Sunday, September 06, 2015

Hoy es el Bicentenario de la publicación de la Carta de Jamaica por Simón Bolívar (interpretación del historiador Elias Pino Iturrieta)



La rectificación de Jamaica

Un Bolívar exiliado, sin poder ni dinero firma la Carta de Jamaica el 6 de septiembre de 1815. En la misiva el Libertador hace una lectura de sus circunstancias y de su papel en un período de terrible combustión con la Independencia aún sin existir. En su mazo, la carta menos chamuscada era un gobierno republicano, controlado por el mantuanaje y con soporte de un imperio liberal. Eso luce al revisitar el texto en su bicentenario

Elías Pino Iturrieta | epino@el-nacional.com 6 de septiembre 2015 - 12:07 am

Cuando está a punto de escribir la Carta de Jamaica, Bolívar ya es la figura primordial de la Independencia de Venezuela, pero la Independencia sigue sin existir. Él mismo ha trabajado en su derrumbe a través de la redacción de sus primeros documentos de trascendencia: el Manifiesto de Cartagena (1812) y la Proclama de Guerra a Muerte (1813). El primer texto irrumpe contra la legalidad propuesta por los aristócratas cuando declaran la separación de España, un paso que, según el autor, concluye en “repúblicas aéreas” que deben tocar tierra antes de perderse en un firmamento inaccesible. El segundo propone una manera inclemente de aterrizar, mediante un holocausto de españoles y canarios que debe ofrecer consistencia a la revolución.
Los papeles son el fundamento de una dictadura personal, que fracasa estrepitosamente ante el fuelle de los ejércitos dirigidos sin contemplaciones por Monteverde y Boves con evidente apoyo popular. De allí la necesidad de una rectificación, de una búsqueda perentoria de soluciones que detenga el ímpetu de la monarquía triunfante de nuevo; pero que, a la vez, permita la resurrección de quien es para entonces lo más parecido a un cadáver político. Tal es el propósito de la célebre misiva que firma en Kingston, el 6 de septiembre de 1815.

Del abismo a la vida. El firmante de la Carta es un exiliado sin poder, sin dinero y sin buena reputación. No solo lo han expulsado de Venezuela las fuerzas realistas, sino también muchos capitanes republicanos que lo critican por una autocracia inoperante y caprichosa. Pese a que en breve levanta cabeza en la Nueva Granada, un conjunto importante de oficiales de la región se niega a trabajar bajo su mando y lo obliga a abandonar el territorio. “Yo no tengo un duro, ya he vendido la poca plata que traje”, escribe cuando inicia el destino incierto del  Caribe inglés. Un peso mayor lo agobia, sin embargo: las noticias que han circulado en las posesiones extranjeras del vecindario sobre la matanza de españoles presos y enfermos en La Guaira, que ordenó en febrero de 1814. La disposición condujo a un resultado espeluznante: ochocientos enemigos decapitados en el lapso de dos días, sobre cuyo sacrificio circularon detalles capaces de provocar consternación en las colonias británicas.
¿Va a permitir que lo derrote una realidad de la cual es responsable en buena parte? Las letras de Jamaica son un prodigio en materia de supervivencia, la primera gran exhibición de las cualidades políticas que lo distinguirán en adelante y que nadie podía imaginar en su  equipaje mientras vive en la desolación. Significan una rectificación de los pasos andados, pero también la expresión de un pensamiento que no dejará de acompañarle cuando tome el poder. Aquí Bolívar no es el profeta distinguido y alabado por la historiografía patriotera, sino el atinado lector de su circunstancia, y de las circunstancias de su clase social, mirando hacia el futuro.
Acorralado por la fama de jacobino, divulgador de la “voluntad general” como origen del gobierno, rodeado de rivales de la misma bandera a quienes acosan las derrotas y los rencores de la víspera, acusado de tropelías chocantes con  los intereses de la Corte inglesa, toma la pluma para la escritura de un documento fundamental. Se deshace de los planeamientos expuestos en Cartagena y de la tajante doctrina de las matanzas sin cuartel para proponer una operación en nombre de los blancos criollos, para beneficio de una potencia liberal.

