sábado, julio 12, 2008

Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) opina sobre las ideas "prehistóricas" que dominan nuestra política

Artículos de opinión de los historiadores venezolanos

Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal.
Idas y vueltas de la prehistoria
¿Somos capaces de triunfar contra nuestra prehistoria, instalada en Miraflores?
Entre las tantas cosas que quería decir después de años de mudez, tal vez destacara El Universal, como pocos diarios, lo fundamental de las expresiones de Ingrid Betancourt cuando fue liberada de la narcoguerrilla: "Regresé de la prehistoria". De seguidas se comentará la afirmación, debido a que no sólo resume la peripecia particular de la ciudadana injustamente secuestrada. Incumbe al calvario particular de la señora Betancourt, desde luego, pero también a la experiencia de sociedades a las cuales se pretende imponer la obligación de desandar el camino para buscar una salvación que depende de procesos escandalosamente fracasados antes, de ideas sepultadas por la fuerza irresistible del tiempo, de sucesos que parecían arrinconados en el más insondable de los desvanes, de personajes dignos del cementerio o del museo.
Las FARC son, en términos redondos, un vestigio de desarrollos anacrónicos. Basta un conocimiento superficial sobre la evolución de las instituciones colombianas, sobre el énfasis de su industrialización, sobre sus avances en materia de cohabitación ciudadana, sobre la esplendidez de su literatura, sus bellas artes y sus ciencias sociales en general, para sentir cómo no existe la alternativa de establecer una correspondencia razonable con las facciones que se han nutrido de un credo político que nadie en sano juicio mira con respeto en la actualidad, y de un ejercicio de forajidos propio de unos antecedentes rurales que apenas se descubren en bibliografías. Basta una breve memoria de Manuel Marulanda para captar esa supervivencia brutal.
La esfinge anodina de Tiro Fijo, mientras vivía y desde cuando es cadáver, no simboliza otra cosa que la existencia de una petrificación establecida en el rincón de la autopista, de una carreta de bueyes deseosa de competir con la velocidad de los automóviles, de una abdicación de conductas orientadas a la evolución, de una fantasmagoría empeñada en cobrar vida pese a que la pujanza de una sociedad se resistió a aceptarlo como protagonista porque carecía de credenciales para figurar en un elenco estelar. ¿No remiten a esas impúdicas presencias del pasado las palabras de Ingrid Betancourt? ¿No llaman la atención sobre los escombros de ideas, de personajes y de formas de malvivir que la acompañaron en las montañas de Colombia, mientras la inmensa mayoría de sus paisanos se acoplaba a las rutinas del siglo XXI?
Por desdicha, el pasado que no pasa no fundó un monopolio exclusivo en Colombia. De allí la trascendencia de las palabras de Ingrid Betancourt, por plausible extensión. Los sucesos y los sujetos pretéritos que se niegan a meterse en el cementerio también habitan entre nosotros, aunque no sepamos con exactitud dónde está su sepultura. Encontrarla es casi como seguir las señas enrevesadas del mapa de un tesoro. Ni tales hombres ni sus obras se encuentran depositados físicamente en el féretro, ni aparecen en las crónicas como seres convertidos en ceniza. Son el pasado disfrazado de presente o, mucho peor, el pasado vuelto mensajero de épocas que no han ocurrido, lo cual les concede una presencia gracias a la que se confunden con la sensibilidad de la actualidad o, para colmo de males, se convierten en sus líderes.
Aquellos que consideran a Venezuela como el paraíso de la cirugía plástica pueden regocijarse en el hallazgo de ancianos sin arrugas y de señoronas con el pecho levantado, si entienden cómo no se trata ahora de un asunto de estiramiento de pellejos ni de implantes de siliconas, sino de ideas decrépitas maquilladas de novedad, de conductas del siglo XIX pavoneándose de modernidad; de un Mesías como los de antes, baldío y hueco, tan engañifa como muchos de los anteriores, pero sentado en una poltrona de petróleo gracias a la cual parece de hoy aunque provenga de la tradición menos auspiciosa.
De lo cual se desprende que todavía vuelan aquí las brujas de la antigüedad, pese a que generalmente no se aprecian a simple vista montadas sobre escobas de palo o sobre artefactos aerodinámicos, según sea su necesidad de sobrevivencia. Su desaparición depende de golpes contundentes como el que logró la libertad de Ingrid Betancourt. Muchos golpes contundentes, debido a que el pasado contumaz cada día libra batallas campales para disimular su incongruencia. La pregunta de rigor consiste en averiguar si somos capaces los venezolanos de triunfar contra nuestra prehistoria, cuando se encuentra cómodamente instalada en el Palacio de Miraflores. O, mucho peor, en las entrañas de una colectividad que por muchas razones exhibe las características de un parque jurásico.

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