Autor: Carlos Balladares
Rufino Blanco-Fombona en su libro El conquistador español del siglo XVI (1922) señala que el recuerdo de los conquistadores se conserva en los pueblos americanos aunque rodeado de leyendas y mitos, es así como cuenta que su “nana” lo entretenía con cantos sobre Hernán Cortés y lo asustaba con el “Tirano Aguirre” (pág. 363). Si el recuerdo se mantenía para fines del siglo XIX en una sociedad en proceso de modernización, qué se podría decir para aquel “mundo” de 1810 que era dirigido por una élite cuyo mayor orgullo era descender de los hombres que ganaron la América para España en nombre de Dios y el Rey. El conquistador era el héroe fundante de la sociedad iberoaméricana; y en el caso de Venezuela, donde el proceso de conquista fue largo (finaliza en el siglo XVII), y la extensión de sus costas llevó a las invasiones intermitentes de sus principales puertos por piratas holandeses e ingleses, la idea de guerra de conquista en defensa de la civilización española era una idea consolidada. ¿Acaso no renacería con fuerza este ideal ante la amenaza que representó la emancipación de España y la proclamación de una nueva forma de vida (la republicana)? ¿si el peligro era de tal magnitud no se necesitaban medidas extremas llevadas a cabo por un nuevo grupo de conquistadores? ¿asumieron los pardos la idea de que eran los nuevos conquistadores y por tanto obtendrían honor (y todo lo que esto significa en lo relativo al ascenso social) siempre y cuando defendieran la causa del Rey?. Es difícil responder a estas preguntas cuando el estudio del bando realista, al igual que el apoyo de los pardos al Rey, ha sido poco tratado por nuestra historiografía; y mucho más por el hecho de que los pardos no tenían voz por ser poco letrados (son escasos sus testimonios o las fuentes primarias que se refieran a sus ideas y vivencias). A pesar de ello esta idea representa una hipótesis de investigación que permite explicar el fuerte apego de los pardos al bando realista en los primeros años de la guerra de independencia; explicación que va más allá (o refuerza otras causas) del odio que sentían estos hacia los criollos, la simple obtención de beneficios materiales con el saqueo de guerra, o la mentalidad tradicional. Los pardos tenían razones para sentirse identificados con el conquistador; no sólo por el hecho de enfrentarse a personas consideradas “malvadas” e “inmorales” que habían abandonado los principios de la religión (pecadores por no decir casi herejes o sin religión cristiana como eran los indios antes de la conquista) y de la patria (España); sino porque este representaba el ejemplo más cercano que tenían de movilidad social en una sociedad altamente jerarquizada, porque entre los primeros conquistadores “no hay un solo nombre de familia ilustre (…) a semejante aventura se lanzaron aventureros: los que nada poseían, los que nada valían (…)” (Ibídem, p. 257). El ascenso social se lograría a través de dos vías: la obtención del honor en la guerra, y por el logro del botín (distribución de las tierras de los blancos criollos); y quién sabe si algunos pardos llegaron a imaginar que este acto de fidelidad por su parte llevaría al Rey, ante la traición de los criollos, a darle una mayor relevancia en la sociedad tal como las que lograron los conquistadores en su tiempo. Hay que agregar, además, que el renacer del espíritu de conquista trajo los mismos problemas que en el siglo XVI: la crueldad y el desapego a las leyes y las instituciones, por lo que junto al temor a la “pardocracia”, hizo que las autoridades españolas a la llegada de Morillo detuviera las posibilidades de reconocimiento social.
Rufino Blanco-Fombona en su libro El conquistador español del siglo XVI (1922) señala que el recuerdo de los conquistadores se conserva en los pueblos americanos aunque rodeado de leyendas y mitos, es así como cuenta que su “nana” lo entretenía con cantos sobre Hernán Cortés y lo asustaba con el “Tirano Aguirre” (pág. 363). Si el recuerdo se mantenía para fines del siglo XIX en una sociedad en proceso de modernización, qué se podría decir para aquel “mundo” de 1810 que era dirigido por una élite cuyo mayor orgullo era descender de los hombres que ganaron la América para España en nombre de Dios y el Rey. El conquistador era el héroe fundante de la sociedad iberoaméricana; y en el caso de Venezuela, donde el proceso de conquista fue largo (finaliza en el siglo XVII), y la extensión de sus costas llevó a las invasiones intermitentes de sus principales puertos por piratas holandeses e ingleses, la idea de guerra de conquista en defensa de la civilización española era una idea consolidada. ¿Acaso no renacería con fuerza este ideal ante la amenaza que representó la emancipación de España y la proclamación de una nueva forma de vida (la republicana)? ¿si el peligro era de tal magnitud no se necesitaban medidas extremas llevadas a cabo por un nuevo grupo de conquistadores? ¿asumieron los pardos la idea de que eran los nuevos conquistadores y por tanto obtendrían honor (y todo lo que esto significa en lo relativo al ascenso social) siempre y cuando defendieran la causa del Rey?. Es difícil responder a estas preguntas cuando el estudio del bando realista, al igual que el apoyo de los pardos al Rey, ha sido poco tratado por nuestra historiografía; y mucho más por el hecho de que los pardos no tenían voz por ser poco letrados (son escasos sus testimonios o las fuentes primarias que se refieran a sus ideas y vivencias). A pesar de ello esta idea representa una hipótesis de investigación que permite explicar el fuerte apego de los pardos al bando realista en los primeros años de la guerra de independencia; explicación que va más allá (o refuerza otras causas) del odio que sentían estos hacia los criollos, la simple obtención de beneficios materiales con el saqueo de guerra, o la mentalidad tradicional. Los pardos tenían razones para sentirse identificados con el conquistador; no sólo por el hecho de enfrentarse a personas consideradas “malvadas” e “inmorales” que habían abandonado los principios de la religión (pecadores por no decir casi herejes o sin religión cristiana como eran los indios antes de la conquista) y de la patria (España); sino porque este representaba el ejemplo más cercano que tenían de movilidad social en una sociedad altamente jerarquizada, porque entre los primeros conquistadores “no hay un solo nombre de familia ilustre (…) a semejante aventura se lanzaron aventureros: los que nada poseían, los que nada valían (…)” (Ibídem, p. 257). El ascenso social se lograría a través de dos vías: la obtención del honor en la guerra, y por el logro del botín (distribución de las tierras de los blancos criollos); y quién sabe si algunos pardos llegaron a imaginar que este acto de fidelidad por su parte llevaría al Rey, ante la traición de los criollos, a darle una mayor relevancia en la sociedad tal como las que lograron los conquistadores en su tiempo. Hay que agregar, además, que el renacer del espíritu de conquista trajo los mismos problemas que en el siglo XVI: la crueldad y el desapego a las leyes y las instituciones, por lo que junto al temor a la “pardocracia”, hizo que las autoridades españolas a la llegada de Morillo detuviera las posibilidades de reconocimiento social.
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