“Nuestro contrato social”. ¿A cuál fuente puede acudir un derrotado sin plata   y con mala prensa? ¿Cómo puede mover el corazón de los ingleses, un órgano que necesita para respirar? Se convierte ahora en campeón de la tradición, es decir, de una historia en la cual había encontrado sustento el poderío de los mantuanos. Para el propósito tiene el recuerdo de una lectura reciente, la Historia de la revolución de Nueva España escrita por fray Servando Teresa de Mier, dominico mexicano procedente de familia de abolengo. A ella acude para hablar de “nuestro contrato social” como plataforma de legitimación de un nuevo señorío en América, capaz de atraer el favor de los benefactores europeos que se necesitaban para derrotar a España.
El emperador Carlos V, propone el Libertador en Jamaica inspirado en fray Servando, suscribió un contrato con los conquistadores y con sus hijos para la administración de las posesiones de ultramar. El tal contrato daba a los descendientes del tronco peninsular una especie de control feudal del territorio, que fue aceptado por la sociedad y por la Corona a través del tiempo y que ahora ha sido traicionado por el monarca de turno al ceder los derechos a Napoleón, sin consulta de los interesados y faltando a una especie de compromiso original e ineludible. La situación legitima la insurgencia de los interesados, quienes se levantan en armas para reclamar una especie de fuero sacrosanto. Estamos ante el argumento esencial que expone en Kingston, muy distante de las propuestas radicales del pasado y orientado a colocar en primer plano el papel de los blancos criollos.
Los blancos criollos, agrega en otro documento que escribe entonces en la isla, Señor Redactor de la Gaceta Real de Jamaica, han sido benefactores de la sociedad y protectores de las esclavitudes. Figuras paternales, criaturas alejadas de la codicia y de la maldad, debido a la descarada traición de Carlos IV, son los llamados a la reforma de la sociedad partiendo de los derechos de administración que han tenido desde el período de la conquista. Estamos ante el contenido esencial de la Carta de Jamaica, habitualmente escamoteado por los investigadores y los publicistas que leen los documentos del héroe como si fueran evangelios.

¿Una visión  hispanoamericana? En un fragmento muy trajinado del documento, Bolívar dice: “Nosotros somos un pequeño género humano”. Se ha desprendido de la afirmación la idea de que se está ante un texto que, por primera vez hasta entonces, hace reflexiones incumbentes a toda la sociedad que formaba el mundo colonial, es decir, a todos los hombres que emprendían los procesos de liberación. No piensa para él ni para los miembros de su círculo, se ha repetido hasta la fatiga, sino por todos los hispanoamericanos que procuran la Independencia. Una lectura atenta conduce a conclusiones distintas.
Si se revisa sin prejuicios el documento, ese “pequeño género humano” solo está formado por un elenco selecto de personas. ¿Quiénes le importan de veras al autor? Aquellos que forman una “especie media entre los legítimos pobladores del país y los usurpadores españoles”. ¿Es decir? Aquellos americanos que han detentado derechos semejantes a los de los europeos y que ahora los quieren disfrutar a plenitud. Es evidente que la posesión de prerrogativas semejantes a las del conquistador, e impuestas sobre la tradición de las culturas anteriores a la dominación española, solo ha sido un privilegio de los blancos criollos, quienes forman la “especie media” en nombre de la cual habla ante los destinatarios ingleses y para la cual pide una nueva hegemonía, concordante con los tiempos de zozobra que se experimentan.

Invitación. No estamos ante un simple detalle, sino ante la confirmación del propósito esencial de la Carta de Jamaica: la propuesta de un modo republicano de gobierno bajo el control del mantuanaje con el soporte de un imperio liberal. Es la mejor carta que tiene en el chamuscado mazo. Es la mejor credencial que puede mostrar después de un período de terrible combustión, no en balde coloca en primer plano la identidad y la probanza de un elenco de bomberos que han hecho bien su trabajo durante trescientos años. En realidad es la única carnada que tiene para pescar en el mar de los ingleses.
Resulta curioso que la mayoría de los analistas del documento no hayan puesto los ojos en un asunto tan protuberante, es decir, tan fácil de captar y susceptible de aclarar aspectos esenciales del pensamiento de un líder trascendental en su tiempo y en la posteridad. Tal vez ahora, cuando han pasado doscientos años, pueda la miopía desaparecer. Tal vez ahora captemos lo que se puede observar sin la ayuda del microscopio. Pero hay que leer otra vez y desde una perspectiva de actualidad la Carta de Jamaica. No se fíen de los estudiosos habituales, ni de quien escribe. Para eso pueden servir los bicentenarios.

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