Transcribimos esta noticia que nos parece un testimonio para la historia.
La noche es del hampa
La inseguridad y la economía han hecho que el caraqueño viva un toque de queda
El centro de la ciudad se convierte en un desierto, sobre todo a partir de las once de la noche, cuando el cierre de la estación de Capitolio acaba con el último vestigio de vida (Eduardo Fuentes)
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La sirena del toque de queda no se escucha pero se cumple en todas partes. Cada zona tiene asignado un horario: en los barrios es la puesta del sol la que anuncia la hora de guardarse; parroquias enteras como San Bernardino, Santa Teresa, San Pedro o Caricuao se convierten en un desierto después de las nueve de la noche; a esa hora ya no hay peatones en los bulevares peatonales; en otros lugares de Caracas es el Metro el anuncia el momento en que deben cesar las actividades. Después de las once de la noche la congestión se torna en fantasma, cada quien se pone a buen resguardo y sólo en los alrededores del San Ignacio y en algunos lugares de Las Mercedes se puede ver movimiento. En la arteria central del oeste de la ciudad, la avenida Sucre, la vida termina a las diez de la noche. Antes, incluso, había negocios 24 horas, pero el último, la arepera La Criollita (que hoy se llama El Campanario), dejó de serlo hace ya diez años. "Es que los robos los tenían a monte", explica Ramón Araque desde la plaza Sucre. Allí, tomando con unos amigos, se queja porque en Catia no hay ningún lugar nocturno decente y porque todo está demasiado caro. Dice que muy pronto se irá a su casa en Nuevo Horizonte. Ya son casi las diez de la noche, y se ha quedado un poco más porque hay un grupo de policías metropolitanos parados en la plaza. "Es que por aquí la inseguridad es grande, y en el módulo ese de Policaracas (en la parte trasera de la plaza) nunca hay nadie". Desde otro módulo policial en la plaza O'Leary, unos funcionarios de Policaracas lo desmienten: "No es posible, en estos módulos siempre tienen que haber dos policías de guardia". Policías o no, también la plaza O'Leary y sus alrededores son un desierto.
Hace ya cuatro meses que el entonces alcalde Freddy Bernal inauguró el café Un Grito en El Silencio y confesó que su sueño era tomarse un café allí a las tres de la mañana. Los sueños sueños son, decía Calderón de la Barca: el café está tan cerrado como todo lo demás, y eso que todavía faltan cinco horas para las tres de la mañana. En la inmensidad de Plaza Caracas unos muchachos juegan a la pelota: "Vivimos en los bloques de El Silencio, y a dónde más vamos a ir", justifica uno de ellos. Algún indigente se refugia mientras tanto en la oscuridad de la plaza Miranda para dormir un poco. Cuando cierre la estación de Capitolio todo lo que queda de vida en la Baralt se extinguirá. Al menos así sucede catorce de los quince días que tiene una quincena. Camino hacia el este, la iluminación de la avenida Bolívar resalta su soledad, y en la Libertador sólo los valientes travestis se atreven a desafiar a la peligrosa noche caraqueña. En la Principal de Las Mercedes todo luce un poco apagado. Pero es jueves, así que quién sabe. José Olmos, encargado de la famosa arepera La Caracas de Antier cuenta que la clientela ha bajado mucho si la comparamos con la de hace diez años, pero que en los últimos tiempos la cosa se ha mantenido más o menos estable, con los jueves mejores que los miércoles pero peores que viernes y sábados. ¿Problemas con los atracos? "No, ninguno". Toca madera.
Algo se mueve en el CSI Pero hace ya muchos años que la Principal de Las Mercedes cedió el testigo como ícono de la vida nocturna caraqueña. Hoy es el Centro San Ignacio el que manda. Sin embargo luce bastante desolado, sobre todo si pensamos que es viernes chiquito. No son aún las once de la noche pero en Evanas hay un solo grupito, igual que en Mandarín. Adentro suena la música pero no hay nadie en la pista de baile. Setai está abierto pero no hay ni un cliente. Unos cuantas personas están en Suka, Chilangos ya cerró y en Taz están recogiendo. Sólo un local está lleno: Whisky Bar. Sin embargo, las palabras del encargado, José Alberto Quintero, no son nada tranquilizadoras: "Desde julio, no sé por qué, el bajón ha sido tremendo, y los dueños han pensado en cerrar". De paso, un transeúnte le echa la culpa a la economía: "Te tomas unos pocos tragos y seguro que pagas más de doscientos, ¿cómo quieren que la gente siga yendo con esos precios?". En El Hatillo tampoco corremos con suerte a la hora de buscar algún tipo de movimiento. El cuidacarros Wuinder Elías Arvelo, ofrece un consejo desde su céntrica plaza: "Olvídense, aquí todo muere temprano. Llevo cinco años aquí y lo puedo decir: cuando de verdad es de noche, aquí sólo quedamos los que vivimos en la calle. Nosotros y el hampa, nadie más".
Javier Brassesco
EL UNIVERSAL
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