Artículos de opinión de los historiadores
Transcribimos el artículo del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábado en El Universal. El subrayado es nuestro.
Frenar al desenfrenado
Las elecciones de una nueva Asamblea Nacional pueden ayudarnos a una rectificación
La beatificación de Idi Amín, sugerida por el mandón hace poco, pone de manifiesto en términos brutales la licencia que es capaz de tomarse para gobernar a su antojo. Las injurias contra el presidente de Colombia trillan la misma ruta de excesos, sin que ningún poder en la nación, ni aparentemente tampoco en el resto del universo, sea capaz de llamar la atención sobre una conducta que le está vedada a un jefe de Estado de nuestros días, a menos que protagonice una dictadura desembozada frente a la cual no existe la alternativa de la contención. No estamos ante a una conducta sorpresiva, pues viene insistiendo en rol pendenciero y desconsiderado casi desde el comienzo de su ascenso al poder, cuando ensayó tímidas diatribas que fueron tomando cuerpo al no topar con el correspondiente control, ni de parte de las altas autoridades ni de los sectores de la oposición. Peor todavía, ni siquiera en el seno de una sociedad que jamás había experimentado el bochorno de tener a la vanguardia un individuo incapaz de ajustarse a las reglas de la urbanidad, se reaccionó oportunamente frente a lo que no es otra cosa que un agravio de la ciudadanía.
Uno acude al escudo de las buenas maneras porque, mal que bien, Venezuela es la tierra en la cual escribió Carreño su Manual para que los hombres de la época mostraran sus prendas de sujetos civilizados ante el prójimo, pero en realidad se trata de un asunto legal. La tradición de comedimiento que nos ha distinguido en el trato con el concierto internacional también cabe en el reproche, pero en realidad estamos frente a una materia constitucional. De acuerdo con la Carta Magna, el Presidente de la República está sujeto a una urdimbre de obligaciones que no puede eludir. No sólo tiene una serie de prerrogativas, sino también un cúmulo de deberes que lo constriñen ante los gobernados y sobre cuya violación debe pedir cuenta la sociedad a través de la representación popular, o por conducto directo cuando los diputados no hacen el trabajo para el que fueron electos y por el cual se les paga elevado salario. En la misma falta incurre el Poder Judicial, debido a que no advierte ninguna violación de las regulaciones en la incontinencia de quien debe administrar con armonía a sus electores y manejarse con prudencia ante los interlocutores de otras latitudes. De allí que el mandón sienta que monopoliza las exenciones mientras carece de todo tipo de compromisos, hasta llegar a los extremos que hoy producen alarma y vergüenza.
El tema de las filigranas y las cortesías no es banal debido a que refiere a la salvaguarda del pacto social a través de ritos cotidianos de respeto, pero tal vez no sea lo fundamental en una crítica del desenfreno presidencial. El desenfreno presidencial igualmente refiere a la administración de los recursos de los venezolanos. Así como distribuye las imprecaciones según el humor que lo domine o según la antipatía de turno, concede y dilapida los elementos del presupuesto. Así como se regocija en la acuñación de insultos, o en la adoración de ídolos como un genocida africano, echa a andar proyectos y misiones sin sustento en los que se malbaratan los bienes de la nación sobre los cuales, otra vez de acuerdo con la ley, deje ejercer escrupulosa gerencia. Así como se vale por sí mismo para no dejar títere con cabeza entre quienes muestra animadversión, desestima el consejo de los expertos a la hora de convertirse en pródigo distribuidor de lo que en justicia no le pertenece. Así como determina de acuerdo con su único arbitrio quiénes son los amigos y los enemigos de la patria, clasifica a los beneficiados por su voluntad de exclusivo controlador de la riqueza en un desconcierto que ni de lejos sintoniza con las urgencias de las mayorías. Así como clasifica a la humanidad según su caprichosa cartilla, decide quién puede ser y quién no puede ser propietario en la comarca. La danza de una discutible bonanza depende sólo de su batuta, para que la sociedad sienta cómo vuelan los millones y los maletines por los corredores de una cúpula que comienza en la apocada Caracas y termina en el Teherán de los ayatolaes, sin que nadie acate a calcular el monto de los bienes que se esfuman en el itinerario. A la hora de comparar tales desaguisados con la faltas a la urbanidad, es evidente que pesan demasiado en la balanza.
El problema es descomunal, debido a que la sociedad lo ha alimentado con su indiferencia y complicidad. Ni siquiera hemos pensado, como pasajeros del mismo autobús, en adquirir un potecito de liga para usarla cuando sea inminente la cercanía del abismo a que deben llegar unos hombres que han abdicado sus obligaciones elementales de supervivencia para depender de un atrabiliario chofer. Las elecciones para la integración de una nueva Asamblea Nacional pueden ayudarnos a una rectificación, si de aquí a allá el republicanismo todavía habita entre nosotros. eliaspinoitu@hotmail.com
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