Autor Tomás Straka
Publicado en El Nacional
En los 60 años de Fedecámaras: ¿hay futuro para la empresa
venezolana?
El Nacional, 15 de agosto 2014
El pasado 17 de julio la Federación Venezolana de Cámaras de
Comercio y Producción arribó a sus setenta años. En un contexto en el que
la mayor parte de sus empresas afiliadas luchan por sobrevivir, la fecha pasó
más bien desapercibida. Las urgencias del día, que son tantas y tan
graves, no fomentan la reflexión sosegada sobre la historia. No obstante,
revisar las razones por las que se agremiaron aquellos comerciantes, banqueros,
agricultores y pequeños industriales que en 1944 constituían la semilla del
empresariado venezolano, así como el análisis de sus luchas y de la doctrina
que a lo largo de siete décadas forjaron a través de diversos documentos, puede
resultar tremendamente útil para comprender nuestra situación actual, así como
para sortear los retos (¡los gigantescos retos!) que conlleva cualquier nuevo
emprendimiento en la Venezuela de hoy. Recientes declaraciones del secretario
general de Unasur, Alí Rodríguez Araque, así como un libro de Edgar Hernández
Beherens que acaba de salir publicado, nos aportan claves significativas al
respecto.
En efecto, lo que estos dos funcionarios de la revolución
bolivariana han dicho sobre la empresa privada, no sólo demuestra la
divergencia de criterios que existe en el chavismo y que la muerte de Hugo
Chávez ha permitido aflorar, sino también la forma en la que muchos de los
problemas identificados por los fundadores de Fedecámaras siguen vigentes, tal
vez ahora más que nunca. Por ejemplo el del papel que deben tener los
privados en la economía nacional. El pasado 4 de agosto pudimos leer en
diversos periódicos nacionales que Rodríguez Araque, preocupado por la marcha
de nuestros asuntos económicos, ha planteado la necesidad de “definir los roles
de la política económica”, en particular “cuál es el rol del Estado y cuál es
el del sector privado, porque no hay duda que por un largo período le
corresponderá un rol un importante”. Por una parte, las declaraciones
demuestran que en el modelo socialista que viene implementándose desde 2007, se
plantea la extinción, o al menos una reducción muy significativa, de la empresa
privada en Venezuela. El Plan de la Patria diseñado por Hugo Chávez y sus
asesores (en especial el recién defenestrado Jorge Giordani) para el período
2013-2019 es muy claro en este punto, así como lo son muchos otros documentos,
artículos y estudios emanados por el Estado, por sus voceros o por simpatizantes,
desde aquellos que puedan leerse en aporrea.org
hasta el libro La transición venezolana al socialismo, de Giodani (2012), que
todo venezolano interesado por comprender lo que se pensaba (y en alguna medida
se sigue pensando) en el gobierno revolucionario, debe leer. Pero
al mismo tiempo, la declaración de Rodríguez Araque, debe ser evaluada con base
en quién y cuándo la dijo: que esa práctica extinción de la empresa
privada quede para algún momento en el futuro, acaso tan lejano que tal vez no
lleguemos a verla, es casi una confesión de los grandes problemas que ha
demostrado tener el socialismo del siglo XXI para imponerse, ser eficiente,
garantizar abastecimiento y bienestar.
