unión colombiana, que resultó tan traumática, y el descollante liderazgo del Libertador, que ofendía la sensibilidad liberal de la élite del centro del país. No fue hasta entrada la década de 1820 cuando una combinación de factores --las torpezas de Fernando VII cuando regresó al trono, la ocupación militar de Morillo, la Revolución Liberal de 1820, los éxitos políticos y militares de Bolívar, capaces de capitalizar a favor suyo todo aquello, la popularidad de José Antonio Páez-- lograron captar un apoyo mayoritario para la propuesta independentista y republicana; y, sin embargo, nunca fue tan grande como la que tuvo la reacción antinapoleónica y anti-francesa de 1810. Se contaron por miles los venezolanos que después de Carabobo decidieron emigrar, hasta dejar ciudades enteras sin artesanos y profesionales calificados. Y muchos de los que se quedaron, por su parte, fueron sorprendidos por la disolución de la República de Venezuela dentro de la unión colombiana.

Casi al día siguiente, resolvieron conspirar.

Pero volvamos a nuestro tema del 19 de abril: ¿lo que vamos a celebrar es el movimiento de la élite caraqueña para deponer a los afrancesados, para mantener las medidas revolucionarias de Francia lejos y garantizar, entre otras cosas, la integridad de la Fe Verdadera y el control de las esclavitudes? Obviamente, no fue en esa dimensión, por determinante que haya sido para su desencadenamiento, lo que define la importancia del acontecimiento dos siglos después. Hay, a nuestro juicio, tres aspectos que ya se manifiestan ese día y que son los que le otorgan un carácter distinto al de un simple zarpazo del mantuanaje, avalando en alguna medida a quienes ven --como, insistimos, lo vieron sus protagonistas-- algo más que un acto de fidelidad.

El primero es la formación de un gobierno autónomo con respecto a la corona castellana. Aunque hubo antecedentes en los que el Cabildo tomaba el lugar del gobernador, y otros en los que se opuso a las leyes venidas de ultramar, nada era comparable con lo que acababa de ocurrir. Una cosa es un gobierno provisional bajo el Rey y otra ocupar el lugar del Rey. La Junta de Caracas, que despechaba por Fernando VII (¡y hasta se atrevía a firmar Su Majestad!), habló de unos criollos que se sentían con las suficientes fuerzas no sólo para ponderarse iguales a sus hermanos de la península --lo que en sí no era novedad y, de hecho, refrendaba las leyes-- sino para montar su propia regencia, vale decir, su propia monarquía, y cumplir las funciones del Rey cuando había ausencia absoluta. Roto el pacto que los unía al monarca --así argumentaron entonces y lo seguieron haciendo en el Acta de Independencia de 1811; así lo volvió a decir Simón Bolívar en la Carta de Jamaica, en 1815-- reasumieron la soberanía que habían delegado en él y, con ella, primero organizaron una junta en su nombre, después convocaron a un congreso y finalmente fundaron una república. Pero, véase bien, la asunción de la soberanía, que prácticamente es la independencia, ya la habían hecho el 19 de abril.

El segundo se refiere a lo que se decidió hacer con esa independencia. Como explicaría años más tarde un testigo de excepción, Andrés Bello, una cosa es la independencia y otra la libertad.

No fue el único que lo hizo, aunque tal vez --el "Libertador Intelectual" al fin y al cabo-- el que lo explicó mejor.

Los anhelos autonómicos, explicaba, estaban inveterados en el celo por sus fueros que tienen todos los españoles, pero la libertad fue una idea posterior. Actualmente, que hay tantos regímenes que manipulan las cosas para confundir la condición independiente de sus países con la de libertad de sus ciudadanos, es importante hacer la aclaratoria. Un país no es libre por ser independiente, lo es, por la libertad de sus ciudadanos. Las ideas liberales --proto-liberales, en realidad-- ya gravitaban en el pensamiento más o menos ilustrado, más o menos ecléctico, del grueso de aquellos criollos y no tardaron en ponerlas en marcha. La libertad de imprenta, inicialmente de facto y pronto reglamentada, que se tradujo en una multitud de papeles y en el primer periódico independiente, el Semanario de Caracas; la libertad de comercio con el exterior, que trajo al primer enjambre de mercaderes y aventureros norteamericanos e ingleses (trajeron mercancías, compitieron con los viejos monopolios de la harina, uno de ellos, incluso, destiló en Venezuela por primera vez ron); la supresión de la trata de negros --quién sabe si movida para evitar la llegada de ideas inflamables del Caribe-- pero de claro talante reformista; la libertad de conciencia, al menos su planteamiento con el asunto de la libertad de cultos, que escandalizó a casi todos y que al final se rechazó; en el ejercicio de esa libertad y soberanía recobradas se convocaron elecciones para un Congreso y éste remató declarando la Emancipación, fundando una república --lo que implicaba suprimir los privilegios nobiliarios, la estructura de castas y darle ciudadanía a los pardos libres-- y redactando una constitución liberal, democrática y federal en la amplitud que tales palabras tenían para la época.

El tercer aspecto abre un poco más el alcance de esa libertad. En el acto de formación de la Junta decidieron ampliarla con diputados en representación del clero y de los pardos. A tanto no llegaron como para incorporar a un hombre de color --por mucho que Juan Germán Roscio era hijo de una cuarterona-- ni, hasta donde sepamos, le consultaron al "gremio de los pardos" si estaban de acuerdo con el representante escogido (José Félix Ribas), pero el gesto en sí mismo tiene una carga, sino democrática, al menos tendiente hacia eso, que es necesario resaltar. Puede alegarse que sólo se trató de un ardid de los mantuanos para calmar las tensiones que desde hacía un cuarto de siglo, más o menos, venían teniendo con las capas medias, de color, en su empeño por ascender socialmente; pero el solo hecho de darles representatividad y visibilidad en la nueva organización de la monarquía vernácula, habla de un proceso que se asoma hacia la igualdad, hacia lo que hoy llamaríamos inclusión.

Visto así, el 19 de abril de 1810 los venezolanos --al menos una parte, pequeña pero significativa: la élite caraqueña-- emprendieron el camino para vivir independientes, en democracia y libertad.

Por supuesto, ese día no se podía saber todo lo que estaba por venir, es casi seguro que en la cabeza de quienes participaron en lo que en esencia era una reacción contra Francia y contra el peligro de que las provincias se les fueran de las manos, tuvieran siquiera una sospecha de eso. En rigor, nadie puede asegurar el motivo por el que será recordado, si es que llega a serlo.

Tampoco pueden identificarse esa independencia, la democracia y libertad como un logro que se alcanzó en los desarrollos inmediatos, o incluso mediatos, del acontecimiento --además, cabe preguntarse desde este agitado, a trechos doloroso 2010: ¿de verdad se alcanzó? Pero sí vemos en ellos una línea que se prolonga hasta la actualidad. Ya nadie se acuerda de José Bonaparte ni del peligro francés, detonantes de la reacción inicial. Hasta borramos la estrofa del "Gloria al Bravo Pueblo" en la que se hablaba de ellos. Pero sí queda lo que de sustantivo tuvo para nosotrosç el 19 de abril: el camino de la independencia, la democracia y la libertad.

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