Sunday, September 07, 2008

Historia de Venezuela contada por el literato Eduardo Casanova: "El Paraíso Burlado" ("Capítulo I: El Paraíso Partido: Archipiélago de Colores")

RECOMENDADO PARA ESTUDIANTES COMO GRATA NARRACIÓN DE NUESTRA HISTORIA

TEMAS: VENEZUELA HISPANA (O COLONIAL).

EL SUBRAYADO ES NUESTRO.

Eduardo Casanova

El Paraíso Burlado

(Venezuela desde 1498 hasta 2008)

I

El Paraíso Partido

(Venezuela antes de la Independencia)
Archipiélago de Colores
No se puede entender la Historia si se trata de aplicar al pasado la escala de valores del presente. Hoy nos puede parecer totalmente inhumano y absurdo el clasificar a los seres humanos por el color de la piel, pero en tiempos de la Colonia era algo absolutamente natural. ¿Quién podía suponer entonces, como ahora sabemos, que toda la humanidad proviene del África? Las mutaciones que han sufrido varios grupos de seres humanos, como la pérdida de la melanina por razones climáticas, son muy recientes, pero en el siglo XV o en el XVI eso no lo sabía nadie. Los españoles de esos tiempos, que en el pasado inmediato habían expulsado de sus tierras a los judíos y a los árabes, perdiendo así una fuente inagotable de progreso y sabiduría, se limitaron a aplicar lo que creían correcto, y a nadie se le ocurría que era una barbaridad. Fue esa época, para España, nefasta. Si bien “conquistó” un mundo nuevo, lo hizo a costa de su propia vida. Perdió centenares de miles de hombres que pasaron a ese Nuevo Mundo y, para colmo, la España despoblada tuvo serios inconvenientes naturales. Aquello fue un parto terrible, agravado por la discriminación racial. Eso que hoy llamamos apartheid y se practicó en Sudáfrica hasta hace nada, o lo que con el nombre de discriminación racial se sigue usando en los Estados Unidos aunque con cierto disimulo, fue práctica y uso común en todo el período colonial venezolano y, como en Estados Unidos hoy, subsistió como algo social, no necesariamente legal, durante buena parte del tiempo en que el país se ha regido por el sistema republicano. Siempre se ha creído que la discriminación racial se basa en dos temores: el temor a lo desconocido y el temor al desplazamiento del poder. El temor a lo desconocido no requiere mayores explicaciones: si una comunidad es diferente, claramente diferente a la dominante, bien por el color de la piel, bien por la forma de los rasgos faciales, la dominante le teme porque es un cuerpo extraño, y la discrimina. La otra, la de desplazamiento de poder, tampoco necesita una explicación demasiado detallada, se basa en que esas personas diferentes, si por su número pueden apartar del poder a los dominantes, los dominantes harán cuanto esté a su alcance para evitarlo, y, por supuesto, les negarán toda posibilidad, toda arma, toda fuerza, de modo de mantener el status y garantizarse el dominio. Sin embargo, investigaciones muy recientes demuestran que la cosa no es tan sencilla, y que el cerebro humano tiente a dividir radicalmente entre lo cercano y lo lejano, lo propio y lo ajeno, aun a partir de simples símbolos externos. Así lo demuestra el libro Us and Them, Understanding Your Tribal Mind, de David Berreby (Little, Brown and Company, New York, N.Y., USA, 2005), en el que se prueba hasta donde es posible hacerlo que la raíz biológica de la discriminación es mucho más fuerte que la sicológica o la sociológica, lo que lleva a pensar que sólo mediante la educación, impuesta por los grados más altos de civilización, puede llegarse a superar esa tendencia natural, aunque absurda, a la discriminación.

En el caso de la España del siglo XV se aplicaron, sin duda, todos los componentes que llevan a la discriminación mezclados y combinados: el miedo, la necesidad de imponerse y, por supuesto, la tendencia natural de la que habla Berreby. Los usos y costumbres de moros y judíos eran diferentes a los de los cristianos y los propios judíos y moros se encargaban de acentuar esas diferencias. No había demasiada distancia entre los rasgos y los colores, salvo algunos detalles nada importantes que distinguían a los semitas. Pero sí, evidentemente, estaba de por medio la diferencia religiosa, que se hacía especialmente importante porque se relacionaba con el poder. Dios era el origen de todo poder terrenal y los moros y los judíos no reconocían al Dios de los cristianos como universal, como católico, y por ende desconocían la fuente de poder de los reyes y sus súbditos grandes. Por eso, desde que fueron dominados los moros y expulsados los judíos, la corona española, unificada, los discriminó de manera severa, pero también discriminó a catalanes, vascos y canarios, aun cuando estos últimos desde el punto de vista étnico y cultural (lingüístico) no tenían diferencias fundamentales con los castellanos. Pero lo más importante era el temor de que los semitas, que en muchas partes de España eran aún mayoría, lograran volver al poder y desplazaran a los cristianos, considerados europeos puros (irónicamente, hoy se ha comprobado que todos los seres humanos son de origen africano, de donde se infiere que los más “puros”, son los africanos). Por eso se impusieron controles estrictos de “pureza de sangre”, y quien aspirara a algún cargo militar, civil o religioso, tenía que probar que entre sus antepasados no había ningún moro ni ningún judío, lo cual se extendería, inevitablemente, a la posibilidad de algún antepasado africano.

