Friday, July 24, 2015

Entrevista al joven historiador venezolano (16) Carlos Alfredo Marín



El joven historiador no respondió todas las preguntas e incluso redactó de nuevo algunas preguntas que yo le hice. No me gustó la idea pero la publico tal cual me la envió. 

Profeballa

Resumen de su vida como historiador: (ciudad de nacimiento, año), ciudad donde vive actualmente, pregrado, postgrado, docencia, investigación, publicaciones, ponencias si desea.

Nací en Caracas en 1982, ciudad donde resido actualmente. Egresé como Licenciado en Historia, Mención América, en la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela (2010). Realicé un Master en la Universidad Jaume I (Castellón, España) becado por la Fundación Carolina dedicado al Mundo Hispánico: procesos de independencias en Hispanoamérica (2012). Paralelamente, trabajé desde el 2007 en el área de la edición de publicaciones impresas en la Fundación Centro Nacional de Historia. La asesoría editorial y las nuevas plataformas digitales (Social Media) son dos oficios alternos que he venido desarrollando: primero, cursé el Diplomado en Edición, auspiciado por la Escuela de Letras y Cavelibro (2013); y luego, aprobé el entrenamiento para Community Manager Junior (2014), certificado por la agencia digital Barquisimeto Móvil y Medianálisis. Actualmente trabajo como investigador-docente a tiempo completo en el Instituto de Estudios Hispanoamericanos de la UCV, Caracas. En el 2013, la Fundación Celarg publicó mi trabajo de pregrado bajo el título Dos islas, un abismo. AD-MIR 1948-1960. 

 ¿Cómo y cuando nació mi vocación de historiador?

En un principio no me veía como historiador. Recuerdo que me impactó muchísimo los sucesos terroristas del 11 de septiembre de 2001. Antes de eso era un lector compulsivo de las columnas de opinión y de suplementos literarios venezolanos. Cuando vi las torres cayendo, se despertó en mí una vocación de cuestionar la realidad con la escritura. Mi primer impulso fue más literario, periodístico. Ese mismo día del atentado me fui a inscribir el primer semestre en la Escuela de Historia de la UCV, por paradójico que parezca. Fue como un golpe de destino: la escritura problematizadora. Creo que aún no estaba seguro si quería ser historiador; me veía más bien en el terreno literario. Aun sigo llevando, no sé si con enfado o no, esa doble condición. Me siento cómodo teniendo a las dos vertientes a través del ensayo.

¿Cuáles fueron tus influencias? ¿Personas, libros?

Yo creo que hay muchas influencias claves. Entrar en la Universidad Central de Venezuela me abrió al mundo del pensamiento, al crecimiento como humanista. Tuve profesores en la Escuela de Historia que me guiaron muchísimo: Katty Solórzano, Rafael Strauss, Enrique Nóbrega. Ellos me enseñaron el oficio de historiar en términos profesionales. Les debo mucho. Y como decía Borges, los libros están para abrir universos. Los libros de Mariano Picón Salas, Manuel Caballero, Elías Pino Iturrieta, por ejemplo. Sin embargo, hay otros ligados a la literatura que fueron llevándome también al terreno del ensayo: los de Octavio Paz, Michel Montaigne, Jorge Luis Borges, Guillermo Sucre.

¿Cuáles son sus líneas de investigación? 

Entre el 2007 y el 2010 investigué la fractura generacional e ideológica de Acción Democrática que se da entre 1948 y 1960, ruptura que le da pie al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, uno de los partidos de la izquierda más importante de la segunda mitad del siglo pasado. Ese trabajo está en el orden de las ideas políticas y fue publicado en el 2013 por la Fundación Celarg bajo el título Dos islas, un abismo. AD-MIR 1948-1960. A mediados del 2011 cambié radicalmente de intereses. Deseaba estudiar el proceso de emancipación venezolana, mudarme de época y de las correlaciones de fuerzas políticas del siglo XX. Decidí meterme con el miedo social, su funcionalidad en el colectivo y cómo las élites políticas son capaces de generar aparatos de terror. El tema, confieso, me raptó por completo. Ya llevo casi cinco años sobre el tema. En Venezuela, los estudios del miedo colectivo son escasos.

¿Cómo debe situarse los historiadores frente a las nuevas corrientes de las ciencias sociales? (esta pregunta no la hizo Profeballa). 

Yo creo que los historiadores venezolanos tienen que arriesgarse a revisar las “verdades graníticas” de la historiografía oficial. Hacer preguntas nuevas desde aparatos teóricos y metodológicos multidisciplinarios. Nos hemos olvidado de que la historia es a la vez puente entre la filosofía, la sociología, la antropología, la psicología, y por encima de todo, la literatura. El historiador debe estar capacitado para difundir sus saberes no solo para el público académico, sino para todo el público lector. Creo que la clave actualmente está en el hecho de la narración, en cómo se cuenta la historia y qué herramientas podemos usar para que nuestra visión del pasado ilumine a todos.

¿Qué autores son los que todo el tiempo andas revisando en los últimos dos años? (esta pregunta no la hizo Profeballa).

 Fíjate, puedo nombrarte algunos, aunque mi memoria es pésima: Robert Darnton, Los best-sellers prohibidos en Francia antes de la revolución; Roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación; Zygmunt Bauman, Miedo líquido; Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal; Luigi Zoja, Paraonia, la locura que hace historia; Elías Canetti, Masa y poder; Manuel Caballero, Rómulo Betancourt, hombre de nación. Creo que mis gustos se están mudando más hacia el tema de la política, el miedo, la ética y las emociones; creo que para el año que viene terminaré un pequeño libro de ensayos cortos que se va a llamar, tentativamente, Históricas pasiones.

