Artículos de opinión de los historiadores
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal.
La libertad de expresión como coartada
El chavismo no discute las ideas, se ocupa de desacreditar a quienes las asoman
En nuestros días, la imposición de una dictadura pasa por un proceso de simulaciones a través de las cuales puede taparse el fin último de una hegemonía desenfrenada. Las experiencias democráticas del siglo XX, la necesidad de contar con una apariencia decente en el extranjero y la existencia de tribunales capaces de hacer justicia en espacios que no se limitan a los ámbitos nacionales, obligan a los hegemones a utilizar un estuche de maquillaje a través de cuyos artificios pretenden el ocultamiento de sus proyectos de dominación. En nuestros días las dictaduras necesitan trucos que eviten analogías con figuras tan despreciables como Juan Vicente Gómez, por ejemplo, no en balde hacer convite con un pájaro de cuenta conduciría a sentencias lapidarias. ¿Para qué enfrentar el reto, si el carmín puede brindar una apariencia capaz de engañar a una muchedumbre de fisgones?
Chávez se debate en medio de ese teatro propicio a la ambigüedad, buscando las formas de disfrutar plenamente su mandonería sin que se le capture con las manos en la masa. El mandón ejerce la hegemonía según le apetece, pero cuida las formas para evitar trances aventurados que lo pongan en situaciones de aprieto ante los ojos de la sociedad, especialmente ante la comunidad internacional. Su cuidado de las formas no es esmerado, es usual que su verbo y sus conductas las desprecien, pero se detiene en la obligación de unos límites que debe mantener con el objeto de aferrarse a unos afeites sin los cuales se parecería demasiado a un dictador como los de antes. Dentro de las maromas que tiene la obligación de frecuentar se circunscribe el asunto de la libertad de expresión, sobre el cual se harán los comentarios que siguen. Nadie puede afirmar que no exista en Venezuela la alternativa de expresar el pensamiento, no en balde pueden circular artículos de crítica como los que usualmente publica El Universal, o programas de opinión adversos al gobierno como la mayoría de los que se pueden sintonizar a través de Globovisión, por ejemplo. A primera vista, o sólo con poner los oídos cerca del lugar adecuado, se leen o escuchan censuras que no permitiría una autocracia con toda la barba. De allí que, partiendo de una apreciación rudimentaria, estaríamos en una situación sobre cuyo desarrollo no cabrían objeciones en materia de circulación de ideas.
Pero sólo partiendo de una apreciación rudimentaria. Una observación detenida descubriría la avalancha mediática del oficialismo, destinada a sufragar con los dineros públicos una interpretación banderiza de la realidad sin espacios para lecturas que no sean excesivamente complacientes, pero también sin medida en relación con las respuestas que produce el trabajo de los escritores y los periodistas independientes. Las opiniones de los voceros autónomos circulan sin necesidad de licencia previa, pero les espera una descalificación que sólo puede advertirse en regímenes francamente autoritarios. Curiosa descalificación, pues no se refiere al contenido de los argumentos que cada quien expone, sino a los sujetos que los proponen. El chavismo no discute las ideas. Se ocupa de desacreditar a quienes las asoman para presentarlos como un enjambre de traidores que, en el mejor de los casos, deben ser objeto del desprecio público. La expresión no es escarnecida, en principio, pues no la tocan ni en el fondo ni en la forma, pero quienes la ejercen son sometidos a situaciones que los convierten en una especie de especímenes malignos a través de expresiones que no sólo se emiten en programas confeccionados en un ambiente de cloaca y de impresos poblados de calumnias, sino también en las mismas cadenas del mandón. La despiadada crítica de los periódicos que hacen los ministros y sus satélites como parte de su rutina, el ataque de los comunicadores por bandas armadas ante cuyos desmanes el gobierno se desentiende olímpicamente, el control de las señales de radio y televisión para que lleguen apenas hasta espacios "tolerables" y las visitas sorpresivas de los fiscales de impuestos, completan un panorama sin cuya advertencia no se puede juzgar con propiedad la situación de la libertad de expresión en Venezuela.
En Venezuela la libertad de expresión existe sólo cuando apreciamos en términos desprevenidos su evolución. Todavía podemos escribir y hablar sin dar con los huesos en la cárcel, pero rodeados de amenazas y represalias, expuestos a episodios de violencia y arbitrariedad. Lo cual quiere decir que se da a medias, como un esfuerzo cívico que se torna cada vez más arduo, pero también como una liberalidad de un régimen a quien le convienen las voces refractarias debidamente controladas para que nadie venga después con el cuento de que entre nosotros reina un dictador. Para el chavismo la libertad de expresión no es un derecho, sino la coartada que lo aleja de la escena del crimen, por ahora.
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