lunes, marzo 29, 2010

El historiador Tomás Straka elogia la obra del geohistoriador chileno-venezolano Pedro Cunill Grau

EL NACIONAL - Sábado 27 de Marzo de 2010

Papel Literario/3

Elogio de Pedro Cunill Grau

TOMÁS STRAKA

NELSON CASTRO

Geohistoria de la sensibilidad en Venezuela es uno de los esfuerzos más grandes y fructíferos por comprender al país, su gente, su historia y su naturalezaCuando en 1997 la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela publicó el libro-homenaje a Pedro Cunill Grau (Santiago de Chile, 1935), Venezuela: geohistoria y futuro. Ensayos en honor de Pedro Cunill Grau, con el concurso de Arturo Uslar Pietri, Pedro Grases, Elías Pino Iturrieta, Ramón J. Velásquez, José Ángel Rodríguez y Diego Bautista Urbaneja, entre otros, estaba celebrando una larga y generosa --en aportes, en dedicación, en siembra de discípulos-- vida académica. Quien había producido obras como la Geografía del poblamiento venezolano en el siglo XIX, que ya es un clásico --y vaya que son pocos los que pueden ufanarse de haber producido uno--, parecía encaminarse hacia un descanso merecido. Afortunadamente, no fue así. A más de diez años, Don Pedro está más activo que nunca, lleno de ideas, preocupado --y ocupado-- por el destino del país y publicando trabajos que, cada uno por sí solo, si no tuviera otros, ya le habrían dado fama y justificada admiración.

En los últimos dos años su cosecha ha sido tremenda, en calidad y cant idad: apa recieron la Geohistoria de la sensibilidad en Venezuela (2007), que tanto ha dado que hablar; los primeros seis tomos de la monumental Geo-Venezuela (20072009), que coordinó; y la erudita y bellamente editadaHistoria de la Geografía de Venezuela. Siglos XV-X X (2009). Libros --más que eso: testimonios de una vida de entrega y de labor-- como éstos deben ser motivo de alegría en un país donde ni las turbulencias ni las adversidades han logrado matar al espíritu; y donde el ejemplo de Don Pedro es una referencia que nos invita a no desfallecer. Un elogio para la existencia y las ejecutorias capaces de producir estos trabajos es lo mínimo que podemos hacer: es la prueba de gratitud que como venezolanos y, en el caso de quien escribe, como docentes e investigadores le debemos a quien tanto ha hecho por nuestro destino y por nuestra felicidad.