Era ineludible que esas formas de discriminación y de control viajaran a Indias y se modificaran de acuerdo a la realidad de este lado de la mar océana. Y hasta llegaran a codificarse con miras a crear un sistema de excepciones que, además tendría tinte fiscal. En el caso concreto de Venezuela, la escala de castas era la siguiente: En el tope de la pirámide estaban las familias que tenían títulos de nobleza traídos de España, y que dominaban no sólo la política, sino el comercio exterior y “una buena parte del intercambio de mercaderías internas o su producción” (Rodulfo Cortés, Santos, El Régimen de “Las Gracias al Sacar” en Venezuela durante el período hispánico, Tomo I, Academia Nacional de la Historia, Caracas, Venezuela, 1978, p. 86). A esa capa seguía la de los agricultores propiamente dichos, de donde salía, como una derivación natural y por vía de las relaciones extramaritales, la de los mestizos que servirían de mayordomos y vigilantes del orden. Allí comenzaba la escala de los llamados pardos, clasificada por la cercanía (o lejanía) del candidato con su más cercano antepasado blanco. Así, había tercerones (hijos de blancos con mulatos), cuarterones (sucesores de blancos y tercerones) y quinterones (de blancos con cuarterones). A esa categoría seguía, siempre hacia abajo, la de los zambos, que eran producto de la mezcla de negros e indios y los “tente en el aire”, mezcla de zambos con tercerones o cuarterones o quinterones, y como penúltimos en la escala, estaban los “salto atrás”, que eran producto de la unión de cuarterones o quinterones con mulatos, que a su vez eran los que salían de la mezcla de blanco y negro. Y los últimos en la escala eran los negros que habían llegado al país como objetos, no como personas. Los indios, de por sí, constituían una clase aparte (Rodulfo Cortés, Santos, Op. Cit., pp. 88-89).
La Corona española, ya hacia el siglo XVIII, estableció todo un sistema de excepciones, compra de títulos y anulación de restricciones, que llamó de Gracias al sacar, y que demuestra que la práctica de establecer castas como parte de la estructura jurídica imperante no tenía ninguna base, ni biológica ni lógica, ni era defendible desde ningún punto de vista, puesto que con el simple pago de determinadas cantidades se podía ascender de una a otra, por mucho protestara la otra.
Hacia fines del siglo XVIII Humboldt observa que se ha producido un cambio importante en el concepto de nobleza: En las colonias españolas la aristocracia tiene un contrapeso de otra suerte, cuya acción se hace de día en día más poderosa: Entre los blancos ha penetrado un sentimiento de igualdad; y por donde quiera que se mira a los pardos, bien como esclavos, bien como manumitidos, lo que constituye la nobleza es la libertad hereditaria, la persuasión íntima de no contar entre los antepasados sino hombres libres (Humboldt, Alejandro de, Op Cit., Tomo II, p. 263). Ello implica que la clase dominante se diferencia abiertamente de los criterios europeos, y de esa primera diferenciación a las que siguieron, bajo influencia de la Revolución de América del Norte y la Revolución Francesa, sólo había una línea que les fue muy fácil cruzar bajo el signo de la ilustración.
Sin embargo, ese archipiélago de colores creado artificialmente por la corona española se constituyó en serio obstáculo para el progreso político y social que buscaban los mantuanos de la última generación: Los nobles, orgullosos de ser de linajes libres, lucharon por la libertad de todos y en contra de la dominación de España; los esclavos, acostumbrados a ser esclavos, lucharon al comienzo contra la libertad y en favor de la dominación española, lo cual, con nuestra óptica actual, nos parece un simple contrasentido. Pero, si tratamos de usar la óptica de su tiempo nos daremos cuenta de que ambos grupos tenían sus razones y su razón y, sobretodo, sus sinrazones.
Antes de que Bolívar asumiera el mando real, la guerra de colores marcó la pauta. Desde que Bolívar se convirtió en la cabeza de la revolución, aquello de los “colores” se quedó en el pasado y se inició una guerra entre naciones: España, la potencia imperial y colonial, y las repúblicas americanas, hijas y madres de la libertad. Posiblemente esa haya sido la causa del éxito político y militar del Libertador Simón Bolívar, el haberse dado cuenta de que la división artificial de castas creada por las autoridades coloniales españolas, que se apoyaba en un archipiélago de colores contrario a la naturaleza, era una versión perversa del divide et impera de los romanos, y, por tanto, era indispensable convertir aquel archipiélago en un nuevo continente, no de islas sino de tierra firme, para lograr que el sueño empezara a convertirse en realidad. Eso lo pagó muy caro Piar, cuando trató, como hoy, de echar el reloj de la Historia hacia atrás, que es, como para completar lo absurdo de esas situaciones, lo que al final del siglo XX y comienzos del XXI ha hecho un grupo anacrónico en Venezuela, y que para hacer aún más absurdo lo absurdo, se dice seguidor de Bolívar, cuando en realidad siguen las ideas de Boves, el peor enemigo de Bolívar, pero eso corresponde a otro tiempo, del que no tenemos por qué hablar aquí.
Capítulos Publicados:El Paraíso Partido(Venezuela antes de la Independencia)

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