Autor: Carlos Balladares
Muchos años después de haber leído a Furet, me topo en el 2001 con el libro Fascismo y comunismo, el cual posee el intercambio epistolar que tuvo entre 1991 y 1997 con el historiador alemán Ernst Nolte en torno a este tema. En esta ocasión (la anterior fue con la interpretación de la Revolución Francesa, ver post anterior) me encuentro con una nueva tesis historiográfica que busca superar las explicaciones marxistas del fascismo en la Europa post Primera Guerra Mundial. En los manuales de historia siempre había leído que el fascismo era un fenómeno de reacción ante la oleada mundial (pero especialmente europea) de los movimientos comunistas inspirados en la Revolución Rusa de 1917. La burguesía temerosa, decidió darle la espalda a las débiles democracias y apoyar a los fascismos. La tesis parecía muy razonable, hasta que leo a Furet señalando que no es la Revolución Rusa el origen del problema sino el espíritu de comunidad generado en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial. Esta guerra es la matriz de dos revoluciones: la comunista y la fascista. ¡¿Cómo?! ¡¿El fascismo es revolucionario?! Así como lo leen, no sólo el comunismo poseía esa fascinación de ser una revolución; Hitler y Mussolini ya no eran simples contrarrevolucionarios sin originalidad alguna, eran una líderes inteligentes y carismáticos que crean un nuevo tipo de sociedad totalitaria. La pregunta entonces es: ¿qué los une? Simple, su odio a la sociedad burguesa, al burgués, al mundo creado en el siglo XIX a partir de la Revolución Francesa. El comunismo lo odia en por ser una clase explotadora del obrero, el nazismo lo odia por ser expresión del judío supuestamente inferior, egoísta y usurero. En ambos existe la pasión por el colectivo, por la superioridad de la masa por encima del individualismo que inculca el burgués en cada persona: El espíritu burgués es lo contrario a la conciencia de clase obrera (comunista) y la conciencia de raza, etnia o nación (fascista).
Muchos años después de haber leído a Furet, me topo en el 2001 con el libro Fascismo y comunismo, el cual posee el intercambio epistolar que tuvo entre 1991 y 1997 con el historiador alemán Ernst Nolte en torno a este tema. En esta ocasión (la anterior fue con la interpretación de la Revolución Francesa, ver post anterior) me encuentro con una nueva tesis historiográfica que busca superar las explicaciones marxistas del fascismo en la Europa post Primera Guerra Mundial. En los manuales de historia siempre había leído que el fascismo era un fenómeno de reacción ante la oleada mundial (pero especialmente europea) de los movimientos comunistas inspirados en la Revolución Rusa de 1917. La burguesía temerosa, decidió darle la espalda a las débiles democracias y apoyar a los fascismos. La tesis parecía muy razonable, hasta que leo a Furet señalando que no es la Revolución Rusa el origen del problema sino el espíritu de comunidad generado en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial. Esta guerra es la matriz de dos revoluciones: la comunista y la fascista. ¡¿Cómo?! ¡¿El fascismo es revolucionario?! Así como lo leen, no sólo el comunismo poseía esa fascinación de ser una revolución; Hitler y Mussolini ya no eran simples contrarrevolucionarios sin originalidad alguna, eran una líderes inteligentes y carismáticos que crean un nuevo tipo de sociedad totalitaria. La pregunta entonces es: ¿qué los une? Simple, su odio a la sociedad burguesa, al burgués, al mundo creado en el siglo XIX a partir de la Revolución Francesa. El comunismo lo odia en por ser una clase explotadora del obrero, el nazismo lo odia por ser expresión del judío supuestamente inferior, egoísta y usurero. En ambos existe la pasión por el colectivo, por la superioridad de la masa por encima del individualismo que inculca el burgués en cada persona: El espíritu burgués es lo contrario a la conciencia de clase obrera (comunista) y la conciencia de raza, etnia o nación (fascista).
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