De hecho, las declaraciones de Rodríguez Araque en el
contexto de la ruidosa salida de Giordani del ministerio de planificación y de
las admoniciones de Nicolás Maduro contra la “izquierda trasnochada”, tienen un
peso ideológico muy significativo. Mientras el presidente anuncia el
forjamiento (¡ahora sí!) de un “socialismo productivo” (con lo que confiesa que
los ha habido improductivos, por ejemplo el nuestro) y en Aporrea aparecen
críticos que ven peligrar la pureza revolucionaria, cualquier cosa que se diga
al respecto implica una toma de postura ante temas esenciales. La de
Rodríguez Araque es el reconocimiento de que sin los privados no será posible
por un largo tiempo garantizar la productividad, el abastecimiento y el
bienestar. Él sigue soñando con una sociedad en que estas empresas
desparezcan, o queden reducidas a aspectos muy puntuales. Pero otros
funcionarios no llegan tan allá. Edgar Hernández Behrens, uno de los militares
que participaron en el golpe del 4 de febrero de 1992 y durante la revolución
ha sido figura prominente de las finanzas públicas, con especial
notoriedad en su rol de presidente de Cadivi, acaba de publicar Dios en la
gerencia y los negocios (Caracas, s/n, 2013). Se trata de una larga
reflexión sobre su desempeño como presidente de Banfoandes, analizado a la luz
de los textos bíblicos. El objetivo es demostrar que las enseñanzas de
las Escrituras son esenciales para la buena gerencia. Hernández Behrens
es un piadoso evangélico, se cuida de aclarar que las citas bíblicas vienen de
la Biblia protestante en su traducción de Casiodoro Reina, revisada por
Cipriano Valera (de allí viene lo de Reina/Valera) y en general trasluce la
ética del trabajo calvinista: si algo demuestra la gracia de Dios, es la
prosperidad (quien quiera leer el libro puede revisar www.prosperidadintegral.com,
página que no hemos podido abrir, o pedirlo a diosenlosnegocios@gmail.com).
¿Cómo pudo un hombre como Hernández Bherens ocupar un cargo
tan alto en el mismo gobierno que tuvo a Giordani de ideólogo, y además
ocuparlo justo en el área económica? Todo lo que se dice de las diferencias,
supuestas o reales, latentes o desatadas, entre el ala militar y el
civil, la pragmática y la ideológica, en el gobierno de Chávez puede medirse
con la sola comparación entre Dios en la gerencia y los negocios y La
transición venezolana al socialismo. Mientras en sus cubículos de
profesores universitarios Giordani y los otros miembros del “Grupo Garibaldi”
iban diseñando el socialismo del siglo XXI desde la década de 1980, en
sus escuelas y servicios dominicales Hernández Bherens también se forjaba
una idea de renovación de la sociedad y la economía venezolanas, aunque de
signo distinto. Probablemente se trata de dos extremos en el
chavismo, pero nos indican todo el abanico que se despliega entre ambos: desde
los que aspiran a algo muy parecido al “socialismo real” de los soviéticos, a
aquellos cristianos imbuidos en la muy capitalista teología de la
prosperidad. Los empresarios agremiados en Fedecámaras, entre
tanto, no parecen haber sido consultados por aquellos profesores marxistas ni
por el militar evangélico que tanto han venido pensando en qué hacer con sus empresas,
y que llegaron a contar con el suficiente poder para decidir sobre
ellas. De allí la importancia de recapitular la historia andada en
estos setenta años y en especial de las ideas con las que han dado respuesta a
otros retos que en muchas ocasiones llegaron a ser similares.
Hay que recordar que Fedecámaras surge en uno de los
momentos de mayor estatismo en la historia de Venezuela. Desde 1937 vivíamos
una centralización cambiaria que en 1940 se convirtió en el primer control de
cambios; en 1941, producto de la guerra, se crea la Junta de Defensa Económica
al tiempo que se establece un control de precios con la Junta Nacional
Reguladora de Precios, a la que pronto se une otra de Alquileres, y una
relativa centralización de las importaciones con la Comisión de Control de
Importaciones; en 1942 se estableció una Junta Nacional de Transporte y,
finalmente, en 1944 la Comisión Nacional de Abastecimiento (CNA), que se
encargaría de centralizar las importaciones, la distribución y los
precios. Si sumamos a esto el Impuesto Sobre La Renta y el Instituto
Venezolano de Seguros Sociales, decretados respectivamente en 1942 y 1944,
tenemos a un Estado redistribuidor de la riqueza y director de la
economía. Aunque el contexto mundial de una economía de guerra fomentó
estas medidas, el pensamiento económico del régimen tendía hacia el estatismo y
la renta petrolera, que ya entonces hacía al Estado la gran fuente
redistribuidora de riqueza, favoreció esta situación. Sin embargo, ni el
presidente Isaías Medina Angarita, ni Arturo Uslar Pietri, Manuel Egaña o
Gustavo Herrera, sus pensadores económicos, estaban planeando la eliminación
paulatina del empresariado. Al contrario, más allá de las fricciones,
plantearon trabajar con él y hasta incentivarlo, como lo demuestra la Junta
Nacional de Fomento (1944), destinada a ofrecer créditos en condiciones
especiales.