Mucho más que un libro hermoso
En marzo de 2008 el diseñador Álvaro Sotillo volvió a ver recompensado su talento con la Letra de Oro, galardón que otorga la Stiftung Buchkunst (Fundación del Libro) al Schoenste Buecher aus aller Welt (al "libro más bello del mundo"), en la ciudad "famosa desde hace siglos por sus imprentas, por sus libreros y sus ferias": Leipzig, en Alemania. Sin lugar a dudas, la obra premiada, Geohistoria de la sensibilidad en Venezuela, reúne todos los méritos para el premio: un diseño innovador, sugestivo; abundante y muy bien impreso material gráfico; una encuadernación estilo japonés; un papel de primera calidad; el deleite de pasar la mirada por cada página, sentir en las yemas su papel cremoso, percibir ese olor a libro nuevo que despide en cuanto lo abrimos por primera vez: aroma que le quitamos de tantas embestidas que hacemos sobre sus textos; y viene a sumar, además, junto a esa fiesta de goces sensuales (las buenas ediciones siempre lo son), un lauro muy significativo para el diseño y las artes gráficas venezolanas: recordemos nada más que en 1992 el Diccionario de Historia de Venezuela, también diseñado por Sotillo, obtuvo la Letra de Oro. Y es también un premio para la institución que lo editó. No es poca cosa que un mismo diseñador y una misma casa editorial, la Fundación Polar, ya famosa por lo esmerado de sus publicaciones, se lleven dos veces el mismo galardón.
Sin embargo, estas noticias soslayaron en algunos medios aquello que la hizo posible: la obra en sí misma.Geohistoria de la sensibilidad en Venezuela, de Pedro Cunill Grau, es mucho más que un libro hermoso. Es --o al menos lo fue para el momento, porque ya aparecieron otros trabajos del autor, y se anuncian más, enhorabuena-- la culminación de uno de los más largos y fructíferos esfuerzos por comprender al país --su gente, sus espacios, su naturaleza, su historia: su alma-- de lo que tengamos noticias.
Es la síntesis de un amor multidimensional; de la pasión de un geógrafo que, como el bibliófilo que se acerque a su libro, sabe que en los olores, que a veces son deleite y a veces son náusea; que en los sabores, en el calor y en el frío; en la reverberación de la luz --esa que ha empujado nuestras artes plásticas a las cimas más altas-- y que en la vegetación relampaguea el rojo, el amarillo y el esmeralda ante el viajero absorto están las claves esenciales para comprender el espacio y la colectividad que lo construyen.Para entender a Bello evocando las exhuberancias del trópico en la lejana Londres o a la palma encandilada de Reverón.
Para comprendernos a nosotros, los que, sin los talentos del poeta o del pintor, nos moldeamos también en esa luz y en ese calor. No se trata de determinismos. Hemos tomado decisiones libres ante lo que se despliega a nuestro derredor. Pero sí admitimos que ahí están las moléculas de una vivencia fundamental: de la que a cada hombre y a cada pueblo le ha tocado por suerte vivir.Los dos tomos de Geohistoria de la sensibilidad son todo eso y mucho más. Por eso hemos querido comenzar este elogio con ella. Todo cuanto podamos decir de la Geografía, como ciencia del espacio; y del geógrafo, que ahora también se regodea en lo sensual --y no sólo en las fórmulas y las geometrías de la vieja ecología humana; o en los manifiestos ideológicos de la geografía radical-- se concentra en sus páginas. Ese geógrafo que además de analizar y medir, ve, siente y ama, es el que queremos resaltar.
Una ciencia de amor
Venezuela ha sido un país de grandes geógrafos. Muchos de ellos nacieron en otros países. Un alemán, un italiano, un español y un chileno se destacan entre los principales investigadores de nuestra ciencia geográfica: Alejandro de Humboldt, el alemán, padre de la Geografía moderna, recorrió el país entre 1799 y 1800, descubriéndole sus características y riquezas a los propios venezolanos; Pablo Vila (1881-1980), el español, fue uno de los fundadores de los modernos estudios geográficos en el país; Pedro Cunill Grau, el chileno, es actualmente el geógrafo más importante con el que contamos, y uno de los principales de América Latina. Agustín Codazzi (1793-1859), el italiano, fue quien redactó la primera geografía de Venezuela --si descontamos unos trabajos anteriores de Andrés Bello, Feliciano Montenegro y Colón-- así como el mapa con el que se fundó la nación.
Porque resulta que la Geografía es una ciencia que nos enseña a amar. Nos revela las maravillas del mundo en que vivimos; las oportunidades que nos ofrece para ser más felices; la aventura de recorrerlo apreciando sus paisajes, estudiando las relaciones que propicia entre los hombres, la vastedad de la naturaleza que debemos conservar. Por eso la Geografía es una ciencia del amor: amor a la naturaleza, a la humanidad, a nuestra patria, a nosotros mismos.
