¡Se las recomiendo como todo lo escrito por Don Álvaro D'Marco!
Acá les dejo dos reseñas, esperando por la nuestra.
Gracias Ulises por tus
batallas LAS PULSIONES PRIMITIVAS DE UN INDIVIDUO Y UN COLECTIVO, por Edilio
Peña.
Alfonso Molina 24
junio, 2018 Destacado, LETRAS, Narrativa, Sin categoría 160
Vistas
El saqueador quiere tener,
no ser. Cuando ocurre el fallido golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, gana
la certidumbre de que ahora habrá de estar sometido a la insatisfacción, la
carencia, la hambruna, la peste y la tortura.
A Cristina Maldonado
Especial para Ideas de Babel.
Una novela se convierte en épica, cuando quien la conduce es la ventura y
desventura de su personaje principal. Pero no siempre eso lo habrá de lograr el
novelista si no es capaz de dotar con singularidad al personaje estelar, con el
cual vertebra el cuerpo de la novela misma en la que también han de confluir,
en el tejido de la trama, otros personajes que habrán de disputarse un destino
glorioso o trágico como el del protagonista de la épica que lo exalta.
Personaje principal que debe quedar en la memoria del lector como una impronta,
como alguien que excede cualquier realidad y que, por lo tanto, es imposible
desterrarlo de la perdurabilidad. La novela clásica debe mucho a esta premisa
que amparaba la divinidad de los dioses griegos. De allí, que todo lector
clásico haya querido ser héroe y no villano. Ese querer ser el otro. Vivir la
aventura que se transita entre las palabras. Alejandro Magno quiso ser —y
emular a— Aquiles, el protagonista de La Iliada del ciego
Homero. El movimiento romántico bebió de esa secreta querencia del lector
anónimo de la vieja tradición. Miguel de Cervantes lo representó y lo consagró,
entre el delirio y los espejismos de un hombre de triste figura que se abraza a
un hombre roto. Don Quijote de la Mancha. Después todo comienza a cambiar
definitivamente, con la novela gótica. Frankensteín, de Mary Shelley, es
el desmembramiento del cuerpo del hombre monstruoso que ama, pero también, la
fisura de la psiquis donde habrá de habitar lo raro, lo extraño.
Los valores de la
composición de la novela estaban sujetos a los de la tradición de una cultura
existencial basada en la confrontación del bien y el mal. Fue justamente cuando
el cristianismo se introdujo en el mito helénico. La novela clásica
correspondió sistemáticamente a estos principios que garantizaban la narrativa
de cada épica, la que aproximara al lector a lo sublime y trascendente que lo
realizaba en un paraíso ideal del cual se veía prendido. Entonces, el lector
comenzó a desear ser el personaje de la ficción narrativa, y no el
de su cruda realidad. Todos querían ser santos o ángeles. Cuando ingresa la
ambigüedad y el doble en la novela, la épica habrá de dejar de ser apolínea.
Ahora se llamará Madame Bovary, Raskolnikov, Gregorio Samsa, etcétera. La
infidelidad será una virtud, la metamorfosis una pesadilla, como el crimen un
acto de belleza.
Es a finales del Siglo XIX y
principios del Siglo XX, cuando lo que se denomina el mal es reconocido como
expresión ontológica de la existencia. Es la necesaria caída. Esta puede ser
abominable y gozosa como la prefiguró el Marqués de Sade, en la humedad
pestilente de su calabozo. Lo bello del personaje no será lo determinante y
cautivador, sino lo mundano, lo oscuro y perverso que habita en el pantano de
las pulsiones primitivas. Ese perfume irresistible del mal que abate y subyuga.