¿Qué tiempo diario o semanal le dedica a la historia? 

Le dedico todo el día, porque trabajo en el Instituto de Estudios Hispanoaméricanos de la Universidad Central de Venezuela. Soy parte de la planta de investigadores de ese centro académico. Llevo adelante allí una línea de investigación dedicada al estudio del miedo social en el siglo XX venezolano. No exagero si digo que me dedico veinte y cuatro horas al estudio de la historia; además de eso, preparar las clases del curso de Historia Contemporánea de Venezuela que doy en la Escuela de Comunicación Social de la UCV. Es una labor sin descanso; con todo, lo hago con mucha emoción y gusto. Hay que retribuirle a la universidad todo lo que hemos aprendido. Es un deber.

¿El historiador debe leer literatura?

¡Por supuesto! El historiador que quiera sentirse a gusto con las palabras y la creación, debe ser un lector de buena literatura. La escritura de la historia pasa por el hecho de la perspectiva y la sensibilidad, por la estética y la imaginación. El historiador tiene más vínculo con la imaginación que cualquier otra disciplina. Creo que leer a Jorge Luis Borges, sobre todo sus ensayos literarios, me ha ampliado el sentido de las relaciones infinitas que nos da el hecho de estar vivos.

¿Cómo es su relación con las redes sociales e internet en general? ¿En qué puede ayudar el internet a la historiografía? 

Sinceramente debo decir que es adictiva. Tengo un blog dedicado ensayos cortos sobre literatura, cine, música, historia, filosofía… (http://suenospostergados.blogspot.com ) y una cuenta en Twitter (https://twitter.com/@AedoLetras ).  De hecho, hice un diplomado que me acreditó como Community Manager Junior el año pasado. Todo lo que sea generar campañas de marketing, monitorear en tiempo real los contenidos de una marca cualquiera, todo ese mundo es apasionante. De hecho, es un oficio emergente muy demandado; pero hay que decir que es absorbente y requiere de mucha responsabilidad. Yo creo que hay que estar al día con todo eso. Ya saltando en el asunto de la historia, fíjate que cuentas como la de la revista el Desafío de la Historia es un muestra de la potencia que puede tener las redes sociales con la difusión del pasado. En España, por ejemplo, hay un boom en este sentido: blogs, podcast, revistas electrónicas

¿Qué profesión u oficio ejercería de no ser historiador?

Yo creo que nací para dedicarme al estudio de la historia. Mi bisabuelo, Faustino Castellanos, nacido en las tierras de los antiguos jirajaras en 1912, me enseñó desde pequeño a hacerme preguntas. Él tenía un don para contar historias. Al morir en 2011, me dejó tres cuadernos escritos de su propio puño y letra con todas sus memorias. Creo que la chispa humanista me vino a través de él. En la familia concuerdan en ese punto. Además, el hecho de querer ser escritor forma parte de esa sensibilidad. Creo que el tema la edición y el diseño editorial me gusta muchísimo; creo que todo viene en un solo paquete vocacional.

¿La historia de Venezuela ha sido un fracaso? ¿Qué piensa de nuestro presente?

Mira, yo creo que la historia no puede valorarse desde el fracaso o el progreso. Decía Hannah Arendt que en los tiempos oscuros de la humanidad son proclives a engendrar los renacimientos más importantes del hombre. La historia venezolana, por ejemplo, no puede ser un fracaso. Toda la obra de Mariano Picón Salas, Mario Briceño Iragorry y Augusto Mijares, grandes historiadores y humanistas del siglo pasado, demostraron que la historia es un combate por el presente y que nada está perdido, incluso el olvido. O como decía ese gran narrador, Enrique Bernardo Nuñez, “la historia es pasión de actualidad”.  El presente necesita de los jóvenes historiadores para brindar luces, para dar perspectivas, para dar atajos y perspectivas en este angustiante hoy. No es un asunto ilusorio: la historia nos las jugamos todos los días.

¿Qué debemos hacer con el culto a Bolívar y la Historia Patria?

Bolívar es una figura valiosa, no podemos obviarla. Lo que sí debemos hacer es problematizarlo en sus contextos, en sus contradicciones. Estamos claros que todo culto es reprobable y dañino. Allí quedó el ejemplo de Hitler o Stalin: el dogmatismo ideológico nos condujo también a las monstruosidades más brutales. La crítica tiene que ser un valor ineludible. Cuando se interpreta la obra de un hombre tan influyente como el Libertador, hay que hacerlo críticamente y evitar todo dogmatismo. El asunto clave aquí recae en los docentes y maestros de todos los niveles de educación; a ellos les toca saber poner en perspectiva crítica la historia patria y sus mitos. El docente debe ser un experto en derribar los mitos. Eso sí.

¿Qué recomendaría a los noveles historiadores?

Lo primero que les recomendaría es que no se den por vencidos por los convencionalismos de la Academia y las metodologías científicas. El culto al documento quedó atrás hace tiempo. Que se atrevan a ensayar todo para atrapar los procesos históricos; que no les de miedo preguntarle a las fuentes. Deben entrenarse con la pasión de los poetas y con la rigurosidad de los detectives. Rayar y diagramar esquemas, anotar cualquier idea que les guste, a no perder de vista cualquier impulso que los anime. Y finalmente, que suelten la escritura, que no teman a las críticas, que no duden en difundir sus trabajos.

Recomiéndeme más de 2 historiadores noveles y/o jóvenes que deberíamos entrevistar (no olvide darme sus emails, estos no se harán públicos

 Ana Johana Vergara egresada de la Escuela de Historia de la UCV; a Andrés Eloy Burgos  egresado de la Escuela de Geografía e Historia del Instituto Pedagógico de Caracas.

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