Sunday, September 20, 2009

Decreto contra la memoria de Mario Briceño Iragorry (La opinión del historiador Elías Pino iturrieta)

Transcribimos el artìculo del historiador y amigo Ángel Lombardi que publicó ayer en El Universal. El subrayado es nuestro.

Elías Pino Iturrieta // Una felonía

Los funcionarios de la "revolución" pueden sobrepasar los límites de la cordura

Los funcionarios de la "revolución" no dejan de sorprendernos. Pueden sobrepasar los límites de la cordura para penetrar con creces los ámbitos de la demencia. Caminan de la mentira a la avilantez como si cual cosa. Mediante cabriolas propias de quienes parten de los matices de la mediocridad al capítulo de una oscurana sin excusas, pueden regodearse en extremos de injusticia mezclada con testimonios de perversidad pocas veces registrados en Venezuela. La referencia a la decisión de uno de ellos concede fundamento a las afirmaciones, si no las deja cortas del todo. Se trata de una pulida perla que debemos al gobernador del estado Trujillo, quien recientemente tomó la decisión más irresponsable e irrespetuosa que pudiera disponer en torno a la denominación de la Biblioteca Pública Central de su ciudad capital.

La biblioteca llevaba el nombre de Mario Briceño Iragorry, el pensador sobresaliente de la región, sin alternativa de discusión, y uno de los más eminentes y pulcros de la República en todos los tiempos. Por virtud del Decreto 277 de la gobernación, expedido el 30 de julio del presente año, el espacio de lectura y reflexión ahora se llamará "Biblioteca Socialista Doctor y General Antonio Nicolás Briceño". Espero que el lector sea presa de la estupefacción cuando se entere de los motivos del inopinado bautismo. El ilustrado gobernador considera inaceptable que un instituto público de la región lleve el nombre de un intelectual que se atrevió a mirar con ojos equilibrados la conquista de América, de un historiador que llegó a valorar en términos positivos el legado de la Colonia. Fue "un defensor de la Leyenda Dorada", arguye el ilustrado gobernador para fundamentar su decreto. También incluye entre sus reproches la valoración de Briceño Iragorry sobre la Proclama de Guerra a Muerte, que no llega a rendirse ante el contenido del controvertido documento; y las distancias que tomó ante la apología del cacique Guaicaipuro, que consideró como una exageración. Al ilustrado gobernador le parecen posiciones reprobables, hasta el punto de llegar a la insolencia de relacionarlas con la supuesta participación del gran trujillano en la represión gomecista. Después de criticar el análisis del investigador sobre su entendimiento del pasado, se atreve a vincularlo con los desmanes de la tiranía gomera. Como fue director de política del Benemérito, asegura el decreto, Briceño Iragorry dirigió, "por ende, la terrorífica represiva policía política" de entonces.

Lo último no es sino una mentira despreciable, pues el pensador en su juventud formó parte del funcionariado gomecista sin relacionarse con ergástulas y torturas. Pero, a la vez, porque oculta las contribuciones del grande hombre en su posterior lucha por la democracia, especialmente durante la dictadura de Pérez Jiménez que lo aventó al exilio e intentó librarse de su repudio por el expediente de un crimen fallido. También oculta la persistente posición que mantuvo contra el imperialismo estadounidense, que no dudarían en respaldar los supuestos revolucionarios de la actualidad; y su acuñación del vocablo pitiyanqui que ahora hace las delicias del mandón. En realidad niega una obra imprescindible de la cultura nacional, cuyos títulos son tan abrumadores que no caben en el aprieto de estas líneas (Casa León y su tiempo, El regente Heredia, Mensaje sin destino, Aviso a los navegantes, Alegría de la tierra, por ejemplo), y unas pruebas de coraje cívico que sólo la arbitrariedad y la torpeza pueden desestimar. Pero lo peor del oscuro asunto, si cabe más lobreguez en las tinieblas, radica en el hecho de censurar el trabajo de un intelectual muerto hace medio siglo porque no se ajusta a los lugares comunes del pontífice de la "revolución". Después de su ejercicio de póstumo inquisidor sólo le faltaría al ilustrado gobernador proponer que expulsen al maestro del Panteón Nacional, en cuyo seno reposan con sobrado merecimiento sus cenizas.

Sobre la "biblioteca socialista" y sobre su consagración a Antonio Nicolás Briceño, célebre degollador de españoles durante la Independencia, no se puede hablar aquí por falta de espacio, aunque no por ausencia de argumentos. Sólo restan unas líneas para llamar la atención sobre cómo no han sonado las repulsas de los comarcanos ante la tropelía cometida contra la memoria de una de sus figuras más dignas de encomio. ¿Predominará la mudez de los universitarios del estado, del sector intelectual, de los políticos, de los munícipes, de los eclesiásticos, de los maestros de escuela y del pueblo llano frente a un atentado que debe conmoverlos hasta el desgarramiento? ¿No se han afanado en pregonar la existencia de una supuesta "trujillanidad", sobre la cual se acaba de arrojar una carga de basura? Su silencio demostraría que tienen, los pobres, el ilustrado gobernador que se merecen. eliaspinoitu@hotmail.com

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