Los laberintos y los espejos donde se mira el Dorian Gray de Oscar Wilde. Los
campos de concentración donde se creman los cadáveres del sufrimiento. Novelas
como Frankenstein, de Shelley, y Trópico de Cáncer, de Henry Miller,
despedirán una tradición de narrar la épica tradicional para comenzar una
nueva desde otro enfoque temático y de composición, utilizando la
desacralización de los valores tradicionales del bien, expiados por la culpa y
el juicio moral. Aunque la confesión de una virgen arrodillada ante la sotana
de un sacerdote, resulte la imagen sugestiva y excitante para los hijos de
Dios. El desenfreno sexual y el asesinato comenzarán a habitar la novela, como
el totalitarismo a ser prefigurado por Franz Kafka, hasta consolidarse su
horror absoluto, en la realidad y en la ficción de 1984, la novela de
George Orwell.
La novela Gracias
Ulises por tus batallas, del venezolano Álvaro D’Marco, es la épica de un
personaje que no está amparado por los dioses de la narrativa clásica, ni por
la ambigüedad que sugiere lo prohibido de la novela moderna que comenzó con
Gustave Flaubert. Aquí el personaje no teme ser lo que es. Más allá de los
caprichos de la duda. No es una novela venezolana en el sentido nacionalista y
purista del término. Escapa de la aduana literaria de la costumbre predecible
de la estructuración narrativa. Si bien la tragedia venezolana la prefigura y
la representa, antes y después, esta novela está destinada a los lectores del
mundo porque contiene una respiración universal. Esencialmente muy bien
escrita. Gracias Ulises por tus Batallas es la historia descarnada de
las pulsiones primitivas de un individuo y un colectivo que lo acompaña en su gesta.
En esta novela el pueblo es una sombra negra que anda con su prócer maldito. El
poder lo aniquila pero no ve a su gestor. Apenas se asoma con la Guardia
Nacional. La descripción en esta novela es exaltada por un observador que
habita en el protagonista y que testifica los acontecimientos a través de una
lupa sensitiva, perspicaz, y que se place en describir lo instintivo sin
juzgarlo ni condenarlo, porque el narrador es parte de esa épica que otros no
se atreven a develar y asumir. Pero ¿cuándo ocurren los hechos del personaje
protagonista de Gracias Ulises por tus batallas? Porque el narrador
describe los hechos como si éstos hubiesen acontecido ya y luego, después que
el lector ha sido subyugado por la intensidad descriptiva, el narrador nos hace
sentir que los mismos están ocurriendo justo en el momento en que el lector los
está leyendo, viéndose impelido a participar, junto con Ulises, en su épica
sexual y orgiástica que acostumbra, con la pluralidad de mujeres que devora
como presas cautivas por un felino. Las elipses de composición de Álvaro
D’Marco, están determinadas entonces, por la propulsión emocional con la cual
induce al lector a transitar espacios y tiempos de la épica
narrativa, como si fuera el lector, la suma del Ulises total que se convoca.
Gracias Ulises por tus
Batallas es la emocionalidad que se halla más allá de la intimidad. La que
cruza umbrales de cualquier pasión barata. Aunque el centro del placer está
conectado con lo irrenunciable de la carne humana. El Ulises clásico reencarna
en la novela de Álvaro D’Marco, no para ser Apolo sino para ser más que un hijo
de Dionisios. Este Ulises en sus batallas es un antropófago del sexo, y esa
hambre insaciable que lo lleva de una mujer a otra, no es para rendir y saciar
el apetitito de la copula solamente, sino para potenciarlo más, mucho más, de
allí que Ulises cuando está con una mujer quiera estar con otra o todas a la
vez. La multiplicidad es insaciable. Porque Ulises ha descubierto las
debilidades que acechan a las mujeres y a través de esas debilidades que se
esconden entre la piel, las lágrimas y el deseo de ser amadas por siempre,
Ulises se introduce en ellas como un virus, y progresivamente las esclaviza,
hasta reducirlas a un apetito sexual voraz del cual, Ulises es su máxima expresión
y representación. Es el rey perverso del goce carnal y psíquico. El falo
mortal.
