Transcribimos el artículo del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábado en El Universal. El subrayado es nuestro.
Memoria y república
¿Por qué la memoria de estas realizaciones conspira contra las aspiraciones de Chávez?
En el artículo anterior traté de esbozar algunas razones de la guerra de Chávez y de sus seguidores contra la memoria colectiva, pero quedó pendiente un comentario sobre la causa suprema que mueve su cruzada: la necesidad de desterrar, de la propia médula de los anhelos más buscados desde antiguo por los antepasados y por los hombres de la actualidad, la idea de república y los usos del republicanismo. Como en el pasado, desde principios del siglo XIX, emprendimos el camino de la república y pugnamos por la concreción de sus principios, el régimen y su encarnación topan con un escollo de naturaleza histórica a la hora de pretender una hegemonía cuya implantación implica una ruptura radical con los antecedentes. De allí la razón de empeñarse en la creación de una memoria diversa, después de la extirpación de la que le precede.
Los movimientos que desembocan en la independencia y en la fundación del Estado nacional cambiaron los valores que debían incentivar la conducta de las mayorías, y adoptaron normas y actitudes capaces de convertir esos valores en realidad a través de un proceso iniciado formalmente en 1811, reformulado en 1830, perfilado en documentos proverbiales cuando culmina la Guerra Federal, llevado con creces a la práctica durante el llamado trienio adeco y sujeto a refuerzos de entidad en 1988, gracias a las labores de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado. Son mayores los datos y los hitos del republicanismo a través de nuestra historia, pero ahora apenas se acude a unos pocos para insistir en la reiteración de una conducta colectiva que crispa los pelos de Chávez y los de las pelucas de sus acólitos: la proclamación del ciudadano y de la soberanía que mana de los derechos del ciudadano como fuente del bien común y como partitura del concierto para la administración de la colectividad. El proceso inaugurado en 1811 saca del juego los principios del absolutismo, basados en el derecho divino de los reyes, y los reemplaza por el credo mediante el cual los individuos convertidos en depositarios de una soberanía esencial ocupan la plaza de la monarquía y usan en términos coherentes sus prerrogativas. Después elimina los fueros y los privilegios y llega a fórmulas de participación cuya cumbre remite a la proclamación del voto universal directo y secreto para la escogencia de los altos poderes del Estado. Ahora se está simplificando una trabajosa evolución, que implicó el establecimiento de frenos y contrapesos con el objeto de evitar el ascenso de una autoridad parecida a la de los soberanos del antiguo régimen: la división de los poderes públicos, la ne- cesidad del debate parlamentario, la obligación de rendir cuentas ante los representantes del pueblo y la apertura de canales para la expresión de la opinión del común, por ejemplo. En el fondo de tal evolución se encumbra la noción irrebatible de soberanía popular, a la cual se acude o se debe acudir para la legitimación sucesiva de las autoridades porque encuentra sustento en el justiprecio del rol del ciudadano como raíz de dicha soberanía y como guardián de una administración de la cual depende su sobrevivencia como actor estelar de la sociedad. De allí la progresiva creación de una escena capaz de cobijar a la democracia, un sistema que no podía encontrar asiento sin la previa existencia de un andamiaje de estirpe republicana cuyo aliento provenía del pensamiento de orientación liberal pregonado desde los tiempos de la Ilustración contra las monarquías y contra los desmanes de la nobleza. ¿Por qué la memoria de estas realizaciones conspira contra las aspiraciones de Chávez? Porque él pretende establecer una sinonimia redonda entre su persona y el pueblo, desorbitada operación que no puede aceptar el conjunto de procedimientos y mecanismos creados por la sociedad a través del tiempo para impedir la reaparición de los absolutismos. La identificación que pretende entre el papel que se ha adjudicado de líder incuestionable y los deseos de las mayorías, sin la contención de los magistrados, sin la vigilancia de los diputados, sin la censura de la opinión pública y con el auxilio de un sistema electoral cuyo origen difícilmente se localiza en el período estelar de la democracia, hace de la historia y del uso que de sus hechos se procure en buena lid el escollo más grande con el que pueda topar. De allí la misión que se ha impuesto de ignorar los antecedentes republicanos, o de desacreditarlos. Su proyecto depende de que los venezolanos ignoren las búsquedas ciudadanas de sus antepasados y de ellos mismos, para que una falta de luces dirigida desde la cúpula los conduzca a la mansedumbre de los súbditos. Si, como pretenden la "revolución" y su líder, "Chávez es el pueblo", deben desbaratar el ovillo cuyos hilos, tejidos con sacrificio desde 1810, pueden convertirse en la soga que los ahogue.
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