Tal vez el hecho de que hayan nacido en otras latitudes favoreció ese deslumbramiento por unos paisajes y unos climas que para el hijo de la tierra, acostumbrado a ellos, a veces pasan desapercibidos. En el caso de Cunill Grau, el deslumbramiento dio paso a un interés serio, a uno de esos amores que son para toda la vida y que, además, no pierden nunca la pasión.
Pero, y esto es lo mejor, no es una pasión cualquiera, sino una creativa, una que logró escribirse en multitud de trabajos que no por eruditos dejan de tener la fibra flexible de quien, además de la cabeza, pone en su empeño el corazón. Nacido en Chile, donde convergen tantas aristas de nuestra historia intelectual, Cunill Grau es plena, intensamente venezolano y no sólo por que se naturalizó como tal, sino porque su obra da patente testimonio de venezolanidad. No obstante, los venezolanos somos generosos: no por eso le pedimos que olvide la patria en que nació, como en efecto no lo ha hecho, como no podía hacerlo el autor de una ineludible Geografía de Chile (1973). Cunill Grau es, sobre todo, latinoamericano. Autor de una América andina (1980), que le prologó nada menos que Pierre George, y de Las transformaciones del espacio geohistórico latinoamericano, 1930-1990, editado por el Fondo de Cultura Económica en 1995, representa al día de hoy una de las figuras fundamentales en la ciencia geográfica del continente.
En Chile, Andrés Bello (a quien Don Pedro, por cierto, biografió en el volumen 40 de la Biblioteca Biográfica Venezolana, que editan Bancaribe y El Nacional) encontró el sosiego para que su talento y su capacidad de trabajo, que era en uno solo la de muchos hombres, germinaran en una obra descomunal. A Chile fue el joven Mariano Picón-Salas a iniciar su épica de Odiseo intelectual.
De Chile trajo el mismo Picón-Salas dos Misiones chilenas, que fundaron nuestra pedagogía moderna y, en alguna medida, nuestra geografía científica también, porque en ellas vino Humberto Fuenzalida, precursor de Don Pedro si los ha habido, científico bien dotado, maestro de maestros venezolanos y chilenos. En fin, del Pedagógico de la Universidad del Chile --pedagógico que fue modelo del nuestro, y universidad que fundó Bello y que tuvo a Picón-Salas como uno de sus rectores más jóvenes, bien que en calidad de triunviro-- Pedro Cunill Grau egresó no sólo con el título de profesor, sino con esa convicción de maestro que lo caracteriza hasta hoy. El profesor le habla al intelecto; el maestro, también, al corazón. Revísese cualquiera de sus libros para percibirlo. Después perfeccionó sus estudios en la Sorbona, en París, y en la Universidad de Laval, en Canadá, de donde egresó con un PhD. Sin embargo, "la Geografía entra por los pies". Viajó por todo Chile, por Europa, por América, por África.
Cuando las circunstancias políticas de su país lo obligaron a emigrar, Cunill Grau ya era un profesor y un geógrafo muy reconocido. Venezuela, a él, como a tantos perseguidos por las dictaduras del Cono Sur, le abrió las puertas de par en par. Pronto encontró colocación en la Universidad Central, donde hizo carrera (llegó a director de su Escuela de Geografía), pero más que un cargo para mantener a su familia, que siempre es importante, y un refugio para evadir a los perseguidores, esos que en todas partes se ofenden con la inteligencia, en Venezuela halló algo más, algo incluso mejor para sus inquietudes de científico: un país lleno de posibilidades de investigación. Y no las desaprovechó.ç
La fascinación por el país
Dos libros abren su acercamiento a la que se convirtiera en su segunda patria: La diversidad territorial, base del desarrollo venezolano (1981) y Recursos y territorios de la Venezuela posible (1985). Son libros beneméritos, pero apenas el abreboca de su obra fundamental: la Geografía del poblamiento venezolano en el siglo XIX, que en tres tomos apareció en 1987, y que a más de veinte años no nos deja de sorprender.
Producto de un trabajo paciente, de millares de ichas, de la consulta de fuentes de todo tipo, esta obra es el abigarrado cuadro del país que emana de la Emancipación en 1830, y que trata, con grandes tropiezos, de enderezar su rumbo por setenta largos, agitados y riquísimos años.
Pocas obras dan una visión tan completa de la Venezuela del decimonono; en Venezuela pocos trabajos se hacen con ese aliento, con esa paciencia, con esa solvencia intelectua l.No ha habido un intelectual, un historiador venezolano, que no la haya elogiado.Quien sepa de las aprehensiones, rivalidades, enconos y envidias que a veces se dan en el mundo académico, puede medir su importancia por este parecer prácticamente unánime.La Geohistoria venezolana tiene, a partir de entonces, un lugar muy bien ganado en las Ciencias Sociales venezolanas. Y Don Pedro el mérito de haber hecho una obra fundamental, un clásico que nadie que quiera estudiar el período puede darse el lujo de eludir.