En sus ritos, Ulises logra
juntar los extremos de la vida y la muerte. Ese hilo demasiado invisible del
cual dependemos. Es por ello, que se degrada como una prostituta, pero cuando
siente rabia, como le ocurre con Ofelia, la mujer casada que lo ha invitado de
vacaciones a otro país para que le preste servicio sexual, la ofensa que ésta
descarga en él, Ulises la utiliza para hacerle gozar la posibilidad de morir
estrangulada. Por eso, cuando se despierta del sueño, la mancha de sangre lo
confunde y le hace creer que ha ejecutado ciertamente un crimen. Desde
entonces, regresa a su país con la convicción tormentosa de que ha asesinado,
finalmente, a una mujer en los juegos de los extremos de la vida y la muerte.
Después comienza a sentir una satisfacción criminal inconfesable. Porque su
lucidez es asesina.
El desenfreno primitivo de
Ulises termina por convertirse en el umbral de su máximo despertar. Ulises es
un ser despierto. Demasiado despierto. Puede ser protagonista, testigo y sobre
todo, un gran observador que narra. Lo habita un escritor. Una especie de
Jean Genet. Ese luminoso dramaturgo que escribió la pieza teatral Las
Criadas. Es un ojo que mira y contempla el todo subterráneo y mundano. La
pátina sucia del trópico. Cuando estalla el Caracazo, testimonia con agudeza
descriptiva la explosión primitiva de una colectividad que parecía dormida o
dopada. En ese evento social, se le revela que la pulsión instintiva de los
otros está en función del saqueo anarquizado y planificado. El saqueador quiere
tener, no ser. Cuando ocurre el fallido golpe de Estado del 4 de febrero de
1992, gana la certidumbre de que ahora habrá de estar sometido a la
insatisfacción, la carencia, la hambruna, la peste y la tortura.
Álvaro D’Marco ha escrito
una novela memorable. Quizá la mejor novela de las últimas décadas de la mayor
tragedia del país. Lo ha hecho desde la intimidad más descarnada.
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Crónicas del Olvido
GRACIAS ULISES POR TUS BATALLAS
GRACIAS ULISES POR TUS BATALLAS
**Alberto Hernández**
1.-
El personaje vive entre dos batallas que no le pertenecen, o que al menos le son indiferentes pese a su preocupación por la falta de alimentos y al final de la novela por la de azúcar. Su épica se debate entre el “Caracazo” y el golpe de Chávez. La imagen televisada del tanque que choca contra una de las puertas del Palacio de Miraflores ha quedado en la memoria colectiva. Se trata entonces de una novela modelo, en la que un personaje, Ulises, sin apellido, vive el desastre de aquel evento en el que Caracas, sus alrededores y algunas capitales de provincia sintieron el golpe de la anarquía, de un desbarajuste social, provocado por un detonante que no tuvo nada que ver con quienes más tarde dijeron que el golpe del militar tenía su origen en esa locura urbana donde el saqueo, la muerte y los abusos de soldados y policías fueron los protagonistas. Dos fotografías ilustran parte de ese terremoto social: un sujeto lleva la pierna de una res en su lomo desnudo, pero el respaldo más terrible está representado en el cadáver humano que cargan dos motorizados sobre los hombros de quien viaja como pasajero. El destino: “La Peste”, una fosa común para tanto muerto. Y Camus, su reflejo en la lectura de Ulises.
