Transcribimos el artículo del historiador Elías Pino Ituerriera que publica todos los sábado en El Universal. El subrayado es nuestro.
La guerra de la memoria
¿Quiere usted quedarse sin recuerdos, o prefiere que se los cambien de manera arbitraria?
¿Quiere usted quedarse sin recuerdos, o prefiere que se los cambien de manera arbitraria?
El atentado contra la trayectoria intelectual y política de Mario Briceño Iragorry, comentado aquí y en otras páginas hace poco, no es sino una muestra de la lucha emprendida contra la memoria de los venezolanos. El Gobierno ha animado la destrucción de unas estatuas y la erección de otras, el cambio de los nombres de los lugares públicos, la transformación de símbolos como escudos y banderas, la modificación del sentido de las efemérides o el agregado de unas que no figuraban en el almanaque, y la divulgación de una retórica que conduce a una valoración unilateral del pasado. El lector topará con numerosos testimonios de la operación, si apenas hace una consulta somera. De seguidas se intentará un análisis del fenómeno, dentro de lo que cabe en una columna de prensa, con el propósito de llamar la atención sobre sus nefastos corolarios.
El deseo de implantar una memoria nueva tiene una primera explicación, que no carece de sentido pero que no es suficiente para entender el asunto: el desconocimiento de la historia o la aproximación a sus hechos a través de un conjunto de estereotipos. Una lectura apresurada y fragmentaria de los manuales de tráfico grueso conduce a la confirmación de los resúmenes que brotan de sus páginas, en los cuales generalmente los autores no se ocupan de ofrecer matices ni de profundizar en detalles. Tales manuales, en especial los que florecen en escuelas y liceos, hacen una oferta de generalidades tras las cuales se oculta la diversidad de lo que ocurrió de veras en una época y de cuya lectura apenas puede quedar una noticia superficial. Tal es la misión de ese tipo de textos, es decir, un entendimiento genérico para uso de los no iniciados. ¿Qué sucede cuando, sin otro auxilio capaz de ayudar a un entendimiento más coherente y serio, los lectores se aferran a lo que no pasa de ser un conjunto de rudimentos? Nada de importancia, si se trata de alimentar temas de sobremesa, pero algo verdaderamente terrible si el lector se hace del poder y pretende que el pasado sea, en la altura desde la cual lo observa ahora, como la simplificación de los manuales. Las lecturas en blanco y negro pueden amenizar tertulias amistosas, no en balde suelen suceder entre compañeros acostumbrados a consultar libros de fácil digestión, pero se convierten en amenaza cuando el lector quiere pontificar en la casa de Gobierno.
Estamos apenas ante una primera estación del problema, que se complica cuando un lector de ese tipo cuenta con el aliento de una ideología, o de algo parecido a una ideología. Tiende entonces a buscar en los episodios descubiertos a su manera un escenario en el cual se demuestre la validez de las claves universales y ubicuas que aprendió en otro tipo de vulgatas, cuya pretensión es analizar la evolución de las sociedades partiendo de algo parecido a unas leyes o a unas interpretaciones fatales que deben ocurrir en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Si se trata del materialismo histórico, por ejemplo, hay que fijarse en nociones como determinismo económico, explotación del hombre por el hombre y lucha de clases, y probar su existencia en el pasado. No importa que tales nociones arrojen una cortina sobre la realidad en la medida en que la convierten en un contexto sin fisonomía propia, en un escenario tan parecido a cualquier otro que no vale la pena estudiar a cabalidad. Lo que importa es su respuesta a un evangelio de excelencias y miserias propuesto por un magisterio irrebatible. Es así como se junta el hambre con las ganas de comer, esto es, los retazos de conocimiento histórico con los mandamientos de una profecía retrospectiva que se alimenta de ellos para conducir a cualquier disparate de interpretación, o a cualquier bobería.
Sólo que el disparate o la bobería descienden en importancia cuando el apresurado lector convertido en pontífice persigue un objeto de mayor envergadura, en función de una necesidad política: la eliminación o la subestimación de la tendencia republicana que ha marcado el transcurso del pasado venezolano desde principios del siglo XIX y a la cual se ha aferrado la sociedad hasta nuestros días. Si del pasado brota un conjunto abrumador de testimonios en torno a la lucha por el republicanismo y por la legitimación de sus usos, el hombre y el régimen que son su antípoda las miran como al diablo y quieren borrar su testimonio de la faz de Venezuela. Es un punto de trascendencia que requiere de un tratamiento más detenido, como se intentará aquí en posterior ocasión, sin que los puntos anteriormente esbozados dejen de ser motivo de alerta roja. A ellos se debe, no sólo la injuria de un personaje digno de especial recordación, sino también un desfile de negaciones que abren el camino de la amnesia. ¿Quiere usted quedarse sin recuerdos, o prefiere que se los cambien de manera arbitraria? eliaspinoitu@hotmail.com
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