Artículos de opinión de los historiadores
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal.
Pasajeros sin tren
Todos tienen el derecho de beneficiarse del servicio, aún si lo usan para ir a restaurantes
Los casos de discriminación por motivos raciales, o por circunstancias como la procedencia geográfica y la ubicación de los individuos en las diferentes escalas de la sociedad, parecían asuntos del pasado, memorias de procesos de separación de los seres humanos cuyo origen se encontraba en la arbitrariedad y la injusticia que el avance de la historia había arrojado al tarro de la basura. Especialmente en países como Venezuela, donde rara vez, después de la Independencia y más tarde con la abolición de la esclavitud, se atrevió alguien a proponer clasificaciones odiosas de los miembros de un conglomerado a quienes se ha consagrado como iguales ante la ley. Especialmente en tiempos de una "revolución" que se ha regodeado en la proclamación de un país de todos y para todos. Durante el posgomecismo se inició una campaña contra los andinos, a quienes se atribuyó complicidad con los hechos de una infame tiranía, pero fue asunto pasajero. Nadie, ni antes ni después, se puso a insultar a una parte del género nacional porque había nacido en las montañas, ni a diferenciarlo del resto de sus prójimos. Tal vez ciertos chistes inofensivos que los chistosos relacionaban con asuntos telúricos, pero nada más.
El Presidente del Metro de Caracas ha resucitado un escandaloso catálogo de los seres humanos que funcionó en la Colonia, pero que desapareció poco a poco. De momento no se refiere a amplias capas de la colectividad, ni siquiera a regiones ampliamente señaladas en el mapa, sino sólo a los habitantes de las urbanizaciones capitalinas de Las Mercedes y Bello Campo, a quienes pretende negar los servicios del transporte público que depende de su ilustrada gerencia. Como en tales urbanizaciones viven los oligarcas, no vale la pena construir estaciones para que utilicen las facilidades de un servicio que se había pensado para el común de la ciudadanía y para sortear las vicisitudes de una ciudad cada vez más intrincada. De tal modo se atrevió a declarar el mandamás del Metro, quién sabe movido por cual fantasma del pasado más odioso que se pueda recordar. Salta a la vista la magnitud del disparate, el gigantesco tamaño de la inequidad, el grado a que se puede llegar en la pirámide de la necedad, pero las respuestas que ha provocado en su mayoría no se han caracterizado por la lucidez. Al contrario, buena parte de ellas ha caído en su juego.
No han faltado los respondones que se han puesto a ofrecer estadísticas de las personas humildes que viven en las zonas destinadas a convertirse en gheto ignorado por los raudos vagones, o a comentar la existencia de barriadas de proletarios del vecindario que deben movilizarse a sus lugares de trabajo y padecen severas limitaciones en sus desplazamientos. Ciertamente conviene la atención de sus apremios, pero de tal razón no puede depender la reacción ante un burócrata capaz de decir lo que se atrevió a decir. Sus declaraciones promueven la restricción de los derechos civiles de un conjunto de ciudadanos, en cuya defensa nadie puede acudir hablando de cómo a su alrededor pululan unas gentes que no se les parecen y quienes, por consiguiente, deben ser considerados por el juicio del inopinado funcionario. También se pudiera agregar el hecho de que, como en Las Mercedes y Bello Campo funcionan unos colegios y unas clínicas, debe el sujeto de marras cambiar de punta de vista y conceder el favor de fabricar las estaciones del metro. Pero ese no es el punto, bajo ningún respecto.
Se trata, simplemente, de que todos tienen el derecho de beneficiarse del servicio, aún cuando lo utilicen para trasladarse a restaurantes de postín, o para gastar el dinero en una boutique. Porque todos son ciudadanos, mientras la "revolución" no disponga otra cosa, porque pagan sus impuestos y porque el Estado tiene la obligación de atenderlos, independientemente de las cuentas bancarias que puedan tener y de las mansiones en cuyo interior habiten.
El insólito apartheid de los vecinos de Las Mercedes y Bello Campo, especie de segregacionismo al revés que sólo puede darse en el reino de despropósitos del chavismo, nos lleva a recordar la conducta de Rosa Parks en Montgomery, Alabama, año 1955. La humilde modista de raza negra se negó a ceder su asiento del autobús a un pasajero blanco, como disponían las regulaciones de la época, para que en adelante comenzara una lucha por los derechos de las minorías que terminó en clamorosa victoria. No sé cómo se las arreglarán los vecinos de Las Mercedes y Bello Campo para seguir el ejemplo de la admirable señora Parks, pero hasta tal predicamento puede conducirnos el desatino y tal vez el resentimiento de un burócrata como los del período colonial. eliaspinoitu@hotmail.com
1 comment:
elías, entiendo tu preocupación pero tambien es necesario reconocere las facilidades que tienen unos y otros, al referirnos a la equidad, se plantea prestar apoyo a otros que no tienen las posibilidades de gozarlo, como el caso de la personas menos adinerada. es decir, garantizarles a los que no pueden, los mismo derechos de lo que pueden, y me refiere a la facilidad de transporte. entonces no se debe plantear como separación o discriminación, sino, de acuerdo al presupuesto naciona, destinarlos a los que han sido por la historia marginados, usted lo debe saber muy bien por su condicion de historiador que con mucho respeto y admiración le dedico estas palabras.
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