Autor: Clemente Balladares
El 22 de noviembre de 1963 se
encontraba en Dallas. Allí conoció al relacionista público del hotel que le
recomendó salir de la ciudad a una feria de ganado. Al enterarse del asesinato
del presidente John Fitzgerald Kennedy, lo más impactante fue darse cuenta de
que el supuesto magnicida era el relacionista Jack Ruby que acababa de conocer.
Otro viaje que hizo a Norteamérica pero premeditado. Fue para ver el
lanzamiento del Apolo XI en cabo cañaveral que llevaría el primer hombre a la
Luna. También Gluski, como amante de la aviación y del negocio turístico, tuvo
la suerte de participar en los vuelos de prueba de Viasa y del Concorde, con la
aerolínea Air France desde París hasta Caracas.
En 1986 realizó un viaje a su natal Polonia con su hijo Andrés. Para 1999 vendió sus acciones en el negocio turístico y se dedicó a escribir sus memorias que dictó a su nieta Tina. En su vida reconoce lo oportuno de tomar buenas decisiones que lo salvaron en la guerra en Europa y lo ayudaron a prosperar en Venezuela. A pesar del odio a los nazis, en general no guardaba rencores ni resentimientos extremos, disfrutaba el momento de vivir alegremente.
A los ochenta y ocho años de edad, el jueves 9 de diciembre de 2004 se levantó a la 6 a.m., hizo algo de ejercicio, se bañó y tomó café en la cocina de su apartamento en Lomas de Los Ruices. Luego se sentó en la sala frente al televisor pero no lo encendió. Estaba mirando a El Ávila que ese día estaba soleado... Y así murió.
En 1986 realizó un viaje a su natal Polonia con su hijo Andrés. Para 1999 vendió sus acciones en el negocio turístico y se dedicó a escribir sus memorias que dictó a su nieta Tina. En su vida reconoce lo oportuno de tomar buenas decisiones que lo salvaron en la guerra en Europa y lo ayudaron a prosperar en Venezuela. A pesar del odio a los nazis, en general no guardaba rencores ni resentimientos extremos, disfrutaba el momento de vivir alegremente.
A los ochenta y ocho años de edad, el jueves 9 de diciembre de 2004 se levantó a la 6 a.m., hizo algo de ejercicio, se bañó y tomó café en la cocina de su apartamento en Lomas de Los Ruices. Luego se sentó en la sala frente al televisor pero no lo encendió. Estaba mirando a El Ávila que ese día estaba soleado... Y así murió.
Fue enterrado en el Cementerio del Este de Caracas, donde se reunieron más de doscientas personas. Así despidieron al polaco de nombre Ryszard, al cual sus amigos británicos le decían Richard y algunos venezolanos llamaban también Ricardo.
Agradecimientos
A la Sra. Anita Gluski y a Andrés Gluski, desde el principio de la investigación sobre este singular polaco que se hizo venezolano, su ayuda fue desinteresada y muy atenta. A mi amigo Patrick Cook y al Sr. Charles Leonard, por facilitar todos los contactos a la familia Gluski. A mi cuñado Carlos Osuna por servir de enlace con los documentos de Richard. Al historiador Carlos Alarico Gómez por sus valiosos comentarios sobre el personaje. Y como de costumbre, a mis grandes amigos y correctores: Claudio Meunier y Darío Silva.
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