Podría, entonces, haberse quedado Don Pedro satisfecho por el camino recorrido, pero sus inquietudes aún daban para más. En la década de los noventa siguió publicando libros, leyendo, v iaja ndo, a rch ivando fichas, escribiendo la rga s hora s, robá ndole tiempo al sueño, a los fines de semana, seguramente releyendo, tachando, volviendo a escribir capítulos, en medio de una sociedad que ya estaba admirada por su capacidad. Muchos dirán que Chile ya nos estaba pagando el préstamo de Bello. Llegó la jubilación en la UCV y el ritmo no cesó: al contrario, ahora libre de las torres de exámenes y trabajos que torturan a los profesores; de los afanes de la correspondencia y los memorandos de la actividad administrativa, empezó a tener más tiempo para escribir. La Fundación Polar acogió sus propuestas; fue electo Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia y, poco después, de la de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, combinación muy poco común. Recibió homenajes en todas partes, dictó conferencias, a veces se atreve a un curso doctoral. Es ese el contexto en el que otra obra de aliento, Geohistoria de la sensibilidad en Venezuela, apareció y ganó la ya nombrada Letra de Oro en 2008.
Ese mismo año se publicó el primer volumen de GeoVenezuela, también con la Fundación Polar (cuyo patrocinio a investigaciones así no dejaremos de agradecer). Espera ser una geografía global del país como no se había hecho antes.El último esfuerzo parecido ya cuenta con casi cincuenta años, la Geografía de Venezuela (1960) que dirigió Pablo Vila con la Comisión Redactora de una Geografía de Venezuela del Instituto Pedagógico (sus a lumnos: Federico Brito Figueroa, Antonio Luis Cárdenas, Rubén Carpio Castillo; ya en la edición se suma Carlos Cruz-Díez que la diseñó y diagramó) y que, para más, quedó inconclusa. Un centenar de autores, con trabajos repartidos en diez tomos, con estupendos mapas y gráficos, es un esfuerzo en el que debemos abrevar todos los que investigamos, damos clases y planificamos en el país; uno que ya marca un hito, un antes y un después, en la ciencia geográfica latinoamericana.
Por último, su recientísima Historia de la Geografía de Venezuela. Siglos XVXX, editada por la Oficina de Planificación del Sector Universitario, también con una calidad en papel y en imágenes excepcional, es, además de un recorrido por quienes se han empeñado en comprender nuestro espacio desde los días del Descubrimiento y de la ponderación historiográfica de sus obras, el homenaje de Don Pedro a unos nombres que considera fundamentales, dignos de reconocimiento y emulación; a unos libros que devoró con interés; y a una ciencia a la que le entregó su corazón. Todo joven que se inicie en su formación como geógrafo o como profesor de sociales debería asistir a sus páginas para comprender el legado que recibe; todo investigador que ya vuela con velocidad de crucero en la disciplina, debe rev isarlo para reencontrarse en la bitácora de sus indagaciones.
A Don Pedro, por lo tanto, le debemos todo esto y mucho más. El elogio de estas páginas es sólo una parte de lo que su obra y vida rectilínea aportan para decir, pero es, sobre todo, el gesto de gratitud de quienes leyéndolo aprendimos y disfrutamos tanto con él. ¡Que siga escribiendo, Don Pedro, que Venezuela y la Ciencia se lo agradecerán!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fui alumna de Pedro Cunill Grau, uno de los mejores profesores que he tenido, y gracias a él aprendí a ver el paisaje con ojos de geógrafa y no sólo de historiadora y a través de los de su maestro Pierre George. Si no le saqué mejor nota a Cunill fue porque yo andaba medio enamorada del joven periodista y condiscípulo Juan Carlos Palenzuela, q.e.p.d.

Me acuerdo también con gratitud de las clases de Alicia Nuño, Taide Zavarce, Clemy Acedo de Machado y Alberto Plá, muy preparados y organizados todos... y de las clases sabrosas, caóticas e improvisadas de Manuel Caballero a quien deslumbré con mi mención ex tempore de Savonarola.

De Germán Carrera Damas —insigne explotador de lo de "contra el culto a Bolívar"— guardo el recuerdo del peor profesor que he tenido en mi vida, el más fanfarrón e inexcrupuloso. El metió en la escuela a su seguidora Bernal, mediocrísima y rencorosa, pero con la boca callada. Sin embargo también fue seguidora de GCD una excelente profesora guayanesa. El departamento era de gran valía, pero estaba presidido por Josefina Gavilá, "progresista" pero ex amante de un militar perseguidor de guerrilleros, el cual me cortejaba sin yo hacerle el menor caso al muy asqueroso. La Gavilá, celosa, me quitó el reconocimiento por mis dos años de enseñar ad honorem como asistente del profesor de Estadística (a duras penas me reconoció uno -1- y en una carta de una -1- línea que me dio ella como referencia obligatoria).

Cunill estaba por encima de todo eso. Tenía calidad.

María Eugenia Sáez

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