¡Por fin terminé de leer este ensayo de mi admirado maestro! La
verdad es que no me pareció que dijera grandes novedades pero al decirlas un
premio Nobel de literatura con una gran claridad le da una proyección mundial.
Esto seguramente permita que muchos abran los ojos ante el dominio de la
frivolidad en el ámbito de la cultura. Frivolidad que se caracteriza por la
masificación del ocio debido a la expansión de los medios de comunicación,
masificación que ha sacrificado la calidad de los productos culturales. Es así como ha surgido una literatura, cine y arte
“light” que solo están para divertir por lo cual solo se exige un mínimo
esfuerzo intelectual (más imagen y sonido, y menos palabra).
Me encantó – por haber sido profesor de la escuela de antropología
de la UCV - el hecho que identificara el origen del problema en los cambios que
hicieron principalmente los antropólogos en el concepto de cultura. El problema
se inició con buena intención: respetar las sociedades primitivas, pero este
respeto llevó a igualar todas las culturas teniendo como consecuencia que ya no
se logró diferenciar lo que es la cultura de la incultura (pp. 66-69). De este
modo aclara la definición y función de la cultura:
La
cultura es –o era, cuando existía- un denominador común, algo que mantenía viva
la comunicación entre gentes muy diversas a las que el avance de los
conocimientos obligaba a especializarse, es decir, a irse distanciando e
incomunicando entre sí. Era, así mismo, una brújula, una guía que permitía a
los seres humanos orientarse en la espesa maraña de los conocimientos sin
perder la dirección y teniendo más o menos claro, en su incesante trayectoria,
las prelaciones, lo que es importante de lo que no lo es, el camino principal y
las desviaciones inútiles. Nadie puede saber todo de todo –ni antes ni ahora
aquello fue posible-, pero al hombre culto la cultura le servía por lo menos
para establecer jerarquías y preferencias en el campo del saber y de los
valores estéticos. En la era de la especialización y el derrumbe de la cultura
las jerarquías han desaparecido en una amorfa mezcolanza en la que, según el
embrollo que iguala a las innumerables formas de vida bautizadas como culturas,
todas las ciencias y las técnicas se justifican y equivalen, y no hay modo
alguno de discernir con un mínimo de objetividad qué es bello en el arte y qué
no lo es. (pp. 70-71).
A su vez logro encontrar algunas coincidencias con otro de mis
maestros: Rafael Tomás Caldera (ver acá), en lo que respecta a la denuncia de
la banalización de la cultura, y el reconocimiento del hecho – siguiendo a T.
S. Elliot, 1948, Note Towards the
definition of Culture - que la cultura es un “estilo de vida” que nace de
la religión y aunque no sean la misma cosa ambas buscan trascender (pp. 16 y
19).
En los dos primeros capítulos se refiere a lo que hemos descrito:
el problema general de la cultura de hoy y sus orígenes. En los siguientes se
dedica a las diversas causas del problema: la destrucción de la autoridad del
educador por la irreverencia y el relativismo extremo (cap. III), la
destrucción del erotismo por la pornografía y el sexo como deporte (Cap. IV), el
desprestigio de los políticos por los casos de corruptos, bufones busca-votos y
el generalizado desapego a la ley (Cap. V), y la religión centrada en el
fanatismo del fundamentalismo islámico y algunos ortodoxos de otras
denominaciones o la superficialidad de la misma en las sociedades occidentales,
pero señala la importancia de una sana religión que acepte los principios de la
libertad de culto y los derechos humanos porque LA RELIGIÓN (principalmente el
cristianismo) es la “fuente primera y mayor de los principios morales y cívicos
que son el sustento de la cultura democrática” (p. 179) (cap. VI); para luego concluir
opinando sobre lo que considera el peligro del libro electrónico (lectura
fragmentaria que solo sin gozar con la belleza de la escritura) y el compromiso
del escritor con la verdad y el arte. El libro es una advertencia junto a la
apología del intelectual como formador de la opinión pública.
Nota: Leímos el libro en su primera edición de Alfaguara (México,
febrero 2012).
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