Saturday, August 29, 2009

Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) opina sobre la obsesión de Chávez con Ezequiel Zamora

Artículos de opinión de los historiadores
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en
El Universal .

El cielo encapotado
Chávez no se quiso presentar en su programa como lo que es.
El comienzo de la transmisión de Aló Presidente, sucedida el pasado domingo, quizá sea la más elocuente demostración de demencia que pueda presenciar un pueblo sometido a un desfile infinito de delirios y disparates en los últimos diez años. En una de sus acepciones, el diccionario señala que la demencia es “un deterioro progresivo e irreversible de las facultades mentales que causa graves trastornos de conducta”. No debe entenderse la explicación como una alusión exclusiva a quienes andan tirando piedras en la calle contra la gente pacífica, o caminando sin concierto en autopistas y carreteras, sino también a quienes se despegan de la realidad hasta ignorarla o hasta confundirla con otra, mientras se atribuyen roles incompatibles con esa realidad de la cual forman parte y en torno a la cual desarrollan una actitud que no se ajusta a los requerimientos surgidos de su seno. La demencia no consiste sólo en hacerle morisquetas al prójimo, por ejemplo, sino también en un trastocamiento de la comprensión del entorno y de lo que uno puede hacer para atender sus problemas, sin necesidad de parecer uno de esos infelices cuyo destino inexorable es el manicomio.
Chávez no se quiso presentar en su programa como lo que es, o como aquello que la realidad le solicita a estas alturas de la evolución republicana, sino simplemente como Ezequiel Zamora. Se bajó del opulento airbus para subir a cabalgadura criolla, cambió a los edecanes y a los escoltas del G2 por la figuración de unos campesinos parecidos a los del siglo XIX, bordó insignias antiguas en la bandera tricolor, para que fueran como las de 1860; resucitó los sonidos de un famoso canto de las guerras civiles y, para que no le faltara nada al cuadro, quiso que lo viéramos como el adalid agrarista que toma posesión de un latifundio como el de los oligarcas a quienes zarandeaba la marcha bélica que servía de fondo. Salta a la vista el anacronismo de la situación, y especialmente de quien la creo para figurar en su centro como estrella. Resulta evidente cómo no presenciamos una situación propia del país de nuestros días, sino un paisaje de la sociedad campestre, iracunda y muerta de hambre de hace ciento cincuenta años. O eso quiso el teniente coronel de la actualidad que viéramos desde nuestra butaca de perplejos espectadores, para que sintiéramos cómo lo que se mostraba frente a nuestros ojos era testimonio de fenómenos de nuestros días, aunque de veras no lo fuese ni siquiera remotamente. ¿No trata así de vincular su hipérbole, o su monomanía, a la compañía de aquellos cuya credulidad, o cuya ingenuidad, permita sentir que lo pasado no ha pasado de veras y la insania puede tomarse por cordura? Gesto propio de un individuo tocado del cerebro, o expresa manipulación del público para justificar la resurrección de hechos consumidos por la molienda de la historia, propone un fenómeno de retroceso y atraso ante cuya presión ninguna colectividad puede salir airosa.
Se admite ahora la idea de la manipulación, sin olvidar el problema de la demencia, debido a que la reconstrucción a través de la cual nos quiere el mandón trasladar al campo de los combates zamoranos es absolutamente falsa. Don Ezequiel era un acomodado propietario cuando comienza la Guerra Federal, un patrón de esclavos por cuya libertad quiso cobrar precio elevado cuando se promulgaron las leyes de abolición, un cómplice de los desmanes de los hermanitos Monagas y un señorón del jet set decimonono. Sobran las evidencias sobre el tránsito del “General del Pueblo Soberano” por las alturas de la injusticia y la corrupción de la época, tan protuberantes que resulta difícil pensar que no las conozca quien ahora enciende su máquina del tiempo particular para trasladarnos a las horas terribles de las carnicerías domésticas de las cuales pretende presentarse como paladín continuador. Un oportunista corrupto convertido en modelo, o una mente calenturienta en cuyos vericuetos se confunden la escena y el tiempo de sus aventuras, tales serían, por consiguiente, los caminos viejos y nuevos de nuestra perdición.
Sólo una referencia auténtica de la actualidad se vio en las imágenes de ese Aló Presidente: la maravilla de la obra hecha por los antiguos propietarios del hato El Frío, el cuidado de unas tierras cultivadas con esmero gracias a modernas tecnologías, la magnificencia de una naturaleza tratada con sabiduría por quienes fueron sus gerentes hasta cuando los tocó la mano de la “revolución”. Si realmente está convencido el mandón de que Zamora ha reencarnado en su pellejo, nada bueno se le puede augurar a la ubérrima hacienda. Seguramente se convertirá en el abandono que fueron las propiedades durante el siglo XIX. Esa puede ser en este punto la meta de la demencia, pues quien la exhibe sabe que su arquetipo fue un célebre incendiario de sabanas."
eliaspinoitu@hotmail.com
Imagen: Ezequiel Zamora pintado por Ciro Rivas (copiado de Aporrea.org).

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