Es un estado de cosas que no varía con la llegada de Acción
Democrática al poder en 1945. A pesar de su discurso revolucionario y
socializante, Rómulo Betancourt (que había asistido a la asamblea fundacional
de Fedecámaras) invita a los empresarios al Consejo de Economía Nacional, crea
la Corporación Venezolana de Fomento en 1946 (CVF), para agilizar los créditos,
y planea un vasto plan de empresas mixtas con Nelson Rockefeller, que
representaba al sector más dinámico y en ascenso del empresariado que actuaba
entonces en Venezuela: el asociado al capital internacional, sobre todo al
petrolero. El Plan Rockefeller no se ejecuta con el gobierno, pero sí termina
traduciéndose en numerosas empresas que a la larga terminarán en manos de
venezolanos, o en las que se va incubando una nueva generación de empresarios
(como Cada, Inlaca y Silsa, o incluso Mavesa, uno de cuyos fundadores, William
Coles, era también uno de los grandes gerentes de Rockefeller en
Caracas). El punto es que se crean unas reglas del juego que en el
siguiente medio siglo se mantienen: el Estado fomenta gracias a la renta
petrolera la formación de un capitalismo (llamado por ello capitalismo rentístico),
sobre todo a partir de la política de sustitución de importaciones establecida
en 1958, las empresas en general aprovechan las ventajas que ofrece el Estado
en créditos, contrataciones, compras y otras políticas proteccionistas, hasta
convertirse algunas en verdaderos satélites del Estado, mientras Fedecámaras
sistemáticamente va a pugnar por una menor intervención estatal que garantice
la formación de un empresariado lo más autónomo posible. Las
nacionalizaciones/estatizaciones del hierro y el petróleo en 1975 y 1976
pusieron en manos estatales a las empresas privadas más poderosas, las
petroleras y mineras. Y esto, en un contexto de expansión del capitalismo
de Estado hacia el sector eléctrico, la banca y la agroindustria.
Excede las dimensiones de este artículo detenerse en la
forma en que estas reglas se van rompiendo en el último cuarto del siglo XX,
para finalmente desembocar en una propuesta socialista que, si bien en un
sentido no ha sido sino la profundización del estatismo iniciado en los años
cuarenta, por el otro aspira, llevar a su mínima expresión a la empresa
privada. En todo caso, para responder o al menos cotejar lo que hombres
como Girodani, Rodríguez Araque, desde el marxismo, y Hernández Behrens desde
la ética protestante, han ideado para la empresa privada, es importante revisar
las cartas y declaraciones que Fedecámaras viene publicando desde su fundación
(las más importantes están colgadas en su web: http://www.fedecamaras.org.ve/centrodoc.php?sec=Documentos%20de%20Asambleas).
Allí hay un pensamiento, casi podríamos decir una doctrina, del empresariado.
El futuro de la empresa venezolana puede estar en esos documentos, o en un
punto medio entre lo que ellos han venido diciendo y lo que desde la acera de
en frente se ha planteado. En todo caso, estamos en una coyuntura en la
que, más que nunca, es necesario estudiar a la federación que llega a sus
setenta años en el centro de los debates fundamentales de la actualidad.
Las conclusiones a las que lleguemos, el debate que logremos desatar, los
conocimientos que aporte el estudio de su historia, serán esenciales para el
diseño (y el éxito) de nuestro porvenir.
@thstraka
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