“Hispanoamérica inició su andadura republicana con la existencia de caudillos, así como de constituciones, que, en ocasiones estaban de acuerdo y, a veces, entraban en conflicto. El nivel social de los caudillos se elevó una vez ganada la guerra. A su legitimidad añadieron tierras. Al prestigio militar sumaron autoridad política. Tras dos décadas de independencia, cabía definir al caudillo como un gobernante absoluto – de su localidad, de su región, o bien de su país. Se adornaba con un semi Estado, y tenía el cargo de gobernador, jefe supremo o Presidente.” (p. 175).
El autor comprueba su tesis del caudillismo como el personalismo sustentado en la relación patrón-cliente, al comprabar como el caudillo amplió sus clientelas y su modelo de poder una vez terminada la guerra de independencia. "La hacienda o la estancia constituía un fundamento indispensable, fuente de riqueza personal, centro de mano de obra, refugio y fortaleza en la derrota. Las redes de clientes y alianzas posiblemente se diferenciaron en los detalles, pero su naturaleza y función eran, en el fondo, idénticas." (p. 177).
La relación del caudillismo con el Estado-nación:
“La figura del caudillo, que normalmente procedía de una base de poder regional, supuso uno de los mayores obstáculos para el desarrollo de las naciones. La soberanía personal destruía las constituciones. El caudillo se convirtió en el Estado y el Estado en propiedad del caudillo. Paradójicamente, los caudillos también pudieron actuar como defensores de los intereses nacionales contra las incursiones territoriales, las presiones económicas y otras amenazas externas, fomentando, asimismo, la unidad de sus pueblos y elevando el grado de conciencia nacional. Los caudillos eran representantes y a la vez enemigos del Estado-nación. (...) Los criollos fueron quienes percibieron realmente el concepto de nación, ya los pardos tenían un confuso sentido de la nacionalidad y los indios y negros carecían de él por completo”. (p. 181).
“Colombia por entonces era el Estado-nación de Bolívar, la materialización de la unidad nacional. Pero se dio cuenta que si Venezuela quería organizarse de forma pacífica, era necesario satisfacer y escoger a los caudillos. Lo hizo: dándoles cargos regionales y garantizándoles tierras. Por esta razón Páez se convirtió en un supercaudillo, pasó de los llanos a la región centro norte, de hatero a hacendado, de líder popular a de la oligarquía, de líder regional a nacional." (p. 193).
"El nacionalismo en Venezuela no significó la muerte del caudillismo. Los caudillos abandonaron Colombia y llegaron a Venezuela con la función de defenderla, esto le dio más poder y tierras. Caudillismo y nacionalismo se reforzaron entre si." (p. 202).
"Genderme necesario"
“Los caudillos han pasado a la historia como instrumentos de la división, destructores del orden y enemigos tanto de la sociedad como de ellos mismos. (...) En las sociedades postcoloniales de Hispanoamérica, los caudillos cumplieron una función vital para la élite republicana, ya que fueron guardianes del orden y garantizaron el mantenimiento de las estructuras sociales existentes. En épocas adversas y llenas de tensiones, nadie dudaba de que su poder personal era más efectivo que la teórica protección de una constitución” (p. 239).
De nuevo el autor relaciona con su tesis central, al señalar que “cuando el caudillo se hacía nacional, surgía una nueva imagen: la del benefactor, la del distribuidor de patronazgo. Los caudillos podían atraer su clientela prometiendo a sus seguidores cargos y otras recompensas cuando alcanzaran el poder. Y los clientes quedaban obligados para siempre al patrón esperando convertirse en sus preferidos cuando éste alcanzara la cumbre. La recompensa más esperada era la tierra; un caudillo no era nadie si no podía adquirir y repartir tierras.” (p. 240).
A su vez, el caudillo canalizaba el descontento social cuando la movilidad de clases se paralizó cuando terminó la guerra. Era genderma y válvula de escape, es así como a la larga llegaremos (en el caso de Venezuela) a la guerra federal: cantera de nuevos caudillos.
En su capítulo final: "X. La tradición de los caudillos en Hispanoamérica”, hace un repaso de su tesis, rechazando de nuevo la visión cultural del origen del caudillo: "La mentalidad de la conquista y las ideas que prevalecían en el siglo XVI no proporcionan ninguna explicación realista sobre hechos que sucedieron 300 años después” (p. 495). Su origen está en el vacío político que dejo la caída de la monaquía, y en el proceso de concentraciónde tierras en Venezuela a finales del XVIII: El campo se armó, era fuente de reclutas y recursos, los bandidos se convirtieron en guerrilleros y luego terratenientes armados.
La tesis del clientelismo: la primitiva estructura política, nacida de la lealtad personal, construida sobre la autoridad del patrón y la dependencia del peón, fue finalmente incorporada al Estado y se convirtió en modelo del caudillismo. (p. 500). Al final establece tres tipos de estados autoritarios que heredan formas de caudillismo (Estado caudillista, oligárquico y populista).
Al final, a pesar de hacer la siguiente advertencia: "Hay que tener cuidado con el fatalismo político: nuestros males son del pasado (caudillos)"; termina afirmando: “El caudillo proyecta su sombra sobre Hispanoamérica, una presencia del pasado que no se puede borrar.” (p. 533).
Imagen: el historiador inglés hispanista e iberoamericanista John Lynch.
Autor: Carlos Balladares Castillo.
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