El personaje vive entre dos batallas que no le pertenecen, o que al menos le son indiferentes pese a su preocupación por la falta de alimentos y al final de la novela por la de azúcar. Su épica se debate entre el “Caracazo” y el golpe de Chávez. La imagen televisada del tanque que choca contra una de las puertas del Palacio de Miraflores ha quedado en la memoria colectiva. Se trata entonces de una novela modelo, en la que un personaje, Ulises, sin apellido, vive el desastre de aquel evento en el que Caracas, sus alrededores y algunas capitales de provincia sintieron el golpe de la anarquía, de un desbarajuste social, provocado por un detonante que no tuvo nada que ver con quienes más tarde dijeron que el golpe del militar tenía su origen en esa locura urbana donde el saqueo, la muerte y los abusos de soldados y policías fueron los protagonistas. Dos fotografías ilustran parte de ese terremoto social: un sujeto lleva la pierna de una res en su lomo desnudo, pero el respaldo más terrible está representado en el cadáver humano que cargan dos motorizados sobre los hombros de quien viaja como pasajero. El destino: “La Peste”, una fosa común para tanto muerto. Y Camus, su reflejo en la lectura de Ulises.
Esta novela de Álvaro D´Marco, “Gracias Ulises por tus batallas” (Freeditorial Publishing House) baraja la ironía de la historia, la paradoja como indiscreción, la “diversión” narrada desde ese evento inicial y el contenido narrativo en el que el personaje desarrolla todas sus aventuras, su disipación sexual, alcohólica y drogadicta mientras paralelamente estudia Letras en la UCV. Mujeres, varias mujeres, fueron parte de ese mosaico de orgasmos, espermatozoides por litros y sexo oral, una suerte de diagnóstico donde un terapeuta podría coligar con quien cuenta el relato en un diván.
Pues bien, es un país, el país. La violencia colectiva y la locura individual de quien luego forma parte de un viaje al extranjero con una mujer que supuestamente formaba parte de una conspiración. Y quien al parecer murió en un hotel en pleno ejercicio erótico, aunque de ella jamás se supo más. Entre tragos de todas las bebidas posibles, tugurios, sexo sin control, pizzas y lecturas de poetas venezolanos para preparar el ánimo y referir el semestre que se estudia, el personaje se dibuja y desdibuja en esta historia.
Es una lectura de ritmo violento, como un río cuyos rápidos llevan al lector hasta convertirlo en parte del juego erótico, mientras la universidad y el país se borran del mapa narrativo. El inicio, que hace creer al lector será parte del cuerpo y el cierre de la obra, es sólo una justificación para hacer uso de un Ulises cuyas batallas no están cerca del mar Egeo ni mucho menos frente a las murallas de Troya. Sus batallas son carnales. Es un personaje que interesa por su psicología, por su entrañable frialdad en el trato con las mujeres. Un personaje díscolo, inteligente. Un vividor, un chulo que estudia literatura y se vacila a todas las mujeres. El sesgo se logra cuando en lugar de vivir de ellas, éstas se lo viven a través de su falo.
2.-
Habitante de vaginas enloquecidas, Ulises construye su épica mientras se reconoce en las calles, bares, prostíbulos, clases de la universidad, pero sobre todo en las entrepiernas de las compañeras de estudio, una conserje, una señora de su casa que le es infiel al marido: habitantes que contribuyen con el descubrimiento de un sujeto cuyos referentes establecen la diferencia: un deshollinador llamado K, nacido en Praga. Poetas como Montejo, Cadenas, entre otros, aparecen en lecturas y ayudan a fraguar el ambiente de una novela que tiene como asidero la Venezuela de hoy.
El narrador cuenta en tercera persona, sabe lo que hace. Deja entrever una segunda y hasta un yo tan testigo que parece una autorreflexión. Ve al personaje desde una posición bastante cómoda. Lo deja hacer, lo trabaja desde una perspectiva independiente. La novela atrapa al lector, lo hace sudar, no por lo complejo de la estructura o lo difícil de la psique de los personajes, sino por la velocidad con que cuenta. Los sujetos actantes están bien perfilados.
Una novela que se puede leer para tener una visión de la conducta de quien tiene en el país un reflejo de su desnudez, de una erección de la cual emergerá seguramente el futuro de sus pocas certezas. Pero igual es el país de muchos, de los tantos cuya moraleja abreva en la desilusión.
Una poética del personaje hace del final un dibujo de la personalidad de un sujeto que podría convertirse en segmento plural.
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