Artículos de opinión de los historiadores
Transcribimos el artículo del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábado en El Universal. Pero antes lo comentamos en parte.
COMENTARIO BLOGUERIL:
La noche y madrugada del 26 y 27 de septiembre del 2010 esperamos por los resultados. Fue el colmo que "el sistema electoral más perfecto del mundo" sea uno de lo más lentos. En la espera pudimos ver lo que acá describe el historiador: un canal del Estado, un organismo electoral y un Jefe de Estado que posee una visión totalmente excluyente del distinto (como lo está desde que se instauró el régimen de Chávez). A diferencia del discurso del régimen, la oposición no deja de hablar de reconcialición, esto es algo que pudimos vivir en la campaña. No es cierta la versión oficialista y de los opositores vergonzantes que quedan por ahí, la cual señala una oposición "oposicionista" o que sólo se centra en sacar a Chávez del poder. Tampoco es cierta la visión de los más radicales de la oposición que acusan a la MUD de seguirle el juego a Chávez. Pero esto último no es lo que señala el historiador en el artículo, sino mostrar que estos tres actores (VTV, CNE y Chávez) niegan la realidad del triunfo opositor, de la derrota de la meta de una Asamblea "roja rojita".
El triunfo que no tuvo lugar
Para el Jefe del Estado no pasó nada de importancia el pasado domingo
Si se juzga por la transmisión de VTV, la oposición fracasó en su intento de ganar un porcentaje fundamental de escaños, y apenas obtuvo números impresentables en el escrutinio del voto nacional. Pero las imágenes que "el canal de todos los venezolanos" llevaba a la pantalla durante la noche de la jornada electoral señalaban otra cosa: un salón abandonado del hotel Alba, desde el cual se esperaba la comparecencia de los voceros del PSUV, que prefirieron no dar la cara; después, la vista de una tarima desolada en las inmediaciones de Miraflores, cuya escena también fue cortada sin explicación junto con la coreografía mecánica de una media docena de militantes más disciplinados que regocijados, quienes de pronto salieron del aire con unos músicos que apenas soplaban sus instrumentos mediante lánguido fuelle. De allí fijaron la atención hacia los pormenores de una calle valenciana, en la cual echaban un pie sin mayor convicción tres o cuatro parejas del partido oficial, como con ganas de celebrar sin que, tal vez como los escuálidos salseros, los espectadores captáramos el motivo de su sospechosa felicidad.
Las imágenes se acoplaban trabajosamente con el juicio de los comentaristas. Se afanaban ellos en saludar la participación masiva de los electores, la conducta ejemplar de la ciudadanía, la proverbial actitud del Plan República y la gallardía de los candidatos del oficialismo guiados por el Jefe del Estado, cuya imagen multiplicaron durante unas seis horas que cada vez se hacían más largas y tediosas sin siquiera una mención sobre la existencia de la oposición. La oposición no existía para los periodistas del canal y para los gerentes que dirigían la transmisión. No se la tocó sino para contadas alusiones tendenciosas, pese a que el impacto de los monótonos paisajes con los cuales se aventuraban las cámaras delataba la presencia de una muchedumbre de sufragantes debido a cuya decisión no tenía el canal más camino que arrojarse en el regazo de la opacidad comunicacional y del encubrimiento de la realidad. Cuando les convino, ya en la madrugada, en VTV proclamaron la victoria del PSUV y colorín colorado.
No fue menos elocuente la forma que tuvo entonces el CNE de decir "la última palabra" sobre la jornada electoral que dependía de su dirección, porque simplemente no la dijo. Hizo esperar a la ciudadanía durante cerca de siete horas, sin siquiera un explicación de cortesía en torno a una demora que no guardaba relación con los adelantos electrónicos y con la vanguardia galáctica del sistema proclamados por los rectores durante casi una década; ni con la poca dificultad que implicaba el resumen cabal de unos resultados que se supieron en los circuitos apenas una hora después de la conclusión de los escrutinios, y que conocían los comandos interesados, líderes y candidatos, casi a la perfección cerca de las siete de la noche. Lo que sabían los activistas de los partidos debido a que lo copiaron con cuidado en unas papeletas corrientes, se convirtió en una operación metafísica que el CNE apenas pudo resolver a las dos de la madrugada, sin llegar a números redondos. No podía el organismo calcar la olímpica desfachatez de VTV, debido a que la beligerancia de la oposición saltaba ante los ojos de los árbitros desde insospechados rincones del mapa, pero desembocó en la escandalosa omisión de "olvidar" la comunicación del resultado global de votos nacionales que no dejaban bien parado al Gobierno. ¿Negaba así el CNE, o pretendía subestimar, en las primeras de cambio, el triunfo que en breve proclamó la Mesa de la Unidad?
Si coincidimos en condenar las grotescas conductas de VTV y del CNE (instituciones públicas las dos, atadas a la obligación de la imparcialidad y la inclusión) en torno a las elecciones parlamentarias, nos quedaríamos cortos si no metemos en la comparsa al Jefe del Estado. Para él no pasó nada de importancia el pasado domingo, que no fuera el éxito de la bandería de la cual es Presidente. Para él no existen motivos para cambiar la forma de gobernar, ni para considerar la existencia de factores de naturaleza política y social que le aconsejan una reflexión profunda sobre los problemas nacionales y sobre su fracaso en el intento de remendarlos. En su cartilla no cabe la sombra de la duda, mucho menos el efecto de una derrota gracias a la cual se advierte la mengua de su liderazgo. El triunfo de la oposición no tuvo lugar, declara el mandón arrimado a la orilla de un precipicio, sin percatarse de que la soberbia y la miopía no funcionan como salvavidas.
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