En defensa del silencio
Carlos Balladares Castillo
Publicado en El Nacional
Nunca he entendido el
gusto del venezolano - ¿y el iberoamericano en general? - por el ruido. No hay
fin de semana en que algún vecino no deje de poner música a todo volumen, o
pegue gritos ¡y cuidado si no es cualquier día de la semana! Y si osas
reclamarle puedes hasta terminar muerto. El uso de la corneta al manejar es
casi permanente, lo extraño es no usarla por cualquier motivo fútil. En muchos
sitios que llaman al sosiego como montañas o playas, siempre se aparece un
grupo que trae música o simplemente tiene una rochela con risas destempladas.
“Es que somos alegres”, te dicen con descaro. Me pregunto si nuestros problemas
como sociedad (tendencia al caos y el irrespeto al otro, apoyos a los hombres
fuertes e improductividad; por solo nombrar algunos) estarán relacionados con
nuestra incapacidad para apreciar y vivir el silencio. Porque la paz que éste
genera nos lleva a la concentración, la disciplina, la introspección y el
anhelo de mejorar como personas. El cultivo del alma requiere el silencio, de
eso no me cabe la menor duda.
En estos tiempos de
Adviento que comienzan el domingo dedicaré mis escritos a la defensa de los
hábitos que permiten una vida espiritual y contemplativa, de una vida más
humana y menos estresante, empezando hoy por una modesta meditación sobre la
importancia del silencio. Las memorias de mi infancia están llenas de felices
momentos, siendo uno de ellos el silencio de la mañana de Navidad (junto al de
los días posteriores). Es muy probable que éste hecho sea una de las
principales razones por las cuales me gustan tanto los tiempos decembrinos.
Aunque seguramente la valoración del silencio se inició con mi pasión por la
lectura y la escritura siendo la primera a los 12 años aproximadamente y la
segunda a finales de mi adolescencia. Pero la misma se ha fortalecido con los
años, en especial cuando hace casi dos décadas comenzó formalmente mi carrera
como profesor, y el período de clases de septiembre a noviembre siempre me
parecieron los más agobiantes. De modo que el anhelo de las vacaciones
navideñas se vuelve casi un desespero. En noviembre comienzo a soñar con la paz
para leer y escribir sin el molesto ruido, y la angustia de preparar clases y
corregir exámenes.
Hay personas que
pueden concentrarse en medio de un gran barullo, pero creo que son los menos.
Estudiar, leer, pensar, meditar, observar lo que nos rodea con gran atención,
evaluar nuestras acciones y trabajo buscando su mejora; todo ello requiere la
paz del silencio. El ruido distrae, dispersa, y por ello dejamos de ver lo
importante. Es por esto que la mayoría de las tradiciones espirituales de las
grandes religiones valoran el silencio. En éste te comunicas con tu alma y con
Dios, “mirando” tu conducta con mayor atención y planeando los nuevos pasos con
más inteligencia. Navidad sin momentos de silencio nos alejaría de ver su real
esencia, una vida en medio del permanente ruido nos impediría escuchar todo lo
que ésta nos ofrece.
Mis amigos y
familiares dispersos por el mundo me han hablado del respeto del silencio que
tienen en los países desarrollados. Yo mismo lo viví en España, admirándome de
cómo en la zona más céntrica de una ciudad nadie tocaba corneta y había una
relativa paz, por lo que de inmediato comparé con lo que sería una
congestionada avenida de Caracas donde lo que provoca es salir corriendo por el
agobio que genera el escándalo de bocinas y gritos. No dudo que esas naciones
progresen por éste hecho, entre otros. El silencio te aleja del estrés y la
angustia. Pero pensemos que en
esos lugares sea inevitable que haya algo de ruido en el caso de nuestro país,
mi pregunta es: ¿por qué las mayorías en Venezuela cuando tienen la clara
oportunidad de vivir el silencio lo matan de inmediato? ¿por qué la cháchara y
verborrea sin parar? Y ahora con las redes sociales gracias a nuestras
computadoras y celulares, y desde hace años con la TV y la radio; nos hemos
inventado nuevas excusas para vivir en la estridencia del exceso de información
y el creer que debemos hablar de todo.
Llegarán esos días de las Fiestas y quiero hacer un gran
ayuno de “feisbuk” y de todas las redes. Abandonar el celular, pero también las
palabras que estén de más ¡qué son la mayoría! e incluso las de mi mente con
sus permanentes preocupaciones en la Venezuela del desastre que hoy padecemos.
Solamente quiero escuchar la naturaleza, y en ella a Dios. Desde que armé el
árbol de Navidad y el Pesebre me he propuesto pasar todos los días un rato en
su contemplación. Siempre en silencio. Ojalá mis connacionales me lo permitan,
y espero que algún día aprendamos a valorar los dones ilimitados de callarnos
un rato.
La próxima semana
hablaremos de la soledad, la siguiente de la vida sencilla, para finalizar con
la contemplación en la acción.
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