Publicado en Analitica.com
Carlos Balladares Castillo
Al leer el excelente libro de Ana Teresa Torres: “La herencia de la tribu” (2009, editorial Alfa), llegamos a esta conclusión. Nuestros mitos fundacionales (Independencia inacabada lograda por héroes, en especial por uno sólo con características mesiánicas: Bolívar), se han alimentado del resto de nuestros mitos sociopolíticos e incluso geográficos (si podemos llamarlos así) y económicos. Todos ellos han generado, de esa forma, un gran mito central de tipo trágico, que fortalece nuestros fracasos como nación; y que tiene la capacidad de ser “versátil y permeable” por el nuevo héroe hablador. En nuestra opinión, pensamos que si no podemos vivir sin mitos (o no podemos prescindir totalmente de él), porque estos permiten la comprensión de una realidad compleja; debemos destruir los que impiden nuestro progreso y crear nuevas ficciones motivadoras de una vida moral y política moderna.
La autora ha redactado el mito en pocas palabras, que transcribimos a continuación.
Había una vez un pueblo cuyo origen estaba maldito. Sus habitantes se odiaban entre sí por culpa de un pequeño grupo de hombres crueles y tiranos que llegaron de otro mundo para apoderarse de sus riquezas. (…) Entonces uno de ellos, el más rico pero el más generoso, (…) fue elegido por Dios para llevarlos a la libertad y romper las cadenas de la injusticia, de modo que todos vivieran en armonía y fueran felices en un mundo justo y libre. Todos le siguieron (…). Por ello muchos dieron su sangre, y así crearon una nación libre. Pero el héroe fue traicionado por los envidiosos y poderosos, y así lo dejaron morir (…). Sin embargo, el pueblo heroico y hermoso que él amó sigue vivo, y mantiene la esperanza de que él vuelva para hacer justicia y dar fin a su obra inconclusa. (Pp. 109-110).
Después de muchos años durante los cuales los enemigos del pueblo lo mantuvieron sometido a su dominación y saqueo, apareció el héroe que había heredado las cualidades del gran padre exiliado y traicionado. (…) Bajo su conducción el pueblo libró muchas batallas contra sus enemigos, y finalmente recuperó su dignidad y su libertad, y así vivirá durante mucho tiempo feliz y dichoso, en la armonía y la paz, y el disfrute común de sus riquezas. (P. 278).
El problema no es la existencia de la conciencia mítica, sino éste mito narrado anteriormente. Porque el mismo tiene como consecuencia atarnos al pasado independentista, y no poder valorar cualquier otro esfuerzo como nación, grupos o individuos, y tiempo. No existimos más allá de la Emancipación reducida a la vida y obra de Bolívar, y cualquier acción que emprendamos debe buscar completar la utopía “creada” en este período de nuestra historia. La exaltación de la conflictividad entre el héroe (y su pueblo) y sus enemigos (el antihéroe y la oligarquía apoyada por el “imperio”), genera tres elementos antirrepublicanos. La necesidad de la centralización del poder en la voluntad de un solo líder (personalismo político) y no en la confianza en las instituciones, un culto a la violencia y a la muerte (son héroes guerreros nunca civiles, por tanto hay un desprecio al “trabajo constante y silencioso”), y la negación del pluralismo democrático (el otro siempre es el enemigo y traidor, nunca el contrincante con el que se puede discutir y llegar a consensos).
La autora nos explica como este gran mito, es alimentado por otros que fueron desarrollados antes y después de la Independencia, y adaptado a la perfección por el discurso de Hugo Chávez (héroe mesiánico, protagonista y recreador del mito). Las otras historias míticas son: 1) El indígena como “buen salvaje” creador de un protosocialismo (imperio inca y comunidades colectivistas) y vida armónica entre la naturaleza y el hombre, y entre los hombres; 2) Las riquezas inagotables de nuestra tierra (“El dorado” supuestamente confirmado en el siglo XX por el petróleo); 3) la capacidad del individuo para imponerse por sí solo (“el conquistador”, pero también “el vivo”, “el pájaro bravo”, “el alzao”, “el malandro”) y la admiración colectiva por el mismo; 4) somos un pueblo igualitario más que libertario; 5) la vida buena es la rural y agrícola, no la urbana; 6) Estado providencial y paternalista; 7) somos un pueblo mestizo; 8) la ley y las instituciones son injustas por ello deben ser desobedecidas; 9) la culpa de nuestra desgracia es de Estados Unidos (y en el pasado: imperios español y británico). Estos ingredientes son usados según le convenga al gran líder, son la panoplia discursiva para legitimar su papel de sacerdote o reencarnación del héroe fundamental: Bolívar.
Ana Teresa Torres plantea como solución “abandonar la búsqueda del cadáver, darlo por enterrado, y recordarlo sin pretender reencontrarlo en el futuro” (p. 35). Nosotros planteamos, además, la transfiguración de los mitos dominantes en relatos que exalten el esfuerzo constante de los civiles por construir una república democrática y pluralista, equitativa (no igualitarista sino que proclame la igualdad de derechos), trabajadora y productiva.
2 comments:
Excelente reseña. En medio de la incertidumbre y el encono los venezolanos tenemos la oportunidad de correr el velo de la "mitología" criolla que tan caro no ha salido. Me sumo a las voces de quienes una vez más han procurado hacer frente de forma didáctica y asertiva a la recurrente manipulación de la Historia.
Mil gracias amigo!!. Un gran abrazo! DEbemos seguir sumando.
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